Punticos

Hay algo extraño con la obra de este artista caleño: provoca la divagación impune sin intentarlo. Al contario de lo que sus dibujos parecen buscar (un observador atento, la ansiedad por que se detecte el apunte inteligente), lo que suelen encontrar entre quienes han escrito sobre ellos es –cuando les va bien-, poesía barata.

Panorámica de la exposición Dibujos, de Bernardo Ortiz. Galería Casas Riegner, febrero 9-abril 29 de 2011. Bogotá

Hay algo extraño con la obra de este artista caleño: provoca la divagación impune sin intentarlo. Al contario de lo que sus dibujos parecen buscar (un observador atento, la ansiedad por que se detecte el apunte inteligente), lo que suelen encontrar entre quienes han escrito sobre ellos es –cuando les va bien-, poesía barata. 

Ahora, al sujeto se le admira en este país. Bastante. En una reseña de su participación en un evento de 2007 se decía que su obra tenía “cuatro puntos cardinales […] el dibujo, el papel, la cotidianeidad y el silencio”, y que “su manera de abordar el dibujo es, en todo el sentido de la palabra, contemporánea”. Eso son halagos que le quedan bien a cualquiera (“hola, ¿cómo estas? Mira que con esa forma de dibujar te ves de lo más contemporáneo”), y no dicen nada. El asunto aquí es que en las pocas reseñas que existen sobre su trabajo el halago reemplaza la observación. Parece que quienes han escrito sobre su obra no la han visto. Por supuesto, ése es un problema de los espectadores. Pero es algo que se convierte en epidemia cuando se riega a través de, por ejemplo, una nota de prensa. En la reseña de la exposición de Bernardo Ortíz que se publicó en el periódico El Espectador el 17 de febrero de 2011 –con todo el semblante de un infomercial pagado por la galería-, al autor le caen encima con afirmaciones como

 “su obra está llena de comentarios literarios y musicales que saltan de un lugar a otro y se encuentra marcada por un trazo hiperrealista, en formato miniatura como si estuviera hecho para miopes, como lo es el mismo artista.”  

Hay que reiterar que un texto de esa calaña no es culpa suya. Sin embargo, me pregunto por qué siempre que hace una exposición a Bernardo Ortíz le sucede lo mismo, lo toman como justificación para hacer mala literatura. ¿Por qué inspira adefesios como este escrito, por ejemplo? Alguien deberá saberlo, yo no; yo escribo horrible. 

De cierta forma, apreciar una exposición suya es como resolver un test. En ese sentido, Ortíz sabe de nuestra aptitud por obtener satisfacción visual y la fastidia: si vamos a ver algo, esperamos que se nos revele pronto, si no, lo abandonamos y decimos que perdimos el tiempo. Además, su obra es repetitiva hasta el cansancio. En este punto marca un énfasis por no abandonar una línea de pensamiento y por explorar más y más en un mismo tema. Eso puede generar una interpretación superficial de aburrimiento. Incluso, puede producir una segunda lectura –que funcionaría más como burla- de pretensión. Y ambos apelativos le caben. Por una parte es plana y silenciosa; por otra, es engreída a más no poder, nos mira sobre el hombro. Que jartera.

Otro elemento que destaca es que parece un trabajo bien hecho. No revela errores. Si escribe chiquito, lo hace tan bien que se debe leer claramente lo que el artista leyó. Si imita una tipografía ésta debe parecer tipografía. Si mancha, la mancha debe ser controlada. Si riega algo, es porque eso debería haber sido regado tal como quedó. Si usa papel que permita calcar, éste no debe absorber la humedad. Si dibuja sobre otro papel, pues va y compra Fabriano. Perfecto. (Aunque en esto último no se parece al “personaje obsesivo” con que nos vienen timando en los comentarios que se han escrito sobre esa exposición, sino a lo que es, y entonces se pierde parte del encanto: vemos a un artista común y corriente, preocupado por la factura (el acabado, la venta)). 

Decía que su obra es perfecta. Tanto que la presencia de errores se calcula. En la reunión de sus dibujos para la Casas Riegner éstos vienen a aparecer hasta la fecha del 23 de octubre. Y el mayor es el que está el 28 de octubre: una mancha roja, grande, molesta, sobre la palabra Héroes. Qué cosas, si la mancha hubiera estado sobre la palabra Pulgas, que también se ve en la muestra, podría haber sido un errorcillo. Pero, como sucede sobre la de la palabra que designa a los hombres que por algo se distinguen, pues entra al campo de la narrativa: ¿qué diría un sociólogo que quiere hablar sobre arte contemporáneo al ver este error? Simple,  que “el artista da cuenta de una situación actual y emite un comentario comprometido con… bla, bla, bla”. 

Para los que somos estúpidos pintando o dibujando, o quienes creemos que un dibujo debe ser la pre-presentación visual de algo, entonces esa obra no será más que punticos verdes, rayitas grises, palitos pintados de blanco, fechas en tinta roja y letra pequeña. Nos parecerá haber ingresado a un Spa cuando estemos en la sala del fondo. Extrañaremos música New Age. Pobrecillos, seremos tan torpes. No habremos entendido.

Para quienes tengan la calma y la inteligencia de dejarse convencer de la reflexión de Ortíz, verán confirmada una sospecha que tenían desde hace tiempo: que ellos sí saben dónde están parados. Pero que, también, son egoístas: eso que saben no lo cuentan a nadie, o lo hacen a través de más punticos, más apuntitos, más buenas lecturas. Mejor no lo habría podido decir alguien: “for most people, time is such a natural phenomenon, that we are not aware that it is constantly passing by and that every minute that comes is different to the one before”

 

Guillermo Vanegas