Reflejo

Sueñe con que Colombia tiene un “pintor vivo más importante de Colombia”. En serio, trate de soñar con un pintor vivo realmente importante, de Colombia, que pinte de verdad. De pronto, en su sueño, usted se confunde con el que da entrevistas y regala gatos. Ese no.

Gerhard Richter, Pintura abstracta, 1991 (748/3). Óleo sobre tela. Gerhard Richter, Sinopsis. Museo de arte, Banco de la República, Bogotá, agosto-octubre, 2012.

Sueñe con que Colombia tiene un “pintor vivo más importante de Colombia”. En serio, trate de soñar con un pintor vivo realmente importante, de Colombia, que pinte de verdad. De pronto, en su sueño, usted se confunde con el que da entrevistas y regala gatos. Ese no.

Entonces, sueñe que el “pintor vivo más importante de Colombia” tiene recuerdos. Que diez años antes, por ejemplo, sacó una fotografía de su hija. Luego, en su sueño, él decide desempolvarla y pintarla difuminando sus bordes. Tiempo después le saca una foto a la pintura, la imprime en un papel adherente y la monta sobre una tabla (por fuera de su sueño, en la vida real, la ironía de la fatiga de los materiales le juega una mala pasada al pintor: cuando exhiben la imagen en el tercer piso del Museo de arte del Banco de la República, la gente se fija en que la superficie está interrumpida por una burbuja. Risas).

Ahora, sueñe con que aparece una nueva guerrilla en Colombia. Un grupo fuertemente jerarquizado, obviamente idealista e insensatamente radical. Ese país, como debe ser, tiene un gobierno. Y ese gobierno, como debe ser, desespera por mostrar resultados-en-el-control-del-terrorismo. Entonces persigue y captura a los líderes de la guerrilla idealista. Luego, los aniquila y 1) Exhibe sus restos con orgullo (por ejemplo, sus manitas); o, 2) Trata de restarle importancia al morbo (decencia). En su sueño, el “pintor vivo más importante de Colombia” consigue unas fotografías de los guerrilleros muertos y las pinta. Los cadáveres aun tibios en la morgüe. Como con el retrato de su hija, decide no hacer una simple copia de la fotografía: borronea los bordes de las imágenes (los pintores ahistóricos se mesan los cabellos). El espectáculo está garantizado. Vargas Llosa escribe un panfleto. La derecha se revuelca.

El sueño sigue. Más tarde, el “pintor vivo más importante de Colombia” se encuentra con la fotografía de un tío suyo que sirvió en una columna fantasma de las A.U.C. La pinta y la refotografía. La enmarca y no dice nada. No habla del conflicto que aquí nunca existió, ni se pone a dialogar con la muerte. Pinta a un hombre orgulloso, que porta un fusil como bien podría sostener una guitarra. No hay escándalo. Es decir, la izquierda se revuelca, pero nadie oye.

El “pintor vivo más importante de Colombia” vende, sus colegas lo acusan de oportunista. Luego, colabora en la organización de una muestra que abre con una recopilación de nombres de autores que él considera importantes, e inscribe su nombre dentro de la línea de tiempo. Otra vez le caen encima. El “pintor vivo más importante de Colombia” sufre mucho, pero le importa poco. Recuerda que sobre otro artista alemán, Dieter Schwarz decía que cuando hacía listas como esas, trataba de “mostrar un canon cuyo apoyo en el consenso social se debilita necesariamente”. Está de acuerdo. Su interés solamente es el de que lo recuerden. Tiene ochenta años, piensa en la muerte cada vez que no recuerda dónde dejó sus llaves. La lista de autores no tiene fecha.

En su sueño el pintor sonríe y pinta y le saca fotos a sus pinturas. Como él -el artista de quien hablaba Schwarz, el “pintor vivo más importante de Alemania”-, este autor también cree que la idea de la experimentación no se detiene con la edad.

Despierta y va a la exposición donde está la foto con la burbujita. Acude con la esperanza de encontrar muchas pinturas, bien hechas y enormes. Pero llega y se desilusiona con el tamaño. Usted es una persona ambiciosa. De hecho, le molesta que todas las piezas estén cubiertas con acrílico o vidrio. Le parece el colmo que un Cibrachrome este cubierto con plexiglás. Se ofende, bastante. Pero luego, cuando sale de la exposición lo piensa con mayor detenimiento y entiende que parte de la experimentación de una obra de arte puede implicar al espectador. Se recuerda agachándose para ver las pinturas, piensa que les estaba haciendo una venia. Lo hizo muchas veces. La idea, cree, no era la de proteger las piezas de la intervención de un observador de espíritu vandálico, sino que, quizá, como el artista intervino en su preparación, quizá se trate de un guiño a la manera pasiva en que solemos ver este tipo de objetos. Es decir, que a la reverencia común de mirar una pintura en posición erguida se puede oponer otra donde la quinesis del espectador resulte afectada. Como si alguien se la ocultara y se la volviera a mostrar.

Ya en la calle, cuando encuentra gente, la invita a que vaya. No les cuenta su sueño.

 

–Guillermo Vanegas