Subordinación

Las obras de Reyes aquí son fruto de una serie de decisiones calculadas para controlar el impresionante caos que debió significar la realización de cada objeto. Mugre, polvo, falta de control del material, esfuerzo físico, probable intoxicación pulmonar por exposición reiterada ante partículas anisótropas, probable síndrome del túnel carpiano. Caos. Pero, en la sala, hay silencio y quietud. Antes que nada debemos asumir que no vemos nada. Que, tendremos que ponernos en juego con cada objeto y hacerle preguntas…

Santiago Reyes Villaveces, El año pasado, Galería Valenzuela Klenner, julio 14 – agosto 4 de 2012. Bogotá.

No es por resultar monotemático (o sí: es por resultar monotemático) que luego de ver El año pasado, recordé la sospechosa obsesión de algunos gobiernos por exhibir sus resultados de gestión. Entonces, pensé en lo fatal que debió haberlo pasado un señor que dirigía el Departamento Nacional de Estadística de un país, cuando se enteró que tras presentar unos escandalosos balances de crecimiento de pobreza en un país, era despedido sin explicación. Es decir: si ése era el único trabajo del hombre, mal (¿con qué iba a sostener su familia?); si hizo bien su trabajo, mal (¿lo echaron por juicioso?); si esa decisión tenía un sentido distinto al político, mal (¿lo descabezan para que asomen cifras brillantes?). Desgraciadamente, uno de estos factores primó más que los otros y, poco a poco comenzamos a creer que vivíamos en uno de los países con mejor distribución de la riqueza (sobre todo en las capas bajas, JA) y siempre quedábamos de terceros en la encuesta de humanos más felices, JA. ¡Nunca ganamos ese indicador! ¡Maldición! ¡Hizo falta un hombre con los pantalones necesarios para ir y cambiar al staff de Happy Planet Index o darles en la cara y eso! Fijo hubiéramos sido campeones. Miserables, pero alegres.

Entonces, dos readymades y ocho dibujos en que se trata de reprimir al máximo la presencia de su autor parecerían ser suficientes para afirmar que no existe ningún lazo entre ellos y el universo social donde fueron realizados. Los radicales del formalismo ahistórico sonríen satisfechos. Pero no. Aquí no se puede hablar de autismo inscrito en objetos elegantes. Porque la aparente facilidad en la ejecución de los dibujos lleva al engaño de creer que son piezas relajadas (“¿rayar una tabla?”). Y porque no hay exhibicionismo del talento (en serio, “¿rayar una tabla?”).

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Para concluir con el universo social: a dos reglas de aluminio que se suelen utilizar en modistería,  Reyes les borra las cifras desde cierto nivel. Luego, las cuelga a la misma altura. Destaca que a pesar de no contar con ningún orden secuencial aun sirven para medir, para trasladar distancias. Pero, unas distancias que se pueden acomodar a criterio de quien mide.

Piénsese en dos humanos. A uno le fascina -usemos esa expresión tan inmunda- “maquillar cifras”, va a la exposición y tiene una epifanía: qué delicia una herramienta estadística inspirada en la falta de concreción numérica de este patrón. El otro humano debe ilustrar la cubierta de un libro dedicado a analizar el desempeño económico de Colombia durante los últimos quince años, y no quiere arriesgar el puesto poniendo en la imagen fotos de personajes célebres ni nada por el estilo. Va a la exposición y entiende que las reglas estas podrían ser la solución a su problema.

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Para rematar el autismo formal en objetos elegantes: hay muchas horas-hombre en este trabajo. No se cubre de grafito una tabla de madera torcida en la punta con la sola inspiración. Hay que trabajar. (¡Trabajen!). Y conocer lo que se está haciendo. Hundirse en ese polvo negro pegajoso para saber que se hace una pieza con un recubrimiento inestable y se pone en circulación. La obra circula en el mercado y, lo más importante, en el tiempo. Cuando alguien la adquiera tendrá varios problemas de conservación, porque estará comprando un trozo de tiempo renegrido que va a envejecer. Es una obra triste, pero no patética (lo sería si se le vieran los rayones). A pesar de la melancolía que destila, está viva. Le sucede lo mismo que a las personas demasiado serias: no se sabe cómo sienten.

La decisión de Reyes es ser generoso con su trabajo para enseñarnos que toda noción de orden exije demasiado tiempo de pensamiento y movimiento. Esto se nota incluso en el montaje de la muestra. Hay un eje marcado por la tabla con la punta torcida y al fondo de cada nicho hay un dibujo. Ambos realizados en simultáneo. Debemos verlos y encontrarlos de nuevo cuando vamos por la sala.  Y cada uno de ellos procede del siguiente recorrido: el autor lleva bastante tiempo pensando en la profunda carga simbólica que tiene el hecho que el primer objeto de la colección del principal museo del país sea una roca que no pertenece a este planeta ni se sabe cuánto tiempo tiene. Entonces, toma una imagen web del aerolito del Museo Nacional, la imprime dos veces, calca y comienza a oscurecer los segmentos con menos luz de la fotografía. Hace una parte en un dibujo, luego la repite en el otro. Va de aquí para allá. Su mayor problema no es ofrecer una figuración del destino que aguarda a esta región, simplemente rayar sin dejar huella. Y para evitar el toque melodramático debe ser bastante cuidadoso en su encarnizamiento: está claro que el objetivo final es obtener el negro profundo mediante la aplicación reiterada de grafito sobre papel, pero el papel es delgado. Recordad amiguitos, aquí la cuestión es de ensañarse contra un soporte, no de llorar sobre él: si llegara a aparecer una grietecita, la más mínima, en la superficie, por allí podría desfogarse  cualquier cantidad de relatos sobre la muerte y el olvido y la violencia y ser artista en el tercer mundo, bla, bla, bla.

Siento que aun no he sido claro con lo del orden en esta exposición. Lo intentaré de otra manera.  Cuando se la toma como una categoría, la palabra orden se convierte en Orden y necesariamente necesita de su amiguito, Control. Control tiene una novia, Coincidencia. Control es recio e inconmovible, pero ama a Coincidencia porque sin ella, simplemente no existiría. El enemigo obvio de Control es Caos, y su parcerita es Impredicibilidad. Tenemos dos parejas perfectas. Nos les es extraña la violencia. Ambas cuentan con el uso excesivo de la fuerza para imponer un sentido a las cosas. Ahora, los humanos hacemos uso de ambas propiedades. Nos esforzamos por ordenar algo (“nuestras vidas”, por ejemplo). O intentamos imponer caos, también con esfuerzo. En ambas situaciones vamos a estar subordinados a un plan. Tendremos que hacerlo: “Si quiero arreglar mi vida debo comenzar lavando más seguido mis dientecitos…” o, “si quiero destruir a esa persona, debo comenzar hablando mal de ella con sus compañeros de trabajo (y luego clavarle mis dientes relucientes)…”, por ejemplo.

Las obras de Reyes aquí son fruto de una serie de decisiones calculadas para controlar el impresionante caos que debió significar la realización de cada objeto. Mugre, polvo, falta de control del material, esfuerzo físico, probable intoxicación pulmonar por exposición reiterada ante  partículas anisótropas, probable síndrome del túnel carpiano. Caos. Pero, en la sala, hay silencio y quietud. Antes que nada debemos asumir que no vemos nada. Que, tendremos que ponernos en juego con cada objeto y hacerle preguntas. No simplemente mirarlo en su superficie, no captar nada y pasar al siguiente. Esto exige entrenamiento, no se trata sólo de ver, comprender, memorizar y repetir una historia. Es algo más parecido al primer esfuerzo por hablar con una persona demasiado seria: aprender cómo escucharla.

 

–Guillermo Vanegas