Subversión y consagración en la curaduría de exposiciones

«La búsqueda de un honor cualquiera me parece además, un acto de modestia incomprensible»
G. Flaubert. Carta a George Sand, 28 de octubre de 1872

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El debate en torno al papel del comisario o curador en el campo del arte contemporáneo continúa alentando eventos, artículos y comentarios diversos. Justo acaba de dedicársele un artículo extenso en la revista Exit en el número de noviembre titulado “Críticos y comisarios frente a la crisis”, donde se recoge el parecer de un conjunto de comisarios, críticos de arte e intelectuales y prosigue alentando eventos en distintas instituciones que arrojan una variedad de preguntas en torno al tema. Es entendible dado el carácter de liderazgo que tiene el curador en el sistema de arte actual, lo que lleva aparejado una exigencia hacia la formación, la solidez profesional, la habilidad de gestión y la visión interdisciplinar de este. En muchos casos el curador viene a verse como una especie de iluminado o Mesías, llamado a solucionar las crisis de las instituciones, los problemas de gestión y la necesidad de internacionalización de los eventos y los artistas, entre otros.

Así como los cambios y revoluciones van siendo interpretados o moldeados por las distintas instituciones y agentes del campo artístico (comenzando por la academia o las escuelas y continuando con los programas, los profesores, los críticos de arte, las revistas especializadas, las galerías, instituciones, museos, etc.) que representan el lugar de reproducción de los saberes y distinciones que -según Max Weber- deben establecer aquello que tiene y aquello que no tiene valor de “sagrado” y hacerlo penetrar en la fe de los laicos; también está el curador, en algún escalón de la pirámide, quien adquiere la función de nuevo sacerdote que debe dar forma a los movimientos victoriosos y llevar a la canonización de determinados autores como “clásicos”.

La forma en que todo esto interviene en el trabajo del curador o viceversa, la forma en que el curador ha moldeado el mundo del arte que conocemos actualmente, con sus destellos de alternatividad y sus consagraciones, la expresa Arthur Danto en la siguiente reflexión: “la curaduría, como yo la designo, es realmente lo que define al mundo del arte hoy, y como los curadores de hoy se formaron en el espíritu de la alternatividad, los artistas emergentes tienen un stablishment artístico mucho más hospitalario que sus predecesores”. Afirmación que aunque puede ser válida en determinados casos, varía de acuerdo al curador y a la institución y contexto en que trabaje pues existen un sinnúmero de factores extraartísticos que influyen en la labor de un curador más allá del grado de transgresión de que este pretenda dotar a sus proyectos.

La labor de un curador no es sólo poner atención sobre tendencias que se van gestando, sino también arriesgarse a debatir los prejuicios del espectador, a cuestionar los paradigmas, a aventurarse con todo aquello que se excluye por aspectos determinados. Esto puede ir desde lo que es descartado bajo las etiquetas despectivas de ininteligible, confuso, vacío, complicado, oscuro, inconcluso, hasta las formas novedosas de presentar un tema “manido” (¿qué es lo nuevo bajo el sol?), o que llega a tildarse de mercantil, comercial y estereotipado. Todas estas exclusiones no hacen más que reflejar un recelo a comprometerse con el manejo de directrices no reconocidas por el campo del arte o con nociones que se han ido dictando desde ese terreno ambiguo de la opinión pública. El primer error es pensar que hay una forma de hacer curaduría, de ejercer este oficio, cuando se trata muchas veces de cuestionar todas las reglas y convenciones al uso, de reivindicar zonas marginadas de un campo o un artista específico, de legitimar cierta producción y circulación “marginal” del arte.

El curador: ¿un agente de subversión?

Como se debate en el mencionado texto de la revista Exit, la principal esfera de acción de muchos curadores se halla en el plano investigativo y crítico, desde el que muchas veces se pretende ver un supuesto descompromiso con el campo actual del arte, o por otra parte, existe el curador que sin disimulos se reconoce como un agente más del mundo comercial presto a descubrir y a interpretar las tendencias del mercado. Hoy en muchos textos se ataca decididamente el inmovilismo y provincianismo de escenas artísticas locales donde falta precisamente un curador que rompa con las jerarquías preestablecidas y las redes de relaciones interpersonales.

Primeramente, para entender las revoluciones y los cambios que se producen en el campo del arte y sobre los que debe atender un curador, podemos remitirnos a un enunciado como el que hiciera el sociólogo Pierre Bourdieu al afirmar:

Las grandes revoluciones artísticas no son hechas ni por los dominantes (temporales) que, aquí como en otros sitios, no encuentran nada que objetar a un sistema que los consagra, ni a los dominados tout court cuyas condiciones de existencia y sus disposiciones a menudo condenan una práctica rutinaria (utilizando en su crítica las mismas herramientas del capital cultural en juego) que puede alimentar las tropas tanto heréticas como guardianas del orden simbólico. Estas revoluciones incumben a esos seres bastardos y desclasados, cuyas disposiciones aristocráticas asociadas a menudo a un origen social privilegiado y a la posesión de un capital simbólico (en el caso de Baudelaire y Flaubert el prestigio sulfuroso enseguida asegurado por el escándalo) sostienen una profunda “impaciencia de límites” sociales, pero también estéticos, y una intolerancia altanera de todos los compromisos con el siglo.

Ahora, el sistema del arte ha cambiado desde la escena analizada por Bourdieu que nos habla de un empírico agente de subversión que se encuentra a una suficiente distancia de todas las posiciones favorecedoras del campo. Se llega a potenciar hoy la búsqueda de cualquier clase de legitimación y la pérdida del interés por todo confinamiento que sustituye el mítico artista maldito hasta llegar al artista como relacionista público y eje de un sistema de redes de trabajo colaborativo, que reduce muchas veces su egocentrismo al tener conciencia de la importancia que esa “búsqueda de honores” significa en el mundo actual.

Por otra parte, al artista “de vanguardia” le asignaríamos un curador de vanguardia, que se halle siempre atormentado por la eterna preocupación de lanzar movimientos e insertar artistas dentro de la indetenida maquinaria de renovación artística del campo, donde aún las escenas más inmóviles realizan uno que otro ajuste, y convirten al curador en una pieza imprescindible para los elementos consagradores (económicos, políticos, institucionales), que lo ven como “descubridor de talentos”. El curador es también el ente de fabricación de un producto, que se inicia en motivaciones personales, pero que está matizado por un sinnúmero de factores ajustados a preocupaciones teóricas, históricas e identitarias, hasta aspectos provenientes del campo de lo extra artístico como promocionales, comerciales, políticas o sociales. Su protagonismo puede bien disolverse en pos de los compromisos con determinados agentes o devenir en voz autorizada a la hora de legitimar obras y convertirse en !
vocero transmisor de información exterior.

Lissette Lagnado, curadora de la Vigésimo séptima edición del Bienal de Sao Paulo, respondió ante la pregunta sobre la metodología de un curador a la hora de identificar autores o tendencias de la siguiente forma:

Tendencia es un término que evito, pues remite para mi, a la moda, “las últimas tendencias de este verano, etc”, un hecho con altas y bajas, toda una topografía que podría ser un diagrama de los cambios de estilo en el arte. Pero no siempre lo que es “tendencia” en arte es lo que un curador debe presentar. No soy ingenua, se que una Bienal infla los precios y restituye dignidades para artistas que no tenían “visibilidad” nacional e internacional.

Es cierto, los curadores, motivados por su antológico papel de Mesías o descubridores de una “nueva fase” para el arte, le han brindado mucho espacio a elementos de subversión del stablishment, pero sin olvidar los elementos de negociación existentes y los diferentes niveles y circuitos que han estratificado el arte actual.

La internacionalización del trabajo del curador ha sido otro tema muy debatido al intentar insertar su trabajo en centros con gran visibilidad internacional lo que significa su gestión para un campo de significación más amplio. De esta manera el curador se convierte para los artistas en una especie de guía en terreno ajeno donde debe “ajustar” su arsenal de códigos, viabilizando el camino y salvándose de una autorreferencialidad y de una continua construcción de los principios de su propia percepción que anteriormente discursaban sobre temas muy localistas. La elaboración de un discurso propio a partir de obras ajenas le convierte en ese ente manipulador –en el mejor sentido- que propone y proyecta formas de englobar algo en tendencias, etiquetas y teorías, que luego colocan el producto a ser consumido por el espectador en determinado status de consagración, de vanguardia, novedad y ruptura.

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– Mabel Llevat Soy

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