Retícula

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Gabriel Silva, Ensayos sobre jardinería y pintura. Curaduría: Ximena Gama. Espacio Odeón, 19 de febrero-11 de abril. Bogotá. Fotografía:

Reto 1: La sede de la exposición se ha distinguido por albergar obras tridimensionales, instalaciones o montajes de teatro, por lo mismo suele verse como un enclave difícil para una muestra de pintura. Las paredes rotas, el aire pesado de humedad podrían terminar absorbiendo los cuadros, más si son de pequeño formato.

Reto 2: A la entrada de la muestra, un árbol seco y delgado, con sus raíces al aire, anuncia que quizá esta sea otra exposición más de variaciones botánicas (zzz), pintura adornada con flores (zzz), hojas disecadas al vacío (zzz), etc. (zzz). Sin embargo, avanzando un poco más, el gesto se reduce y de la pancarta vegetal se pasa a la miniatura encapsulada. La jardinería que se menciona en el título de la muestra habla de una relación silenciosa entre alguien que hace arte en un entorno adaptado a su gusto. La reconstrucción del nicho privilegiado de la creación modernista: el estudio del pintor.

Reto 3: Mucha pintura. De varios tamaños y a varios niveles. Cuadros donde Gabriel Silva demuestra que –por fortuna–, no cumplió el vaticinio de ser una estrella (más) del arte contemporáneo colombiano de la década de 1990 y que debió concentrarse en atender el típico problema de todo pintor después del expresionismo abstracto: ¿untar sin narrar? Paisajes que son capas de pintura acumulada; erupciones volcánicas que son manchas controladas donde unos humanos contemplan el espectáculo con deleite; cuadros cuyo fondo es un libro de anotaciones donde el artista deja ver cuántas veces pasó el pincel-dejó secar la pintura-la retiró-volvió a pasar el pincel-untó thinner-repintó; tablas desportilladas y descascaradas pintadas durante muchos días y cubiertas de laca; piedras como los huevos de dinosaurio de Cien años de soledad que flotan lo más de bien; nubes de ilustración de libro de biología; más erupciones que son pintura muy diluida y seca de manera horizontal; glaciares imaginados tal como enseñan los videos de documentales y exploradores. Representaciones espontáneas de una naturaleza de catástrofes. Ximena Gama dice en algún momento que Silva se esfuerza por crear “un mundo que se reparte entre la fantasía y la ficción”; más que eso, en esta exposición se puede encontrar el modo en que un pintor imagina haber sido contratado para hacer la dirección de arte de una saga ambientada en un futuro postapocalíptico, y entonces, hace desastres pintorescos.

Reto 4: Pintar en tiempos de instagram. Gabriel Silva parece estar dedicado a conocer la mejor manera de invertir la mayor cantidad de tiempo en la menor cantidad de espacio. Sus pinturas contienen muchas horas de trabajo donde más que el despliegue egocéntrico de un hábil memorizador de cánones, se pone en problemas con la técnica. Es posible notar que él hizo su obra para una era anterior a las redes de compartir fotos, porque pone dificultades a los amigui del selfie: una imagen con su obra de fondo no será otro yo-estuve-ahí. De hecho, no mostraría nada. Alguien sonriendo, quizás. Excediéndose en los detalles (el balance de quien gasta muchas horas de trabajo), recupera el conflicto entre fotografía y pintura. Sabe que si quiere dar cuenta del modo en que maneja el brillo, la densidad textural en cada cuadro, las marcas que deja con una punta sin filo, su reflexión con mucho tiempo de sobra, el observador deberá peregrinar hasta su trabajo. Más si es pintor, más si quiere aprender a pintar mejor. Y al contrario también: más si quiere ver algo distinto.

Reto 5: Los peces naranja y la cara de porcelana blanca. Declaración de principios decorativos. Surrealismo portátil. Pautas estéticas que envejecen.

 

–Guillermo Vanegas