Repensar la política: redes, swarming y microestructuras

El activista no es alguien que se convierte en la mente del movimiento, que sintetiza su fuerza, que anticipa sus decisiones, que obtiene su legitimidad de una capacidad para leer e interpretar la evolución del poder; el activista es sencillamente alguien que introduce una discontinuidad en lo que existe. Crea una bifurcación en el flujo de palabras, de deseos, de imágenes, para ponerlos al servicio del poder de articulación de la multiplicidad; conecta entre sí las situaciones singulares, sin situarse en un punto de vista superior y totalizador. Es una persona que experimenta…

El uso de las herramientas de análisis de la red social nos está ofreciendo unas imágenes con interrelaciones muy complejas entre individuos y grupos. Estas imágenes son tremendamente fascinantes porque agregan multitud de datos y nos permiten entrever patrones –o posibles patrones, al menos–, ciertas regularidades. Pero con estos mapas no basta. Es necesario comprender la calidad de los vínculos en sí, qué es lo que anima a un grupo concreto a cooperar, incluso cuando sus miembros están atomizados y dispersos en el espacio. Estudios sociológicos y antropológicos anteriores nos dicen mucho sobre cómo las instituciones organizan un grupo (iglesias, empresas, organizaciones disciplinarias, por ejemplo) y sobre cómo las estructuras familiares y las jerarquías de estatus organizan a la gente en lugares estables. Sin embargo, cuando la fuerza de agarre de las instituciones y de las jerarquías vinculadas a un lugar físico disminuye, como está sucediendo hoy día, y cuando gran parte de la sociedad se convierte en un cúmulo de dispersiones de individuos móviles en espacios anónimos (la gran ciudad, el mundo, el espacio de las telecomunicaciones), el único comportamiento que se ha llegado a entender perfectamente es el comportamiento del mercado. Sabemos muchísimo (diría incluso que demasiado) sobre cómo las señales de los precios sirven para estructurar el comportamiento económico de individuos dispersos y móviles, que son siempre presentados como seres que realizan cálculos racionales para maximizar sus estrategias de acumulación (algo que suele conocerse como ‘individualismo metodológico’). ¿Pero es este comportamiento económico individual el único que podemos presenciar en el mundo actual? La respuesta, evidentemente, es no. O digamos más bien que, dentro del espacio de esas relaciones sociales tan débilmente determinadas que constituyen las señales de los precios y los mercados –ese espacio que el sociólogo de las redes Mark Granovetter denominó ‘lazos débiles’– han empezado a aparecer otros subconjuntos o formas relacionales.

Es precisamente ahí donde las cuestiones que se plantea la teoría de la complejidad adquieren sumo interés y resultan tan oportunas. ¿Qué es lo que otorga una forma y un patrón al comportamiento emergente? ¿Cómo podemos comprender la coherencia interna de grupos y redes autoorganizados? La primera respuesta parece encontrarse en la figura del swarm. La palabra swarming describe un patrón de autoorganización en tiempo real que parece surgir de la nada (o ser emergente) pero que aún así es reconocible porque se repite de una forma más o menos rítmica. El swarming es una primera imagen de la autoorganización. Se trata básicamente de un patrón de ataque, y aquí cabe recordar la definición clásica dada por los teóricos militares Arquila y Ronfeldt en su libro The Zapatista ‘Social Netwar’ in Mexico: el swarming se produce cuando las unidades dispersas de una red de pequeñas fuerzas (y quizá de algunas grandes) convergen en un mismo blanco desde direcciones múltiples. El objetivo primordial consiste en mantener presión sostenida de fuerza; las redes de swarm deben ser capaces de unirse rápida y ágilmente contra un mismo objetivo, y después romperse y dispersarse, sólo para estar inmediatamente preparadas para reagruparse y emprender una nueva presión.

La observación y la descripción del swarming nos han dado una imagen temporal de actividad emergente, que añade sin duda un aspecto dinámico que estaba ausente en los mapas de red estáticos. Esto es algo muy interesante para cualquiera que intente comprender los tipos de comportamiento que parecen estar asociados con las redes y, de hecho, con una ‘sociedad en red’. Pero esta imagen dinámica del swarming ¿nos dice realmente cómo se produce la autoorganización? Lo dudo. La prueba está en que los teóricos militares estadounidenses e israelíes han elaborado modelos dinámicos de lo que ven como la táctica del swarm y ahora afirman utilizarlo como lo que ellos denominan una doctrina (véase, por ejemplo, el aleccionador texto de Eyal Weizman, «Walking through Walls», publicado recientemente en Radical Philosophy). Sin embargo, no creo que el ejército pueda integrar nada que se parezca ni remotamente a la autoorganización, mediante la que los individuos coordinan entre sí acciones de forma espontánea. Se trata, de hecho, de la antitesis de su estructura de mando jerárquica. De nuevo, este ‘panorama’ puede ser engañoso, incluso aunque sea dinámico. Lo que resulta interesante –y es fundamental comprender– es la forma en que los individuos y los grupos pequeños coordinan espontáneamente sus acciones, sin recibir órdenes. Esto es autoorganización; esto es comportamiento emergente. ¿Pero de qué ‘ecología’ emerge (por utilizar el término de Albert)?

Estoy empezando a pensar que hay dos factores fundamentales que ayudan a explicar la coherencia de la actividad humana autoorganizada. El primero es la existencia de un horizonte compartido –estético, ético, filosófico y/o metafísico– que se construye paciente y deliberadamente con el tiempo, y que da a los miembros de un grupo la capacidad de reconocerse entre sí como pertenecientes al mismo universo referencial, aunque estén dispersos y sean móviles. Es algo que se podría concebir como una ‘creación de mundos’. El segundo factor es la capacidad de coordinarse temporalmente a distancia; no sólo el intercambio de información entre un grupo disperso, sino también el intercambio de afecto, de acontecimientos únicos que se están desarrollando continuamente en lugares concretos. Este intercambio de información y afecto se convierte posteriormente en un conjunto de pistas que cambian constantemente, que se reinterpretan constantemente, sobre cómo actuar en el mundo compartido. El aspecto de flujo del intercambio significa que el grupo está evolucionando permanentemente, y es en este sentido en el que es una ‘ecología’, un conjunto de interrelaciones complejas y cambiantes; pero esta ecología dinámica tiene coherencia y durabilidad, se hace reconocible y singular dentro del entorno más amplio del planeta y sus poblaciones, debido al horizonte compartido que vincula entre sí a los participantes en lo que parece un mundo (o, de hecho, un cosmos, cuando entran en juego creencias metafísicas o religiosas).

Maurizio Lazarrato me puso sobre la pista de esta idea con un artículo que publicamos en el número 15 de Multitudes. Lazarrato sigue el concepto deleuziano de ‘modulación’ para mostrar cómo las grandes empresas luchan por crear mundos de percepción estética y afecto dirigidos a productores y consumidores con el objetivo de reunirlos en lo que aparentemente son unas comunidades coordinadas bajo las condiciones dispersas de la vida contemporánea. Se trata de algo que hacen a través de los medios, que crean entornos estéticos que internalizamos mediante ‘estribillos’ que se repiten rítmicamente, sean sonidos, colores, palabras, etc. Lazzarato muestra cómo estos mundos, incluso a pesar de sus diferencias y su pluralidad (Coca-Cola, Nike, Microsoft, Macintosh) se ajustan a un ‘modelo mayoritario’, que es precisamente el de la producción y el consumo capitalistas, estructurados por los aparatos burocráticos estatales y las instituciones transnacionales que han formado entre ellos. Sin embargo, el punto que cabe destacar es que, en las sociedades hiperindividualizadas, incluso estas formas de comportamiento normalizadas ya no se ven conformadas directamente por estructuras institucionales. En su lugar, se observan múltiples iniciativas y una auténtica batalla estética por crear y mantener los universos referenciales en cuyo marco se eligen posibles alternativas constantemente.

Pero esta creación de mundos no depende exclusivamente de grandes empresas y no se produce sólo con el grado de simplicidad y esterilidad que tantos ejemplos nos brinda el terreno comercial. Describir el contenido específico a partir del que se crean mundos de significado más ricos y extensos, y detallar los efectos de las herramientas y los procedimientos específicos que permiten transformarlos constantemente y coordinar acciones dentro de los límites de sus horizontes son tareas de una teoría de la complejidad que persigue comprender cómo los grupos organizan su propio comportamiento cuando ya no se ven influidos de forma determinante por las instituciones tradicionales. Bateson apuntó una vía hacia esta lectura de un enfoque cibernético, una lectura de procesos de retroalimentación con su «Steps to an Ecology of Mind». Guattari intentó crear modelos aún más dinámicos de estas ecologías humanas, especialmente en su interesante y curioso libro Cartografías esquizoanalíticas. Éstas siguen siendo seguramente las referencias más importantes para el arte de componer mundos mutables, donde el objetivo de los participantes es llevar adelante una transformación continua de los propios parámetros y coordenadas en que se basan sus interacciones (esto se entiende también como ‘cibernética de tercer orden’, en que el sistema no sólo produce nueva información, sino nuevas categorías de información). Sin embargo, hoy día, es la socióloga Karin Knorr Cetina quien ha expresado todas estas nociones con mayor claridad y utilizando los términos más asequibles. Sus ideas nos vuelven a llevar a las redes y a sus operaciones concretas, con el concepto de ‘microestructuras globales’. Tal como explica en Complex Global Microstructures:

“La sociedad industrial moderna creó formas ‘complejas’ de organización que gestionaban la incertidumbre y la realización de tareas mediante sistemas interiorizados de control y conocimientos. Pero la complejidad era institucional; conllevaba mecanismos sofisticados de múltiples niveles de coordinación, autoridad y compensación que garantizaban un funcionamiento y un rendimiento disciplinados. Una sociedad global tiende hacia una forma de complejidad distinta; una complejidad que emana de arreglos más microestructurales y del aumento de mecanismos de coordinación afines a los encontrados en sistemas de interacción (…) La principal intuición que motiva el concepto de una microestructura global es que las formas verdaderamente globales, por las que entiendo campos de práctica que se conectan y se expanden por todos los husos horarios (o tienen el potencial para hacerlo), no deben por qué implicar una expansión de la complejidad institucional social. De hecho, es posible que sean más factibles si evitan las estructuras institucionales complejas. Los mercados financieros mundiales, por ejemplo, en que se han encontrado microestructuras, desbordan la capacidad de dichas estructuras. Estos mercados son demasiado rápidos, cambian a tal velocidad que no pueden ser ‘contenidos’ por instancias institucionales. Los sistemas globales basados en principios microestructurales no presentan complejidad institucional, sino más bien las asimetrías, la imprevisibilidad y las travesuras de patrones de interacción complejos (y dispersos); una complejidad que se deriva, utilizando los términos de John Urry, de una situación en que el orden no es el resultado de procesos sociales purificados y siempre está entrelazado con el caos. Estos sistemas, más concretamente, manifiestan una dinámica observacional y temporal que es fundamental para su conectividad, sus principios autoafectivos de automotivación, sus formas de ‘externalización’ y sus principios de contenido, que substituyen a los principios y mecanismos de la organización compleja moderna.”

Knorr Cetina, en artículos centrados en las microestructuras de las finanzas globales, también demuestra cómo las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en red permiten a los participantes de la microestructura verse y reconocerse entre sí, observando y comentando los mismos acontecimientos, a pesar de que la microestructura está muy dispersa y no todos los participantes (ni siquiera la mayoría) estén viviendo cerca del acontecimiento en cuestión. Cetina, de forma muy sugerente, reinterpreta la idea tan extendida de las redes como un sistema de canales que transmiten contenidos para insistir en su lugar en el aspecto visual o conceptual de las TIC (from pipes to scopes). La información es importante para coordinar las acciones; pero es la imagen la que mantiene el horizonte compartido e insiste en la urgencia de la acción dentro de ella (sobre todo a partir de lo que Barthes denominó el ‘punctum’ o ‘choque fotográfico’, es decir, ese algo que rompe con la aburrida monotonía de la imagen y te toca afectivamente). Para entender cómo funciona todo esto, es fundamental comprender qué es diferente en cada caso: las “ecologías” son muy distintas, según las coordenadas o parámetros que dan lugar a la microestructura concreta. Tomemos como ejemplo el caso del movimiento del software libre. Por un lado, tenemos un horizonte ético común que está constituido por textos y proyectos modelo: las declaraciones de Stallman y el proyecto GNU; el trabajo de Torvald; la Licencia Pública General o GPL en sí y todos los principios sobre los que se asienta, especialmente en cuanto a autoría (que posibilita el reconocimiento del esfuerzo personal) y apertura del código resultante (que posibilita una cooperación amplia); ensayos como La ética del hacker; proyectos como Creative Commons; la relación de todo esto con antiguos ideales, etc. Por el otro lado, tenemos modos de coordinación concretos a través de internet: Sourceforge y los innumerables foros dedicados a cada proyecto de software libre serían un buen ejemplo de ello. Todo esto presenta el mínimo de complejidad institucional posible (nadie está realmente obligado a hacer nada de determinada forma), y se da en una situación de plena automotivación y autoafecto entre miembros dispersos que, aún así, pertenecen a una red muy reconocible, coordinada temporalmente en torno al desarrollo de proyectos específicos, en que el orden está obviamente entrelazado con el caos. Y también evidentemente, esta microestructura global concreta influye en el mundo.

Otro gran ejemplo, aunque quizá sea algo más difuso y complejo, se encuentra en el desarrollo de los movimientos altermundialistas. De nuevo, encontramos los horizontes compartidos de la justicia social, la concienciación ecológica, la resistencia al poder jerárquico (del Estado y de las grandes empresas), con referencia a toda una serie de textos y diversos momentos míticos de acontecimientos ejemplares (Seattle, Génova, Cancún, por ejemplo). Después, vemos los sistemas de coordinación, entre los que se cuentan canales de internet (Indymedia, un sinnúmero de sitios web y listas de distribución electrónicas), pero también foros y reuniones (encuentros zapatistas, contracumbres, foros sociales, campañas activistas). De forma aún más clara que con los proyectos de código abierto, los movimientos altermundialistas son un universo de universos: el conjunto de movimientos intenta diferenciarse a sí mismo de la denominada ‘globalización capitalista’, mientras se establecen y se mantienen multitud de otros horizontes más específicos dentro de esa diferenciación más general.

Tanto los movimientos de software libre como los movimientos altermundialistas han presentado comportamientos de swarming. De hecho, la misma idea del swarming surgió de una forma de solidaridad concreta entre ONG internacionales y los zapatistas.

En cuanto al código abierto, se podría considerar que todos los proyectos entre iguales (peer-to-peer) que aparecieron tras la ilegalización de Napster son ofensivas de swarming contra las industrias proveedoras de contenidos. Se observa ese patrón clásico de convergencia, ataque (en este caso, produciendo nuevos programas para compartir contenidos), y disolución para volver a convergir en otro punto (un nuevo programa, quizá para compartir videos, como Bit Torrent, o una versión pirata de un sistema DRM). Por supuesto, en cada ocasión se observa la implicación de individuos y grupos distintos, diferencias en cuanto a filosofía y modo de acción; pero el horizonte compartido hace que todas esas diferencias se reconozcan como pertenecientes, de alguna forma, a un mismo conjunto. Ahí radica la complejidad de la autoorganización. Estos mismos procesos de acción se observarían si se analizara la historia de Mayday en torno a la flexibilidad laboral. Pero está claro que si se analizan todas estas cosas en términos ‘ecológicos’, se obtiene un panorama mucho más rico, un panorama que no está limitado a la dinámica visible del swarming.

En mi opinión, estas tendencias hacia la aparición de microestructuras globales en un entorno institucional debilitado llevan décadas produciéndose. Pero está claro que se alcanzó un punto de inflexión cuando una microestructura con un horizonte religioso especialmente fuerte y un conjunto de herramientas relacionales y operativas particularmente bien desarrollado, Al Qaeda, fue capaz de golpear los centros de acumulación de capital y control militar de los Estados Unidos (las Torres Gemelas y el Pentágono). De repente, la capacidad de las redes para operar a escala mundial, de forma independiente e impredecible, empezó a aparecerse como una crisis que afectaba a las estructuras profundas del poder social. En aquel momento, la figura del swarm se convirtió en el tema principal de todas las discusiones militares; y, más en general, la cuestión de si la teoría de la complejidad podría predecir realmente el comportamiento emergente de las redes autoorganizadas se convirtió en una especie de prioridad de las ciencias sociales. El artículo de Knorr Cetina mencionado sobre macroestructuras trata sobre Al Qaeda (aunque su trabajo anterior sobre microestructuras está centrado en los mercados de divisas). Pero al tiempo que el interés por el swarming y la teoría de la complejidad pasaban a ser prioridades de las ciencias sociales oficiales, uno se daba cuenta de que en todo el mundo se estaban llevando a cabo importantes intentos para ‘sobrecodificar’, para estabilizar las formas relacionales tan peligrosamente móviles que habían sido desencadenadas por la generalización del mercado y sus débiles lazos.

Por uno lado, hay un intento por hacer valer las normas del mercado del mundo neoliberal mediante la fuerza militar y, así, culminar el proyecto imperial que ya se ha revelado claramente anglo-estadounidense, tanto por su origen como por sus objetivos. Este intento queda bien manifiesto en el libro The Pentagon’s New Map, de Thomas Barnett, donde el autor explica que el objetivo de la política militar estadounidense debe consistir en identificar las ‘brechas’ en la red mundial de las finanzas y el comercio, y ‘cerrar la brecha’, mediante el uso de la fuerza si es necesario. La tesis (en la que se basó en parte la invasión de Iraq) es que sólo una expansión continua del mercado mundial y de sus tecnologías ‘desterritorializadoras’ puede llevar la paz y la prosperidad, y acabar con las creencias religiosas atávicas de las que se alimenta el terrorismo, y durante este proceso, racionalizar el acceso a los recursos que el sistema mundial capitalista necesita para seguir produciendo ‘crecimiento para todo el mundo’.

Por otro lado, sin embargo, lo que vemos como respuesta a esta expansión del mercado mundial son retrocesos hacia formas soberanistas o neofascistas de nacionalismo, y puede que, de forma más significativa, intentos por configurar grandes bloques económicos continentales donde la inestabilidad y el caos relativo de las relaciones de mercado se podrían supeditar a algún tipo de control institucional. Estos intentos se pueden concebir también como ‘contramovimientos’, en el sentido que dio al término Karl Polanyi: respuestas a la atomización de sociedades y a la destrucción de instituciones que han provocado las actividades sin restricciones de un mercado que, supuestamente, se autorregula. Éstos incluirían, por ejemplo: el propio ALCAN; la Unión Europea, que ha creado su propia moneda; la ASEAN+3, que representa el intento del Este Asiático, fallido hasta la fecha, de establecer un bloque monetario estabilizado que ofrezca protección contra las crisis financieras desencadenadas constantemente por el neoliberalismo; el proyecto venezolano del ALBA, que está planteando la cuestión de posibles programas de cooperación industrial para una América Latina que está virando hacia la izquierda; y por supuesto, el ‘nuevo califato’ de Oriente Próximo, propuesto por Al Qaeda y el resto de movimientos salafistas y yihadistas. Puede que alguien con más conocimientos pueda hablar sobre lo que está sucediendo en este ámbito en la confederación rusa, en el subcontinente indio y en África.

Creo que en los próximos años todo el mundo tendrá que ir adoptando una postura con respecto al proyecto imperial de un mercado mundial, y a los nacionalismos regresivos y los procesos más complejos de formación de bloques. Todas estas cosas se contradicen entre sí y están en el origen de los conflictos del mundo actual. En este sentido, las impresiones que compartió Guattari a fines de los años ochenta en Cartografías esquizoanalíticas han resultado ser proféticas:

“Desde tiempos inmemoriales, y en todas sus formas históricas, el empuje capitalista siempre ha combinado dos componentes fundamentales: el primero, al que llamo desterritorialización, está relacionado con la destrucción de territorios sociales, de identidades colectivas y de sistemas de valores tradicionales; el segundo, al que denomino movimiento de reterritorialización, está relacionado con la recomposición, incluso a través de los medios más artificiales, de marcos individuados de personalidad, estructuras de poder y modelos de sumisión que son, si no formalmente parecidos a los que ha destruido dicho empuje, al menos son homotéticas desde una perspectiva funcional. A medida que las revoluciones desterritorializadoras, ligadas al desarrollo de la ciencia, la tecnología y las artes, barren con todo lo que encuentran a su paso, surge también una compulsión hacia la reterritorialización subjetiva. Y este antagonismo se acentúa aún más con el espectacular crecimiento de los campos de las comunicaciones y la informática, hasta el punto de que éstos últimos concentran sus efectos desterritorializadores en facultades humanas tales como la memoria, la percepción, el entendimiento, la imaginación, etc. De esta forma, se expropia de raíz una determinada fórmula de funcionamiento antropológico, un determinado modelo ancestral de humanidad. Y creo que esto sucede como resultado de una incapacidad para afrontar adecuadamente esta tremenda mutación en que la subjetividad colectiva se ha abandonado a la absurda ola de conservadurismo que estamos presenciando actualmente.”

La pregunta que nos permite plantearnos la teoría de la complejidad es la siguiente: ¿cómo nos organizamos para dar una respuesta viable a la doble violencia de la desterritorialización capitalista y a la reterritorialización nacionalista o identitaria a la que inevitablemente da lugar? Hay que entender que este dilema no adopta la forma del cristianismo frente al Islam, de Estados Unidos frente a Oriente Próximo, de Bush frente a Bin Laden, sino que surge más bien del ‘núcleo’ del proyecto modelo, en que el potencial humano es ‘expropiado’. Desde el 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos –y por arrastre todo el llamado ‘mundo occidental’– ha exacerbado lo abstracto, hiperindividualizando la dinámica de la globalización capitalista y, al mismo tiempo, reinventado las figuras más arcaicas de poder identitario (Guantánamo, la fortaleza europea, la dicotomía entre majestad soberana y mera vida). Guattari habla de un ‘empuje’ (drive) hacia la desterritorialización y de una ‘compulsión’ (compulsion) hacia la reterritorialización. Esto significa que ninguno de estos polos es inherentemente positivo o negativo; lo que sucede, más bien, es que ambos están integrados en las formas violentas y opresivas que ahora vemos desarrollándose a un ritmo tan espantoso y deprimente. El efecto final es convertir la promesa de un mundo sin fronteras en algo ajeno, frío e incluso criminal, y al mismo tiempo, precipitar una crisis, una decadencia y un retroceso de las instituciones nacionales, que cada vez parecen más incapaces de contribuir a la igualdad o al respeto de la diferencia.

De modo que la cuestión que surge es si uno puede participar conscientemente en la fuerza improvisadora, asimétrica y parcialmente caótica de las microestructuras globales, haciendo uso de la relativa autonomía de éstas de las normas institucionales como una forma de influir en una reterritorialización más positiva, en un equilibrio más sano y dinámico, en una coexistencia mejor con el movimiento de desarrollo tecnológico y unificación global. Esta cuestión no es una mera abstracción intelectual. El punto fuerte de Knorr Cetina es que la unificación global no puede producirse a través del proceso institucional porque es demasiado compleja como para ser gestionada de ese modo; en su lugar, toman la delantera microestructuras más ligeras, más rápidas, menos predecibles. Evidentemente, no hay nada que garantice que estas microestructuras sean beneficiosas. Las formas que adoptarán siguen siendo una incógnita; dependerán de las personas que las inventen. En su último libro, Lazzarato comenta:

“El activista no es alguien que se convierte en la mente del movimiento, que sintetiza su fuerza, que anticipa sus decisiones, que obtiene su legitimidad de una capacidad para leer e interpretar la evolución del poder; el activista es sencillamente alguien que introduce una discontinuidad en lo que existe. Crea una bifurcación en el flujo de palabras, de deseos, de imágenes, para ponerlos al servicio del poder de articulación de la multiplicidad; conecta entre sí las situaciones singulares, sin situarse en un punto de vista superior y totalizador. Es una persona que experimenta.”

No obstante, las conclusiones del libro dejan claro que lo que se debería buscar no es una huída ciega hacia lo impredecible. El punto de esta experimentación consiste en encontrar articulaciones [agencements, que también se podría traducir como microestructuras] que puedan oponerse a los poderes de la sociedad actual, literalmente mortíferos, y ofrecer alternativas. En mi opinión, en la mayoría de los casos, esto no puede suceder en el ámbito local de retirada (aunque puede ser algo fecundo) ni en el ámbito de instituciones y debates institucionales (aunque éstos serán esenciales para aguantar lo peor), sino más probablemente en el ámbito regional o continental, especialmente allí donde las economías principales se desbordan hacia sus periferias y viceversa. Éste es el ámbito donde se está desarrollando la política más importante en estos momentos, el ámbito en que están funcionando los grandes circuitos económicos y en que se están produciendo constantemente tremendos daños ecológicos e injusticias sociales. Lo que falta realmente son todo tipo de experimentos trasfronterizos, formas de subvertir las macroestructuras de inclusión/exclusión y de redibujar los mapas de coexistencia. En última instancia, se necesitarán nuevos tipos de instituciones y nuevas formas de relacionarse con las instituciones, para que haya alguna esperanza de estabilizar las cosas y sobrevivir a la tremenda transición que está teniendo lugar actualmente. Pero aún no hemos llegado a ese punto, y no parece que se vaya a producir ningún acontecimiento en el futuro más inmediato que desencadene el proceso. Parece más bien que gran parte del peligro y las promesas del momento actual se pueden encontrar en las complejas relaciones entre redes, swarming y microestructuras.

Brian Holmes
http://www.euromovements.info/yearbook/index.php/Movements_subgroup_report

Nota: las traducciones de las citas son libres y no han sido revisadas por sus respectivos autores.