Suplantación Laboral y Rapto de la Identidad. Casos del Arte Contemporáneo

La Suplantación Laboral es un momento del Arte Contemporáneo tomado como Banco de Identidad. Un banco es un modelo financiero de valores en que se almacenan valores a un tiempo y unos intereses definidos. En ese banco de identidad los propietarios de las acciones permanecen ocultos y sólo se tiene noticia de sus gestores de circulación, inversionistas anónimos que llevan el proceso de inversión en unidades discretas de ejecución.

“Principio fundamental del galanteo: multiplicarse por siete, rodear siete veces a aquella mujer que se desea.”

Óptica, Walter Benjamin. Calle de dirección única.

La Suplantación Laboral es un momento del Arte Contemporáneo tomado como Banco de Identidad. Un banco es un modelo financiero de valores en que se almacenan valores a un tiempo y unos intereses definidos. En ese banco de identidad los propietarios de las acciones permanecen ocultos y sólo se tiene noticia de sus gestores de circulación, inversionistas anónimos que llevan el proceso de inversión en unidades discretas de ejecución. Los bancos de identidad son entidades corporativas multinacionales donde es impensable rastrear la procedencia originaria del capital. Los gestores de circulación han limpiado el terreno de toda posible huella de tal manera que es imposible una investigación en esa vía.

La suplantación laboral como Arte, ha sido posible como efecto de la reproductibilidad técnica del Arte. Walter Benjamin anunciaba la catastrófica situación que para la constitución de los efectos que sobre la realidad tuviera el arte, se producirían con esa ficción que creaba el poder reproducir la realidad como imagen, a partir de medios mecánicos de reproducción. Entonces hablaba de despedazamiento de eso único que podría haber producido la obra en su real manifestarse. EL aura. Lo inefable que cada obra conlleva en sí y que sería imposible poder pretender reproducir. En adelante la obra sería una entidad cada vez más fantasmal y ficticia. Más artificial. Una envolvente mentira de un aquí y ahora transpuesto como su vivacidad original. Benjamín usó ese término para denotar esta suplantación. Y lo llamó aura. Usando una acepción de la mística judía. La obra habría perdido el Aura. Su potencial inefable había sido reducido. No habría en adelante ya un ritual en derredor suyo, sino una exhibición. Y su traslado completo a la función política. El arte se habría transformado en Política.

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Los bancos de identidad son las zonas comunes de esos valores en que tiene lugar la exhibición que debe entenderse como un camuflaje conceptual de la circulación.

El problema de la inconmensurabilidad a la que se encuentra abocado el hombre contemporáneo por lo económico nos lleva a preguntarnos sobre la posibilidad de la compasión. ¿Realmente podemos ponernos en el lugar de los demás?

Se despedaza toda postura ética y moral. La compasión misma, el Amor.

La condición humana por lo económico es insoslayable. El humano queda reducido en su isla social, en que ha sido declarado insubsistente.

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Suplantar es una forma límite de transcripción. Entonces queda hecho trizas el argumento moral de ponerse en el lugar de otro. La posibilidad de la compasión queda anulada. Incluso quizá la empatía de la que hablara Husserl y que habría sido una justificación para la ética en la que habría de adscribirse el arte de nuestro tiempo.

La isla no sólo es social sino también lingüística. Porque esa intersubjetividad que se creía posible en el discurso no hace sino remitir a esa perpetua enajenación de los individuos. Cada individuo estaría aislado en su particular nicho social y lingüístico en espera de una comunicación que cada vez es más irrealizable.

Seres que son islas económicas. Un terreno vedado. Prácticamente indetectable.

Y por otro lado despedaza el leit motiv del Arte Político. La empatía, en su sentir laico. Y en su versión mística, la compasión.

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No hay posibilidad de permutar. A no es igual a B. A no puede ponerse en el lugar de B. A es el artista. B el humano promedio que el artista pretende suplantar. Y si A no puede ser B, si la suplantación es insubsistente, se destruye el argumento de la igualdad ante La Ley.

Es como la adopción. No es posible.

O el tema del género.

Lo que sucede es que estos motivos de lo humano obligan a pensar las cosas de otra manera. En otro plano ontológico que no se defina con el supuesto de la igualdad de los seres humanos. La identidad, etc. Si no, se encuentre un vector que pueda ser un contenedor real de toda permutación.

La suplantación también muestra la verdad relativa del arte. El arte nos haría creer por efecto de la reproductibilidad ejercida por los medios mecánicos de reproducción, fotografía, video, etc. Que tal suplantación de identidad es posible.

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La fotografía crea la ilusión de la suplantación, crea la ilusión de que un evento continúa manifestándose intacto e inconmovible. En realidad ese momento de captura es un momento deleznable, un momento en que performativamente se tiene la ilusión de que la realidad ha sido transformada. En realidad sólo ha sido un juego registrado en el encuadre. La realidad como tal sigue intacta. A sigue su rumbo y B sigue en su condición mísera.

La reproductibilidad ha creado la ilusión del suceso y lo ha registrado como testimonio. La reproductibilidad crea la ilusión de un testigo de los hechos. Nos acerca e involucra como testigos de ese teatro. Pero nada de ese suceder es real. Hemos sido testigos de una imagen y aceptamos el juego. Logramos cerrar el círculo de la suplantación.

La reproductibilidad introduce además otro matiz, el de la posibilidad retrospectiva. Pero deberíamos pensar que esa posibilidad es sólo una ilusión, otra ficción de la reproductibilidad. Una retrospectiva juega a hacernos creer en la existencia de un guion previo. En el mundo de las circunstancias, esa retrospectiva intenta hacernos coherente lo imprevisto.

Entonces uno podría pensar abismalmente en algo así como la muerte.

La muerte de la fotografía.

Como todas esas muertes que han sido enunciadas en nuestro tiempo.

La idea de que la superposición de planos vitales comparte todavía el mismo espacio-tiempo, el de la Democracia, es un exabrupto.

Todo ejercicio de suplantación es sólo un juego. Una ficción para el Arte.

 

Claudia Díaz, junio de 2015