Premio Luis Caballero: entre lo serio y lo solemne

Un pendón sobre la fachada de la Galería Santa Fe anunció, durante la mayor parte del año pasado, la quinta versión del Premio Luis Caballero; de un tirón despachaba las seis exposiciones de este ciclo de exposiciones. El letrero era un apocado arrume tipográfico que no le hacía justicia a la grandilocuencia que exhibieron en la premiación el “alcalde Samuel Moreno Rojas, la secretaria de Cultura, Recreación y Deporte (e), Yaneth Suárez; y la directora de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Ana María Alzate Ronga” cuando “encabezaron el acto solemne cumplido en el Planetario Distrital”. El boletín de prensa oficial insistió, dos veces y con el mismo adjetivo, sobre lo “importante” del premio: “es el referente internacional del arte colombiano y se ha consolidado como el reconocimiento nacional más importante para artistas plásticos mayores de 35 años con una trayectoria sobresaliente de mínimo 10 años en el campo artístico profesional. Este, es el premio más importante que otorga el Distrito Capital”…

Un pendón sobre la fachada de la Galería Santa Fe anunció, durante la mayor parte del año pasado, la quinta versión del Premio Luis Caballero; de un tirón despachaba las seis exposiciones de este ciclo de exposiciones.

El letrero era un apocado arrume tipográfico que no le hacía justicia a la grandilocuencia que exhibieron en la premiación el “alcalde Samuel Moreno Rojas, la secretaria de Cultura, Recreación y Deporte (e), Yaneth Suárez; y la directora de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Ana María Alzate Ronga” cuando “encabezaron el acto solemne cumplido en el Planetario Distrital”. El boletín de prensa oficial insistió, dos veces y con el mismo adjetivo, sobre lo “importante” del premio: “es el referente internacional del arte colombiano y se ha consolidado como el reconocimiento nacional más importante para artistas plásticos mayores de 35 años con una trayectoria sobresaliente de mínimo 10 años en el campo artístico profesional. Este, es el premio más importante que otorga el Distrito Capital.”

El pendón no era solo líchigo en su diseño, su contenido comunicaba otra reducción: eran solo 6 exposiciones de las 8 que debían haber sido. El jurado de selección de la Quinta Versión del Premio Luis Caballero dejó dos cupos desiertos por “considerar que las propuestas restantes no tenían una sustentación conceptual contundente, no hacían un uso adecuado del espacio, y/o no eran viables económicamente.” A esto había que sumar que los proyectos que llegaron a esta instancia solo fueron 19.

Bien visto, el Premio Luis Caballero no es tan “importante” como se publicita, sobresale más por el declive de otros certámenes que por la “importancia” que le dan sus organizadores. La “Bienal” del Museo de Arte Moderno se hace ahora cada tres o cuatro años y es tan bajo su perfil que para ahorrarle la infamia a sus participantes reserva el dinero de los premios para el pago de la nómina. Los Salones Nacionales de Artistas ya no son de artistas, son de “temáticas” y sus coronas de reinas, primeras princesas y segundas princesas pasaron a mejor vida (dicen que ahora el reinado es entre curadores).

Hay uno que otro premio que solo ofrece “premio”: una suma desmedida de dinero que justifica olvidarse de la estética y exponer en un corredor de piso crujiente y junto a otros competidores ansiosos de ganarse la lotería; este es el caso del  Salón Nacional de Arte Bidimensional que organiza la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (“325 artistas con más [de] 500 trabajos”). Tal vez a esa cultura de buhardilla, canelazo, boina y biberón es a lo que el Alcalde Samuel Moreno se refirió en el “acto solemne” cuando dijo: “Hablar de Bogotá, es hablar de la Bogotá Bohemia, cultural, cuna de muchos artistas y de muchos premios como el Luís Caballero…”

Los premios son un imán para la solemnidad, sus reglamentos, sus comités de jurados, sus deliberaciones, sus actas, sus ceremonias, sus discursos y, sobre todo, sus galardones tienen la función de dar una impronta de desmedida grandeza a una parafernalia de latón y oropel. Son un mal necesario que logra llamar la atención de la audiencia general pero distrae de lo importante y lo serio. Pero de eso se trata, de divertir. Pan y circo para el pueblo. Lo solemne es un lugar común atractivo. Lo serio —por ser complejo— es difícil de reconocer.

Lo importante (y serio), en el caso del “Premio” Luis Caballero, sería la posibilidad de hacer ocho exposiciones individuales, en un espacio amplio y exigente para el que cada artista tenga una propuesta específica con suficiente tiempo de antelación. Importante (y serio) fue, por ejemplo, la actitud de Jorge Jaramillo, el gestor cultural que en 1996, como director de la Galería Santa Fe, juntó el hambre con las ganas de comer: asoció el potencial del espacio de la sala con la potencia de artistas mayores a 35 años. Además, el requisito de la madurez fue correspondido con el reconocimiento de una bolsa de trabajo para que cada artista hiciera su proyecto.

Es por esto que el Premio Luis Caballero tiene todo para ser un evento serio, exige a los artistas jugar en serio: a hacer un balance de su carrera, a sopesar esas cosas espontáneas, intuitivas, accidentales e incidentales que fueron logradas por inocencia o por arrogancia, por egoísmo o por afortunado descuido, por terquedad y perseverancia. El espacio de exposición de la Galería Santa Fe es un estadio claro para tener serias expectativas: es tan desolado como provechoso, tan limpio como crudo; y es una palestra exigente y respetuosa, un escenario para exposiciones individuales que no ofrecen las galerías, ni las ferias, ni las bienales, ni las curadurías, ni incluso las instituciones culturales como el Banco de la República, que parecen cada vez más entregadas a la solemne labor de administrar y asegurar no solo obras sino a los que las administran y aseguran. El “premio” Luis Caballero es un espacio único y afortunado.

Este espacio privilegiado tal vez nunca ha sido comprendido, pero la de ahora ha sido su peor hora: la última administración distrital ha desplegado toda su artillería pirotécnica y vistosa en la difusión de las actividades de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño en detrimento de la actividad artística del Planetario, donde incluso por un tiempo se cobró una boleta de entrada a las exposiciones.

Lo más grave es que la Galería Santa Fe desaparecerá del Planetario de Bogotá a mediados de este año por obras de “reforzamiento estructural”, y aun no tiene sede fija o temporal. Se han hecho promesas solemnes como alojarla en un fantasioso “Palacio para las Artes” o tímidas insinuaciones que buscan por el centro de la ciudad un espacio con la misma escala y acceso peatonal. La Galería Santa Fe es la más visitada del país, no tanto por la “bohemia” de la “Bogotá Positiva”, sino porque tiene un público cautivo atraído por las luces del planetario y que por el hecho de estar en el centro de la ciudad la pone en el recorrido de toda diletancia cultural. Diletante o no, sin el planetario la Galería Santa Fe no será la misma y con la pérdida de este espacio el Premio Luis Caballero perderá lo que le es más esencial.

Por el número de propuestas recibidas tampoco parece que los artistas se hayan tomado en serio al Premio Luis Caballero y, si se hace caso al fallo del jurado de selección, los trece proyectos rechazados eran pésimos. Aunque el acta también parece caer en lo solemne: los jurados olvidaron como en versiones anteriores algunos artistas destacados pasaron por el filtro de selección pero luego cambiaron de proyecto en el camino, usaron el dinero de la bolsa para otros propósitos o mostraron cosas viejas. El evento para muchos fue solo un trámite más en miras a posicionar un nombre y un estilo. Otros, ante el poder del espacio, vieron como su idea se quedó en “arte conceptual”. El jurado pareció más cercano a lo solemne que a lo serio: ser serio hubiera sido apostarle a la contingencia de dos exposiciones más, dejar constancia sobre el bajo nivel de algunas propuestas, el resto le corresponde a la crítica.

Las seis exposiciones de la quinta versión también se debatieron entre la seriedad y la solemnidad: a muchos artistas no les bastó con centrarse en la seriedad de sus propuestas, sino que les dio por entregarse a una solemnidad grandilocuente con la que pretendieron justificar lo que, aun no se sabe por qué, supusieron que necesita justificación. Luis Caballero, en una entrevista en la Revista ECO en 1978, cuando le preguntaron sobre “la vanguardia artística”, dijo: “El arte reflexiona sobre el arte y los artistas analizan desesperadamente su función, sus medios, su lenguaje. Analizan su gramática o inventan otra nueva, pero con esas gramáticas no se escriben poesías. Y yo creo que el artista no es el gramático sino el poeta…”

A la luz de la mirada de Caballero se podría decir que “Expulsión del Paraíso”, de Mario Opazo, la exposición premiada, fue la que más en serio se tomó eso del “poeta” y ensambló varios conjuntos de objetos a lo largo de la sala. Al avanzar por la exposición algo fuerte e impreciso alzaba vuelo. Sin embargo, tocaba resistirse al afán desesperado del artista por alegorizar; “la temática” en vez de ser un área de partida se convertía en un punto final, en pedagogía, retórica, mensaje, “gramática”, en palabras de Caballero; pura solemnidad.

Y así pasaba, en mayor y menor grado, con las otras exposiciones: la intuición se presentaba como una explicación técnica o conceptual, discurso de artista “investigador”, un ser que vive de hablar, no hace cosas sino que “desarrolla prácticas artísticas”, justifica todo bajo fuentes filosóficas, sufre de un mesianismo insufrible. Pareciera que el misterio y el silencio son inadmisibles, algo poco serio que “carece de rigor”. Tal vez por eso las exposiciones iban acompañadas de conferencias y proyecciones, un “componente pedagógico” que las vaciaba de extrañamiento y llenaba de información.

Parece que los artistas de tanto socializar han perdido esa tontería solitaria, anárquica, que tomada en serio hace la diferencia al momento de crear, confunden el efecto con la causa, se vuelven solemnes: la “sustentación conceptual contundente” que piden los jurados es solo un truco para tener una buena nota académica, ganar el espacio, sacarle dinero al Estado, un carretazo, un indicador, una bella mentira, no es más. Sobre este síntoma, Caballero, en la misma entrevista, dice: “los llamados artistas de vanguardia están haciendo sociología, filosofía o simplemente reflexiones estéticas, y dentro de ese campo es posible que estén haciendo cosas interesantes… no lo sé porque no los conozco… y no los conozco porque no me interesan; pero lo poco que he leído de ellos —y digo leído porque en general sus obras no se ven sino se leen— me parece de una trivialidad y de una pretensión infinitas…”

“Tus triunfos, pobres triunfos pasajeros…”, dice el tango. La Galería Santa Fe y el Premio Luis Caballero se han perdido, ambos espacios llegan a su fin. La Historia del Arte se demorará en rescatar lo serio entre tanta solemnidad, tocará esperar que los historiadores no sucumban ante lo solemne de su especialidad y se tomen en serio el arte de narrar. Pero volver a tener un espacio y un “premio” así es algo que habría que buscar en serio…

Lucas Ospina
publicado en la silla vacía

(Este artículo fue escrito para la  edición de la semana pasada de la Revista Cambio)

Crítica a las exposiciones del Premio Luis Caballero:

>>Quinta versión:
http://esferapublica.org/nfblog/?cat=45

>>Cuarta versión:
http://esferapublica.org/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=327&Itemid=1

Calma chicha:
http://esferapublica.org/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=805&Itemid=1

Sobre lo serio y lo solemne:
http://www.ted.com/index.php/talks/paula_scher_gets_serious.html