«La totalidad del espacio social se transformó en espacio de exhibición»

Crítico de arte, teórico de los medios y dueño de un recorrido que va de la Universidad de Leningrado, bajo el régimen soviético, a la Universidad de Nueva York en la actualidad, desarrolla un pensamiento que tiende a desmarcarse del discurso habitual y se pregunta por lo que significa vivir en un mundo donde «la totalidad del espacio social se transformó en espacio de exhibición»

01_Groys-01_1

«Internet es un gran tacho de basura, todo lo que allí se mete tiende a desaparecer.» Boris Groys sonríe; se diría que disfruta el toque de provocación. En el mismo tono, confirma: «El único tipo de relación que uno puede establecer con Internet es una relación narcisista».

Crítico de arte, teórico de los medios y dueño de un recorrido que va de la Universidad de Leningrado, bajo el régimen soviético, a la Universidad de Nueva York en la actualidad, desarrolla un pensamiento que tiende a desmarcarse del discurso habitual y se pregunta por lo que significa vivir en un mundo donde «la totalidad del espacio social se transformó en espacio de exhibición».

Invitado por el Goethe-Institut, la Universidad de San Martín y la Universidad Di Tella, pasó por Buenos Aires para presentar el libro Volverse público (Caja Negra), donde, entre otros análisis, desarrolla la idea del «diseño total»: un concepto que, para Groys, pertenecería más a lo político que a lo económico o estético, y que habla de un mundo donde «la totalidad del espacio social se transformó en espacio de exhibición» y cada ciudadano debe asumir «una responsabilidad ética, estética y política por el diseño de sí». Para este pensador, las múltiples derivaciones de semejante configuración social se concentrarían en una consecuencia funamental: «este sistema nos pone en una situación donde la autoexplotación es algo inevitable». Una dinámica en la que participarían los sistemas informáticos, las redes sociales y los buscadores como Google, y donde el sostén es una web que ofrece «una combinación de hardware capitalista y software comunista».

Difícil no pensar estos fenómenos en tanto derivados de las innovaciones tecnológicas y las mutaciones sociales propias del siglo XXI. Pero Groys, delatando otra vez ese gusto por desconcertar aunque más no sea un poco, lanza una idea inesperada: «basicamente, Internet es un teléfono. Algo inventado en el siglo XIX».

-¿Quiere decir que llegó la hora de disminuir las expectativas con respecto a Internet?

-Habría que tener las mismas expectativas que con un teléfono. Y la expectativa tendría que ser poder hablar sin censura. Como artista, tradicionalmente tenías que presentar tu trabajo a un curador o un galerista, y al hacerlo te enfrentabas a un proceso de selección. De modo similar, si sos un periodista o un escritor tenés que presentar tu trabajo a un comité. Esto implica toda una problemática ligada a la crítica institucional, la inclusión, la exclusión. Pero si tenés amigos, podés simplemente llamarlos por teléfono y contarles todo lo que hacés, sin enfrentarte a ningún tipo de censura. Internet participa de ese mismo sistema. Podés contar todo, mostrar todo, no hay censura… pero eso que exhibís solamente es interesante para tus propios amigos. Entonces, básicamente Internet es un medio de fragmentación del espacio público. Este medio de fragmentación del espacio público empezó con el teléfono, con la contraparte de que las conversaciones privadas podían ser escuchadas por los servicios secretos o agentes de seguridad. De hecho, todo lo que pasó con Edward Snowden no es algo novedoso; ya había pasado en siglos anteriores. Con lo cual podemos decir que Internet es un concepto expandido de lo que fue el teléfono. Pero que tiene en foco el tema de la privatización y fragmentación del espacio público.

-En relación a los fenómenos que nos parecen tremendamente novedosos, pero en realidad no lo serían tanto: llama la atención, en uno de sus ensayos, el paralelismo que establece entre el siglo XXI y el siglo XIX, destacando que en ambos períodos se registran política de apertura de mercados, capitalismo creciente, cultura de la fama, retorno de la religión, terrorismo y contraterrorismo. ¿Los enormes cambios por los que atravesó la subjetividad en Occidente no estarían relativizando esas similitudes?

-Bueno, creo que somos mucho más lentos que la gente del siglo XIX (risas). Te voy a dar ejemplos de mi propia vida. Si me invitaban a visitar Buenos Aires en los años 80, ¿yo qué hubiera hecho? Habría llamado a mi agencia de viajes, y efectuado las reservas. Pero actualmente en Nueva York, donde vivo, no hay más agencias de viajes. ¿Por qué? Porque se supone que todos nos ocupamos de hacer nuestras propias reservas por Internet. Así que me paso horas y horas tratando de concretarlo. Otro ejemplo: muchas veces tengo que mandar por correo paquetes pequeños. Y, dadas las modalidades actuales, tengo que determinar yo mismo cuál es el tamaño, el peso, utilizar un programa informático para ver cuánto tengo que pagar, ir a ese lugar y pagar. En realidad, todo es más engorroso en la sociedad del «hazlo tú mismo». Si comparo todo esto con lo que le ocurría a Leon Tolstoi, que vivía en el siglo XIX, o a Jean-Paul Sartre, que vivía en París, una ciudad que a mediados del siglo XX seguía estructurada como en el siglo XIX… Hoy por hoy simplemente no hay posibilidad de tener el tiempo, la energía y la concentración para escribir una obra como La guerra y la paz. La gente pierde mucho tiempo haciendo las cosas de la vida cotidiana. Nada de lo público funciona por sí solo: se supone que en esta sociedad uno tiene que saber hacerlo todo. Es el lado oscuro del narcisismo, de la privatización. Un proceso que deja al sujeto viéndoselas solo con los problemas de la vida cotidiana. Se supone que uno tiene que aprender todo, que será buen cocinero, se ocupará de su físico, de sus trámites, y siempre estará haciendo algo. Es una característica de nuestro tiempo: la vida cotidiana se ralentiza. El resultado es que hay menos tiempo para dedicarse a trabajar en lo propio. No tenemos tiempo para trabajar porque ocupamos demasiado tiempo en resolver las calamidades de las que se tendrían que ocupar otros.

– ¿Se trataría de un narcisismo social que nos hace sentir poderosos aunque en realidad nos debilita?

-Es que todo esto no me hace sentir poderoso; me hace sentir completamente explotado. Antes de venir a la Argentina tuve que hacer la declaración de impuestos. Todavía me acuerdo cuando uno mandaba toda la información al asesor de impuestos y él se encargaba de todos los cálculos. Ahora tengo que pasarme dos días haciendo los cálculos yo mismo. Pero le tengo que pagar la misma cantidad de dinero al mismo asesor por enviar el documento (risas). Este nuevo sistema social pareciera ser de autoexplotación. Pareciera. De hecho, se nos pone en una situación donde la autoexplotación es algo inevitable. Este nuevo sistema, de alguna manera, es el que nos está explotando. Porque no tenemos la libertad para elegir ni siquiera el modo de explotación, si aparece en cuestiones como pagar los impuestos o viaja. No sé cómo se manejarán en la Argentina, pero en los Estados Unidos los sistemas informáticos se están actualizando todo el tiempo. Asimismo, toda la comunicación con la universidad yo la llevo con Internet: mis estudiantes me presentan los papers a través de Internet, yo los califico a través de Internet, y el sistema informático, que está continuamente actualizándose, me dice todo el tiempo que soy incompatible con los nuevos sistemas recién actualizados. Hago las actualizaciones para que se vuelvan compatibles, pero estos nuevos sistemas son incompatibles con otros programas que vengo usando en otras áreas… Entonces, en vez de dedicarme a enseñar, paso días y días tratando de actualizar mi computadora.

-En Volverse público asegura que Internet nos ofrece «una combinación de hardware capitalista y software comunista». ¿Esa mixtura estaría presente en los fenómenos de ralentización de la vida cotidiana?

-Es un nivel diferente. Sería el comienzo de la respuesta a la pregunta de por qué Internet es redituable, cómo genera recursos. Porque, si uno trabaja en Internet, si escribe en Internet, no le genera ningún redito económico a las empresas vinculadas con la web. Es diferente a lo que sucedía en períodos históricos anteriores: en términos marxistas, si estabas trabajando, llevabas ese rédito a las personas que eran propietarias del medio de producción. No es el caso en Internet que, de todos modos, genera recursos. ¿Cómo lo hace? A través de la hermenéutica. Porque Internet está interesado en vos no como escritor, sino como consumidor potencial. Analiza tu proceso de trabajo para anticiparse a tus posibles intereses y deseos de consumo. Si yo envío, por ejemplo, un texto vía mail a Buenos Aires, el sistema informático puede deducir que yo quizás necesite un hotel en Buenos Aires: de alguna manera planifica lo que necesito consumir para seguir produciendo. Cuando mando muchos textos por correo electrónico, me comienzan a llegar mensajes con avisos las mejores pastillas para la depresión (risas). Es que, en Nueva York al menos, se dice que escribir mucho es un signo de depresión.

-¿Habría que pensar, entonces, que los occidentales estamos inmersos en un doble discurso permanente? Internet tiende a parecernos un espacio privado aunque en realidad es público; se nos presenta como gratuito, pero no lo es tanto; nos sentimos libres y dueños de nuestras vidas, pero nos estaríamos autoexplotando?

-Primero que nada: lo que ocurre en Occidente ocurre en todas partes. Viajo mucho y lo que observo es que todo está unificado; nunca vi un país donde estas problemáticas no se produzcan. Habría que decir, en todo caso, algo sobre la falta de tiempo: considero que, en realidad, es falta de inmortalidad. Porque los seres humanos sólo tenemos tiempo si tenemos inmortalidad. Si sos inmortal, como en la fe cristiana, podés posponer. Si posponés, tenés mas tiempo. Si creés en el comunismo, también tenés una perspectiva de tiempo inmortal. Porque un comunista considera que el comunismo si no se concreta hoy, se podrá realizar en 100 años. Por el contrario, la religión de nuestra sociedad es una religión de finitud radical. Un nihilismo radical. No experimentaríamos el tiempo como tal si lo tuviéramos, porque nuestra experiencia del tiempo es en términos de falta. Si no tuviéramos esa falta, experimentaríamos al tiempo en términos de espacio.

-¿La sensación de que todo comienza y termina en una sola generación, este vértigo que Ud. suele vincular con la necesidad de novedad continua, complicaría aún más las cosas?

-Absolutamente. Dado que no tenemos este recurso del tiempo, asociamos la existencia humana con la existencia biológica de los cuerpos humanos. Es interesante, por ejemplo, lo que ocurre en el arte, donde la vanguardia estaba asociada con la idea del cambio. Sin embargo, hoy la vanguardia está asociada con la gente joven, sin importar que estos artistas jóvenes estén haciendo lo mismo que hacían las vanguardias del siglo pasado. Considero que esto ocurre porque todo está definido en términos biológicos.

¿Cómo se articula la idea del «diseño total» y de los individuos que aparecen como «artistas y obras de arte autoproducidas» con el modo contemporáneo de construir lo social?

-El diseño total no es el diseño del todo. Por ejemplo, Internet no tiene espectadores. Dios sería el único espectador de Internet, pero no hay espectadores humanos, es un ámbito que se basa en la autopresentación. Parece que nos presentamos en sociedad, pero nos presentamos para nadie o para nosotros mismos. Porque Internet funciona como espejo de nuestros propios deseos o intereses. Mandamos una pregunta, recibimos una respuesta. Es como mirar al espejo y verse a uno mismo: no se obtiene de Internet nada que no se hubiera pedido antes. No recibimos de la Red nada más que nuestra propia imagen. De este modo, el único tipo de relación que uno puede establecer con Internet es una relación narcisista. Podés engañarte a vos mismo y a tus amigos contando lo que pasa, pero eso es más o menos todo lo que ocurre.

publicado en La Nación

 

***

Volverse público —Introducción

Boris-Groys | Going Public