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Tras haber abandonado la pésima idea de convertir una excelente propuesta en un monumento a sí mismo, Franklin Aguirre comenzó a tomar decisiones útiles. Por ejemplo, orientar el programa de educación informal en artes impulsado por la Cámara de Comercio de Bogotá. Plataforma 3 es la versión más reciente del proyecto Artecámara tutor. En él revela el efecto que su gestión ha tenido en el afianzamiento profesional de una población de artistas distinta a la localizada en el eje Macarena/Teusaquillo/Barrio-abajo-de-la-80-gentrificado-con-arte.

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En primer plano, Robert Saldarriaga, Rueda suelta; al fondo a la izquierda, Edicson Amado, Resistiza. Tiza al Piso. La Tiza que Resiste. Plataforma 3 (Artecámara tutor). Curaduría: Franklin Aguirre. Sala de exposiciones Cámara de Comercio (Chapinero), 12 de marzo-11 de abril. Bogotá.

Tras haber abandonado la pésima idea de convertir una excelente propuesta en un monumento a sí mismo, Franklin Aguirre comenzó a tomar decisiones útiles. Por ejemplo, orientar el programa de educación informal en artes impulsado por la Cámara de Comercio de Bogotá. Plataforma 3 es la versión más reciente del proyecto Artecámara tutor. En él revela el efecto que su gestión ha tenido en el afianzamiento profesional de una población de artistas distinta a la localizada en el eje Macarena/Teusaquillo/Barrio-abajo-de-la-80-gentrificado-con-arte.

Pero no sólo eso. Cuando se examina el modo en que han sido recibidas las distintas exposiciones que ha realizado bajo esa franquicia, se aprecia una interesante división de criterio frente a los resultados que podría obtener en el mediano plazo. Los promotores del arte vegetal/de punticos, ya cansados con los dividendos del monopolio, ven el modelo con esperanza; los contradictores del arte político/darero, no descartan que muchas de esas obras y/o sus productores terminarán bajo las condiciones de un mercado interior pequeño y reacio al aprendizaje. De hecho, ambas perspectivas coinciden en su conclusión: artistas buenos podrían terminar en manos de gestores no tan buenos (en todas las acepciones del término).

Del lado de las obras hay entonces, inteligentes soluciones formales–que algunos compradores podrían ansiar (Sergio Jiménez, Jorge Guarín)–; o poseedoras del atractivo de la información de primera mano –que algunos museos del postconflicto querrían acoger (Yira Yaya, Miguel Arosemena, Christian Cely)–; o que apuntan al relato maximalista de la protección ambiental –aun ausente en curadurías y tesis de maestría (Carolina Borrero, Robert Saldarriaga) –; o a la representación cuidadosa de los peligros de la vida cotidiana sin filtro post-estructuralista (Alexa Ospina, Ángela Gaitán, Daniela Ospina).

A diferencia de exposiciones donde priman la erudición histórica, la (in)suficiencia teórica o el consenso activista, la curaduría de Franklin Aguirre aporta afinidad objetual. Muestra arte que enseña a mirar. Por ejemplo, los nuevos modos del recelo social, los nuevos lugares del miedo urbano o el posicionamiento político alrededor de debates vigentes.

Los primeros podrían estar ambientados en una instalación sonora, donde Alexa Ospina recuerda que las viviendas de interés social de hoy son cajones construidos con los materiales más baratos que admite la legislación urbanística (paredes de dry-wall e icopor, pisos de delgadas placas de concreto, asbesto-cemento por todo lado), donde la intimidad es una ficción que se altera por filtración “no sólo de agua, sino también del existir del otro”.

Los segundos, en la reflexión con que Jorge Guarín acompaña su retrato de la fragilidad del policía joven, mediante macanas de cerámica ordenadas en serie: generaciones egresando del sistema de educación publica para terminar arriesgando su existencia en “algunos de los lugares más peligrosos de la ciudad como las calles oscuras, los puentes peatonales y las estaciones de Transmilenio.”

El tercero, en una serie de pequeñas esculturas tejidas en crochet de Gloria Venegas, donde la artista visualiza el “desarrollo del bebé durante las primeras 12 semanas de gestación en que el aborto es legal”, para ponernos frente a un debate no resuelto por el confiable y veloz aparato judicial colombiano, que para ella, además, lleva hacia un diagnóstico de la sociedad en su conjunto: “esa práctica hace parte de una problemática que proviene tanto de la inequidad como de la descomposición social.”

Posturas como esa suelen escasear en el ecosistema de exposiciones formales y/o políticas de la ciudad. Sin estar de acuerdo con su postulado, es necesario resaltar que la curaduría de Aguirre haya permitido la presencia de un discurso donde no se trata tanto de la representación del cualquier forma de duelo vía artista interpuesto, como de manifestar molestia en primera persona sin buscar aquiescencia crítica.

Por decisiones como ésa, Plataforma 3 complejiza la composición socio-cultural del campo artístico local. Muestra que en él hay una capa de grosor político y sofisticación visual mayor a la que sale en (y se convierte en canon desde) los medios de comunicación. Obliga a mirar hacia un sector mucho más amplio, que hay que escuchar con creciente respeto, para aprender lo que tiene que decir –u oponérsele–, y que cuenta con la fuerza suficiente como para construir sus propios escenarios. Por ejemplo, fuera de la lista de contactos de dos o tres curadores genéricos, el apego a genealogías artísticas de lo ya conocido o el fracking entre tres facultades de arte de la ciudad.

 

–Guillermo Vanegas