Sin título de Arturo Duclos, con postdatas*

Me afirmo en la idea de que no es suficiente ir una sola vez al Museo de Arte Moderno de Bogotá, a ver la reflexión de los artistas latinoamericanos sobre la vocación de animalidad presente en algunos de nosotros, los llamados seres humanos. En esta oportunidad me demoré frente a Sin título, instalación de Arturo Duclos. Sin título es todo lo que alcanza a decir el artista a propósito de su construcción: ¿hay algo más que podríamos decir? Sus ideas son tan claras que es inocuo pretender decir algo más. No obstante, todo artista espera que sea mucho lo que se pueda decir de sus ideas. En efecto, si la humanidad es el motivo de su reflexión, o si su metáfora sugiere que la animalidad que promueve nuestra época ha roído hasta sus huesos a la humanidad, es mucho lo que podemos decir a este respecto. No obstante, estas dos interpretaciones son redundantes, la energía que transportan  los elementos con que fue construida la instalación invalida cualquier interpretación, esta energía se ha convertido en la presencia misma de la humanidad en el Museo. Estos elementos construyen el lugar, la memoria, el monumento, si se quiere, que orientará nuestra comprensión en adelante. Duclos afirma: una nación no se construye con base en la violación de los derechos humanos. Y si logra hacerlo no debe olvidarlo. Nos pregunta: ¿dónde están los monumentos que nos recuerdan nuestros muertos? ¿Qué inteligencia mendaz intenta desaparecerlos una vez más  de nuestro horizonte de comprensión? Los artistas contemporáneos responden que el arte ya no hace monumentos. Tienen razón cuando sospechan que hablar de monumentos es legitimar el proyecto humanístico con base en la idea de progreso. Se equivocan si se conforman con esta reducción de la humanidad.  Y nosotros, quienes no somos artistas, ¿qué le responderemos a Duclos?

POSDATA LUCAS OSPINA

Con el ánimo de persistir en una salida negociada al conflicto estético bogotano, sugerí, entre otros, los nombres de espíritus críticos con rostro como los de Lucas Ospina y Jaime Iregui para asumir responsabilidades en las instituciones que reciben dineros públicos. El lugar que ha construido este último, Esfera Pública, es el resultado de inquietudes e ideas plásticas que legitiman su participación en un proyecto de transformación de las políticas que dirigen nuestras prácticas artísticas en la ciudad.

Ahora, el Estado no puede justificarse en Botero y seguir haciéndose el de la vista gorda, sin hacerse responsable de una malversación de fondos públicos; si persiste en ignorar los reclamos que le hace la ciudadanía bogotana conocedora de estos asuntos, se deslegitima también junto con las instituciones involucradas; si insiste en delegar sus responsabilidades en instituciones privadas sin hacerles ningún tipo seguimiento efectivo, es decir, no burocrático, con base sólo en papeleos que tramitan secretarias y contadores. Debe comprender que si las universidades no pueden existir sin estudiantes, las instituciones artísticas tampoco tienen razón de ser sin artistas, que éstas no sobrevivirán sin la participación activa de sus artistas.

He mirado los argumentos estéticos recientes de Lucas Ospina desde otra perspectiva, para los económicos no soy competente. Menciona a Eduardo Serrano, a Beatriz González, a Doris Salcedo, a Alvaro Medina, a José Alejandro Restrepo, a Carolina Ponce de León, todos ellos reconocidos protagonistas de la vida artística de nuestro país. ¿No quiere decir esto que por el Museo de Arte Moderno han pasado, por no decir que allí se han formado, ilustres hombres y mujeres del arte? De ninguno de estos personajes nacionales podemos decir que han desaparecido, Dios no lo quiera, lo digo sin ironía; al contrario, todos ellos están produciendo obra importante.

En el fondo, coincido con la angustia de Lucas Ospina: ¿por qué, si antes ocurrían tantas cosas interesantes alrededor de las instituciones responsables del estimulo a las artes nacionales, por qué, repito, hoy sentimos que pasa tan poco, o casi nada, así nos dé la impresión de que pasan muchas cosas? Ospina parece articular las sospechas de muchos artistas contemporáneos: ¿debemos resignarnos a conformar  una comparsa o una carrosa más de feria para solaz y deleite de las masas en el día en que la solidaridad se vuelve espectáculo, es decir, vitrina de ventas, en la promoción de una imagen positiva para difundir en los medios masivos de comunicación?

Los artistas críticos tienen razón. No obstante, finalmente, sin ser artista, ¿qué es lo que queremos? ¿No es mediante el diálogo que podemos realizar las ideas que tenemos para el arte colombiano? Muchas intervenciones en Esfera Pública, han pedido que pasemos de la crítica a la acción. Por supuesto, esto sólo lo pueden realizar quienes tienen rostro en la red. Por eso he propuesto a quienes tienen rostro, no se trata de un concurso estético, sino de pensar ideas que revitalicen el arte colombiano, así en principio no estemos de acuerdo con ellos. El diálogo es el principio para la acción. De otra manera nuestras instituciones artísticas recibirán un mensaje equivocado: que la crítica institucional sólo es un género artístico más. Es decir, que es esteticismo sin más, que las críticas no pretenden introducir mejoras en el mundo, que es una modalidad más de expresión, y ya.

POSDATA VICTOR ALBARRACIN

La crítica se pervierte cuando la concebimos como polémica, como guerra, Polemos es el padre de todas las guerras. El crítico de arte no le hace la guerra al arte, al contrario, lo comprende, indaga por sus límites, trata de apuntalar sus desmesuras, lo acompaña en sus aventuras por las libertades; lejos está la crítica de arte de ser negatividad pura. La crítica de arte no tiene que ver con la pasión que manifiestan algunos comentaristas de futbol; la crítica es juicio, es un saber relacionar. Como vemos se constituye en el alter ego del artista, no poca cosa. La actitud crítica que  caracteriza al pensamiento moderno no puede reducirse al coraje del que hablaba Kant. Cuando Kant habló del coraje de atreverse a pensar para ser mayor de edad, no estaba pensando en la crítica como negatividad pura. La pensaba para establecerle  límites al pensamiento, para no llevar a la humanidad a un despeñadero.

POSDATA GLORIA ZEA

Consecuente con mi primera apreciación de Desaparecidos, volví al Mambo otro día. Estaba en la recepción, y, de repente, un grupo importante de ciudadanos y ciudadanas ingresaron al Museo. Satisfecho me dije: «qué bueno que vengan jóvenes ejecutivos al museo». Un minuto más tarde me di cuenta de que todos habían ingresado al restaurante, a suplir otras necesidades: en las otras salas los mismos tres gatos. Un poco más tarde, aquéllos charlaban, satisfechos reposaban su almuerzo en la sala del segundo piso, sin percatarse de lo que tenían a su alrededor. ¿De qué hablaban los amigos con sus amigas? No creo que se ocuparan de algo tan trivial para el pensamiento pragmático como es el destino de la humanidad.

Gloria Zea, mejor que nadie, sabe que el nacimiento del Mambo no surgió de un único útero, que su fortalecimiento no estuvo a cargo de una sola persona, que muchos artistas aportaron sus ideas, sus inquietudes y por supuesto sus obras; que el estado sigue invirtiendo recursos importantes en su consolidación, así algunos consideren que hoy agoniza. Tiene claro que cuando Marta Traba pensó en su nombre para la dirección del Mambo, lo hizo porque sabía que ella no dejaría que naufragara esta esperanza de una cultura que no estuviera constituida por bellotas para cerdos, tal y como la conciben los modelos económicos liberales.

Los artistas contemporáneos han captado nuestro presente más allá de ese tiempo mítico del que dan cuenta Botero, Obregón, Villamizar, y Negret. Esta es una oportunidad para que el Mambo invite a sus críticos, más que a  sus amigos lisonjeros, con el propósito de escuchar sus propuestas. La mía es que ingrese un grupo de artistas jóvenes de espíritu, a promover en el Museo actividades que relegitimen ante la ciudadanía bogotana esta institución. En principio, se puede pensar en un grupo conformado por maestros de los Andes, la Nacional, La Javeriana, La Tadeo, la Distrital, para reactivar el arte público en nuestra ciudad. Las facultades de arte de la ciudad, sus jóvenes, pueden llevar al Mambo el emblema que las identifica: el ave fénix. Por supuesto, otros actores pueden considerarse. Hablo de las universidades, porque éstas, mediante acuerdos con el Mambo, pueden facilitar la participación de sus maestros y estudiantes en el rescate del arte público para Bogotá, no se trata ni siquiera de rescatar moralmente al Mambo, el proyecto sería más ambicioso.

Cuando los artistas contemporáneos critican, quieren decir no están de acuerdo con las políticas con que se dirigen las prácticas artísticas en nuestra ciudad. Hacen énfasis más en la manera de relacionarse con el entorno que en el arte de dirigir estas instituciones. Sus críticas se dirigen hacia la primera. Doctora Gloria, no se deje coger la tarde. Marta Traba no se lo perdonaría. Escuche a sus críticos, créame, en el fondo la quieren; desconfíe de los lisonjeros, ésos no quieren el bien para la institución que usted tanto ama.

Jorge Peñuela


(*) Fotografía cortesía de Ernesto Monsalve, Departamento de Fotografía Museo de Arte Moderno de Bogotá.