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En primera estancia, el crítico-acrítico decide empezar su propia corriente crítica dados los estándares (o formas de comportamiento) insatisfactorios que encuentra en el medio artístico que conoce (¿qué conoce?).

En segunda estancia, recurre a la amarga idea de formular una especie de normativa que guie a los posibles críticos-acríticos afines a sus proposiciones altamente beligerantes y controversiales. Dada esta contextualización, el crítico-acrítico impone que:

1.El crítico-acrítico adoptará de forma voluntaria la postura de evitar emitir públicamente un juicio destructivo, pues se niega a permitir un aumento desmedido de sus niveles de egosterona.

2. Del mismo modo, el crítico-acrítico evitará generar e imponer cánones de  representación adecuada puesto que es consciente de su posición subjetiva en un oficio que está altamente relativizado. Acéptese todo esto, porque al defender su posición a capa y espada dará como resultado un inevitable e innecesario aumento de sus, tan cuidados, niveles de egosterona.

3. Así, el mismo acto de escribir acerca de sus concepciones estéticas ya es de hecho un signo del aumento de su egosterona, por lo que, en cuanto a crítica pública se refiere, el crítico-acrítico guardará silencio. Que lo hagan otros (A ver a cómo está la sensatez).

4. Alguien preguntará ¿Sumisión?

5. No, –pensará el crítico-acrítico–  prudencia.

 

 

Camilo Villoria