Protesta contra la cultura

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Hace relativamente poco, un año y pico, Cine Tonalá sede Bogotá, rima encontrada, aparece para competirle a la estrecha oferta de cine y vida nocturna en la ciudad. Compran una casa de clásico barrio cachaco y la resucitan. Es tal el espacio que ofrecía su arquitectura que ponen barra de licores, cocina, sala de conciertos/proyecciones, y un bar en el ático. El segundo piso lo habitan dos tiendas: la tienda oficial del lugar y NADA. Nada es una palabra de contenido envidiable. Uno cae en problemas de lenguaje que no hacen parte de una conversación agradable al intentar esclarecerla. NADA es la palabra que usan como nombre para la tienda que montaron María Paola Sanchez y Andrea Triana en uno de los espacios del segundo piso de la casa. Es una tienda de libros especializados y delicados objetos que van más allá de lo decorativo. Ponen a disposición del público una serie de producciones, muchas de ellas locales, que no tienen una cabida en los típicos mercados comerciales. Además de las dos tiendas, queda disponible un espacio que hace las veces de pequeña galería, en donde se han organizado exposiciones de trabajos de varios artistas colegas.

Sobre el piso de madera de la vieja casa resucitada como epicentro de la vida nocturna y cultural de un anteriormente aristocrático barrio bogotano, se extienden cuatro carpas de camping verde olivo, idénticas, no tan grandes, organizadas una al lado de la otra en serie; sus puertas de acceso, entreabiertas mirando hacia el mismo lado. Como en un conjunto planificado de casas, parecieran la maqueta de algún proyecto inmobiliario que construía casas sencillas e iguales en proporciones simétricas, cuando había todavía espacio en la ciudad para construir casas. Muy en realidad son carpas de camping nuevas y por dentro solo tienen sendos montones de fotocopias. Son fotocopias de instrucciones para hacer carteles de protesta, bajadas de internet y sin pudor alguno impresas.

Gabriel es del tipo práctico. Ahora anda abordando al objeto comprado para elaborar discursos narrativos sugerentes o antinarrativos, más de graciosa inspiración dadá, como los que expuso anteriormente en MIAMI, Bogotá y en (BIS), Cali. Esta vez su discurso aterriza en el popular y delicioso campo de la rumba y la cultura chic. Va y siembra de manera superficial sus carpas, saca sus impresiones; arruma contra una pared unas letras cortadas en una especie cartón plástico derivado del petróleo inyectado con aire, montadas cada una con mangos de madera en pequeños fondos amarillos; las letras en negro, tipográficamente desvergonzadas, propias de esa publicidad hecha por personas que no estudiaron diseño; y en una esquina también deja caer dos largos palos de balso que sostienen un par de metros de tela negra. Una gran pancarta negra, en blanco. En la misma pared sobre la que se apoya la pancarta incompleta, hay montados varios recortes medianos de cartulina igualmente negra. Recortes con las siluetas de los mapas de Colombia, Estados Unidos, Venezuela, Rusia, entre otros que no detallé pues vi la exposición a vuelo de desidia de arte. Los mapas estaban dispuestos formando un perímetro de manera que creaban un círculo de vacío interior. Cada mapa contaba con un par de ojos de plástico con pupila que rebota por dentro estilo muñecos baratos.

Perezosa disección de un arte político que se ríe de sí mismo: Cualquier aproximación a las estrategias de elaboración de obras de arte prefabricadas a partir de los elementos previamente elaborados por la industria, tiende a verse con desconfianza. El público está sediento de grandes valores individuales, y antes que nada se saborean con demostraciones técnicas en tanto su efectividad en la representación. Sin embargo, hay casos en los que reconocen alguna elocuente retórica simbólica.

Una señorita de largas piernas apretadas en su sintético de cuerina y entaconada, de labial rojo prominente, extrovertida, preguntó mientras yo estaba en NADA, hablando con María Paola y Andrea, ¿Esas carpas, las venden? ¿O son una instalación? Sin alcanzar a contener una risita de pudor al lanzar la duda. Son una instalación, sonreímos. ¿Ah? ¿Sí son una instalación? Sí, le confirmamos.

La señorita se devolvió a revisar lo que antes había visto con el escepticismo necesario para tener que preguntar. Su incredulidad se volvió decepción. Claramente tuvo un brote de luz en medio de su apreciación, arrojó una hipótesis de arte contemporáneo.

Leer la referencia prefabricada y su instrucción falsa sobre los movimientos sociales dentro de una sociedad que produce y se reproduce a sí misma también en serie, justo allí dentro de este otro centro diseñado para el entretenimiento de los afortunados, se me antoja como un codazo a ese vecino totalmente invulnerable ante lo colectivo. Ese mismo vecino difícilmente encontraría fines estéticos dentro de significaciones políticas. Mucho más cómodo, más tranquilizante y privilegiado, es observar las categorías clásicas, admirar la belleza en las proporciones y en las virtudes materiales.

«Las entrañas del mundo», titula el nombre de una publicación que Gabriel Mejía estrenaba esa noche, y por extensión el de la instalación. Este sería su segundo título con Jardín Publicaciones, si no estoy errado. Para la pieza literaria faltará otra reseña.

 

Andrés Felipe Uribe