La Bienal del Whitney

La tradicional Bienal del Whitney Museum de Nueva York reúne escultura, pintura, instalaciones, fotografía, danza, teatro, música, cine, video, y performance. La exhibición, ambiciosa como todo proyecto que pretende resumir dos años de producción artística -y por ende, más sujeta a críticas por su selección y por los criterios aplicados para la inclusión y exclusión de creadores-, no sólo ofrece un muestrario donde las categorías, medios, soportes y formas van mucho más allá de las artes visuales, sino que plantea además una noción de campo artístico en constante expansión, donde los cruces y diálogos disciplinarios son la norma…

La tradicional Bienal del Whitney Museum de Nueva York reúne escultura, pintura, instalaciones, fotografía, danza, teatro, música, cine, video, y performance. La exhibición, ambiciosa como todo proyecto que pretende resumir dos años de producción artística -y por ende, más sujeta a críticas por su selección y por los criterios aplicados para la inclusión y exclusión de creadores-, no sólo ofrece un muestrario donde las categorías, medios, soportes y formas van mucho más allá de las artes visuales, sino que plantea además una noción de campo artístico en constante expansión, donde los cruces y diálogos disciplinarios son la norma.

Dawn Kasper. This Could be Something if I let it, 2012. Foto: José Miguel Palacios. 

Tal como lo indican los curadores Elisabeth Sussman y Jay Sanders, la Bienal no es más que una manera de celebrar la permanente redefinición de lo que significa el arte y el trabajo de un artista. No es sorpresa, entonces, que los proyectos intermediales y performáticos se roben la atención.

Gisèle Vienne, Dennis Cooper, Stephen O’Malley, Peter Rehberg. Last Spring: A Prequel, 2011. Foto: José Miguel Palacios

La instalación Last Spring: A Prequel, concebida por Gisèle Vienne, con textos de Dennis Cooper y música original de Peter Rehberg y Stepehn O’Malley, consiste de un animatronic de un adolescente, que en un inquietante diálogo conversa sobre la naturaleza del mal con un muñeco que sostiene en su mano.

Para este grupo de creadores, la utilización de este tipo de materiales (Vienne trabaja recurrentemente con muñecos a escala humana y Cooper, por su parte, ha explorado en su poesía y novelas experimentales el territorio del mal) no conlleva meramente un fin provocador, sino que posee una dimensión moral: la necesidad casi terapéutica de enfrentar y “encarar las cosas horribles”, como afirma Vienne. Esta obra es la precuela, como su título indica, de un proyecto teatral más grande, diseñado como un hotel laberíntico lleno de situaciones horrorosas, del cual un adolescente intenta escapar.

En Travailler Je ne Travaille pas (working the no work), la artista griega Georgia Sagri desarrollará una serie de performances con el objetivo de producir un libro. Sagri invitará a filósofos, activistas, artistas y trabajadores para moldear el concepto de “trabajar el no trabajo”. El espacio concebido por Sagri mezcla proyecciones de cine, video, audio y una serie de elementos y objetos que buscan representar el trabajo desde la casa. Estos objetos funcionan como utilería que Sagri usa en sus performances, para desarrollar las ideas del trabajador independiente, de la explotación, de las huelgas, y también para reflexionar sobre la relación entre capitalismo y estado. Los resultados de este proyecto son inesperados, pues Sagri juega no sólo el rol de performer, sino también de diseñadora, ilustradora y, sobre todo, editora, aglutinando las ideas aportadas en las performances y devolviéndolas al espacio de la instalación.

También hay performances de danza y teatro. Entre las primeras, destaca la presencia de Sarah Michelson, artista en residencia a lo largo de la Bienal, quien en Devotion Study #1 –The American Artist, viste una cabeza de caballo y se mueve lentamente a través de un espacio amplio, blanco, pero cercado. A través de detalles como las estructuras de luz esculturales, los diseños del piso y el vestuario, que se repiten como motivos artísticos, Michelson obliga al espectador a pensar el juego de relaciones que existen en la danza entre el coreógrafo, la obra, el estilo y los legados y tradiciones artísticas. Devotion fue inspirada por un texto escrito por Richard Maxwell, dramaturgo y director teatral, quien también es artista residente de la Bienal y se hace presente con una obra sin título. En realidad, no es una obra propiamente tal, sino que Maxwell y su compañía New York City Players (a quienes además se les puede ver en Nueva York hasta el 11 de marzo con la obra Early Plays, dirigida por Maxwell y con la colaboración de la célebre compañía The Wooster Group) abren los ensayos de una nueva producción al público. No hay otro objetivo que el responder a las circunstancias específicas que plantea el ensayar mientras el museo está abierto al público. Así, el trabajo de Maxwell busca reconfigurar los límites de la práctica y la experiencia teatral.

Kelly Reichardt. Meek’s Cutoff, 2010. Foto: José Miguel Palacios.

En cuanto a cine y video, la muestra es amplia y diversa, aunque aquí los curadores corren menos riesgos que en otras disciplinas. La oferta es más canónica (podría verse incluso como una selección de lo que cada año se presenta en la sección Views from the Avant Garde del New York Film Festival organizado por el Lincoln Center), aunque por lo mismo responde bien al cartel de “resumen” de la producción de los últimos años. Una apuesta curiosa, aunque sin duda muy interesante, es exhibir la trilogía de Oregon de Kelly Reichardt (Old JoyWendy and Lucy, y Meek’s Cutoff), una cineasta lejos de la vanguardia y experimentación con la que se puede asociar a un evento como la Bienal del Whitney, pero alguien que sin embargo trabaja desde los márgenes del cine independiente, con una propuesta artística de minimalismo narrativo, contemplación paisajista y sutil crítica política.

Mike Kelley. The Mobile Homestead in front of the abandoned Detroit Central Train Station, 2010. Foto: Corine Vermuelen. Cortesí: Whitney Museum.

Ya más en el terreno clásico de la experimentación en cine y video, destacan las obras de Michael Robinson, Luther Price, Jerome Hiler, además de consagrados como Thom Andersen (y su clásico Los Angeles Plays Itself), el documentalista Frederick Wiseman (Boxing Gym), y los recientemente fallecidosGeorge Kuchar y Mike Kelley (a cuya memoria está dedicada la Bienal).

Vincent Fectau, Untitled, 2011. Foto: José Miguel Palacios. 

Joanna Malinowska, From the Canyons to the Stars, 2012. Foto: José Miguel Palacios.

Si se trata de manifestaciones artísticas más tradicionales, destacan las esculturas de Vincent Fectau y Matt Hoyt, la pintura abstracta de Andrew Masullo, la fotografía de Moyra Davey (a quien ya habíamos reseñado en la muestra New Photography 2011 de MOMA), la escultura/instalación/video de Joanna Malinowska (From the Canyons to the Stars), etc. Son en total 51 artistas y la exhibición es tan rica como inabarcable.

Andrew Masullo, 5030, 2008–10. Cortesía: Whitney Museum

Hay, no obstante, algunos imperdibles. Por el momento, ya que varias obras son instalaciones/performances que aún no se desarrollan, mencionamos tres. Una de las instalaciones que probablemente dará mucho que hablar pertenece a Wu Tsang, artista nacido en Massachusetts y radicado en Los Angeles, California. Green Room es un espacio escenificado como bar/cabaret, donde además se proyectan dos canales de video que documentan el Silver Platter, un bar en Los Angeles que se ha convertido en hogar de la comunidad LGBT de inmigrantes latinos desde 1963. Uno de esos canales de video corresponde al documental de TsangWildness, que se exhibe en mayo como parte de la muestra de cine y video. En esta instalación, los límites que separan los objetos, utilería, el espacio y la performance artística se difuminan. Tanto el documental como la instalación propiamente tal (que además posee la función de vestuario para los múltiples artistas que poblarán el cuarto piso del Whitney), exploran la noción de un espacio seguro, cuestionando las limitaciones al mismo tiempo que la protección que un lugar como este ofrece a grupos marginados y discriminados.

Wu Tsang, still de WILDNESS, 2012 (en proceso). Cortesía: Whitney Museum

También notable es el trabajo fotográfico de Latoya Ruby Frazier, quien critica el uso bucólico que una reciente campaña publicitaria de Levis le da a su pueblo natal, Braddock, en Pennsylvania. La artista interviene estas imágenes, escribe leyendas, y las exhibe como “ficción”, oponiéndolas a la “realidad” que ella ve en su pueblo, en progresivo declive económico desde el colapso de la industria del acero en los setenta. El falso igualitarismo de los eslóganes de Levis (“El trabajo de todos es igualmente importante”) queda en burda evidencia al yuxtaponerse a las crudas imágenes de Frazier que muestran la marginalización que sufren los adultos mayores y los afroamericanos en su lucha por mejores oportunidades económicas y acceso a salud.

Latoya Ruby Frazier junto a su exhibición. Foto: José Miguel Palacios

Finalmente, en Hearsey of the Soul, el cineasta alemán Werner Herzog construye un imponente espacio de meditación y trascendencia, en el cual se proyectan aguafuertes del artista holandés Hercules Segers (1590-1638), desconocido contemporáneo de Rembrandt, y que para Herzog marca nada menos que el comienzo de la modernidad. Dice el alemán sobre Segers: “Sus paisajes no son para nada paisajes; son estados mentales, llenos de angustia, desolación, soledad, una visión parecida a la de los sueños”. Las proyecciones van acompañadas de la música de Ernst Reijseger y juntas constituyen una experiencia fascinante de contemplación estética.

Werner Herzog, Hearsey of the Soul, 2012. Foto: José Miguel Palacios.

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Jose Miguel Palacios

publicado por Artishock