Sudor

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Camisetas rotas con lemas irónicos/”inteligentes”, mugre, un día hermoso y libros caros. PrintedMatter Inc., New York Book Art Fair, 2014. MoMA PS1, Queens.

Nadie estaba preparado para el calor que hizo ese día. Yo no. Ellos, dentro de sus atestados locales, menos. Miles de personas rotando alrededor de mesitas pésimamente organizadas (mal montado = cool), prohibiciones de fumar reforzadas por vigilantes agresivos, Project Rooms confundidos (¿por qué en todas las ferias esos espacios siempre parecen invitados de segunda?), conciertos peores, proyectos editoriales web exhibidos en iPads cuyas pantallas nadie podía tocar, conferencias que buscaban presentar, obvio, las “intersections of art and activism”, ni un proyecto de mi país de origen. Un evento enorme de normalización de objetos cuya museografía es difícil de resolver.

Concedamos que la escena neoyorkina del arte contemporáneo parece (sólo “parece”), tener mayor consciencia de su cooptación por parte del 0.00003%. Y que, por lo mismo, trata de organizar eventos “en” “sus” “márgenes” como éste (en los márgenes del 0.00003%, vale decir). Sin embargo, el asunto no va mucho más allá. Termina siendo más de lo mismo: fiesta cara con sonido malo en lugar feo. Aquí, en la versión de exhibición pública de ediciones baratas de bajo tiraje, presentadas bajo los mismos parámetros de la industria editorial convencional –a la que, si quisieran o les interesara alterar, sus promotores podrían replicar sin eventos de firma de libros o conferencias autolaudatorias, sin la invitación a experiencias donde se proponga un “lively debate” que nunca aparecerá, etc.

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Evento también irónico e ”inteligente” al que –si no se estaba realizando un proyecto de RP trasnacional- no habría que ir. O sí, por ejemplo, para pararse junto al firmante y gritarle: “Do it!, Do it!, Do it!”, agitando la mano izquierda y sólo la mano izquierda. New York Book Art Fair, 2014. MoMA PS1, Queens.

Clive Phillpot, crítico que ¡ha hecho su carrera reseñando libros de artistas mientras analiza su progresiva institucionalización!, mostraba el giro hacia la privatización de la experiencia del libro de artista desde su misma aparición. En 1963, Ed Ruscha publicó Twentysix Gasoline Stations, para oponerse a la noción de libro de artista como equivalente de edición de lujo (U$3, en 1964). Diez años después, John Perrault defendía que ese tipo de ediciones poseían un amplio rango de acción por ser objetos “prácticos y democráticos […] no tan costosos […] portátiles, personales y, si se necesita, desechables.” Germano Celant, consumado paracaidista, hizo lo propio con su ensayo de 1971.

Para Phillpot, la cuestión tiene que ver, entonces, con la manera en que sea entendida la noción “de acceso democrático”. O bien esos libros pueden ser diseñados, producidos y distribuidos con base en estrategias pensadas para prolongar la latencia entre su aparición y su ingreso a una colección que los convierta en piezas de deleite privado; o bien, van directo del taller del artista al salón del comprador, “negando el potencial del proceso impreso.” Al parecer, hoy el esfuerzo se pone más en lo último: ediciones con tono –generacional (cochinito y bobo), emocional (tristón y de dibujo tembloroso), de época (vintage y vintage) –, que no atienden al hecho de su aparición y relación con el público al que van dirigidas. Preocupaciones sobre la tinta y el papel.

Sin embargo, este no es un mal Zeitgeist nuestro. Phillpot no deja de recordar que esta tara también afectó a Ruscha. El artista, a pesar de haber pensado producir un libro democrático en forma de libro democrático, cometió el error de firmar cada una de las piezas que imprimió. Y lo hizo: 400 rúbricas. Como cheques (falsos). No obstante, más tarde que temprano, decidió cumplir lo que prometía. Dos ediciones después entendió que hablar de apertura editorial y firmar copias era más mentir que hacer gestos artísticos. Por lo menos lo logró. Dejar de mentir, pues.

Asumir al dinero como variable de la producción de una obra, puede llegar incidir tanto como para que su autor aprenda a pedir limosna de manera sofisticada como para que sepa jugar a resistir sus dinámicas en las diferentes áreas de desempeño del campo. En las ferias de libro de artista, podría incluso servir para superar el gesto sonriente de la entrada gratuita y llevara hacia hacia algo más. Esta vez no fue.

 

–Guillermo Vanegas