pongo

Querido Danilo,

Creo que era lo más atinado usar como elemento retórico el dato de que habías sido mi profesor, de pintura, dibujo o taller multidisciplinario. Porque mi comentario, que fue como un exabrupto provocado por el malestar inmediato que sentí, viene del respeto hacia tu trabajo precisamente (magnificado, seguramente por haber sido tu discípulo, como quisiste recalcar para poner de frente el orden filial: «mayores en dignidad gobierno y jerarquía»). Viene de la decepción de verlo mal encuadrado, o para ser más bucólico, mal pastoreado. Y lo que quiero decir es que es vital que esto se entienda, sobre todo para ese trabajo que no tiene una narrativa incorporada que lo pueda defender; y lo que quiero decir es que es tan grave ese tipo de tratamiento de la creación artística que es capaz de desangrarla hasta la muerte. Para mí la nota hunde el trabajo en el pantano de la frivolidad, que quede claro mi eufemismo, que lo podría decir peor. «Qué chistoso este tan loco, que se la fuma verde y hace sus locuras y vende piezas que ni siquiera son objetos, y los galeristas sufren porque el loco no trae nada» y todo eso. Es como los que se burlan de cualquier espacio místico y lo vuelven una caricatura alegre, «no a usted ya le va a salir el tercer ojo». Las cosas tienen peso, la obra de Danilo Dueñas es importante y es tan difícil saberla disfrutar como lo es distinguir cual es un buen vino del que se hizo con pastillas baratas de fermentación acelerada. O cual es un buen guarapo. La cultura de hoy es una cultura en la que se le pintan una rayas a un pedazo de carne para que parezca «grilled» y ya, nadie va a notar nada porque ya nadie ve ni siente. No existe ya ese tiempo lento con el que se aprende a ver, o se aprende a distinguir, el tiempo en el que crece la percepción. Y ese es el sentido de la obra de Dueñas. Creo que en esa nota hay una falla en ese sentido, en el sentido de un auto respeto.

No creo tampoco que la o el periodista que escribe esa nota deba ser pasado al cadalso ni que sea tan de vida o muerte la cosa como lo hace parecer mi estilo literario. Y no estoy atacando a mi pater familiae para sentirme viril y peligroso, Dios sabe que somos animales tan distintos, en tanto artistas, que es una locura que nuestra profesión tenga el mismo nombre.

Cuando me diste clases de pintura, dibujo o taller multidisciplinario yo conocí muchas cosas nuevas. Cosas que no se aplicaban directamente a lo que habría de ser mi manera de operar, pero el solo hecho del misterio que traías, la seriedad, la concentración, la manera de «sugerir lo imposible e indicar que uno lo puede disfrutar» me dejó una semilla. Una de las tantas de la gente que me enseñó. La serie de retratos de «Grace Kelly» de Imi Knoebel se me quedó grabada en la mente «fantasía de la pantalla, princesa de lo real» en colores abstractos. Nos lograste poner en el sitio del misterio, tanto que cuando se acababa el taller hubo una mini revolución contra la directora del departamento porque era tal el deseo de seguir ahondando en eso que nos estabas abriendo que todos queríamos seguir y cancelar el siguiente módulo. Traías un hechizo que estaba flotando sobre cualquier raya, cualquier grieta y cualquier forma, nada más, y con eso habías logrado dejarnos en suspenso, cosa que no es tan fácil. Ese es el lenguaje con la que el artista debe pastorear su obra, sobre todo cuando su obra es una obra callada.

Es es el misterio que se desvanece para mí en esa nota. Y sin ese misterio se marchita tu obra, y esas palabras tan ligeras cierran el abanico en vez de abrirlo… cuando cada texto que toca las mil caras del arte tiene la responsabilidad de al menos intentar lo contrario.

Como el Albatros de Baudelaire, o mejor como Dumbo -la historia que le cuento por las noches a mi hijo- el vuelo de la poesía es delicado. Cuando a Dumbo se le cayó la pluma de un cuervo, que llevaba en la trompa como talisman de auto sugestión, de inmediato iba en picada hacia el suelo… le tuvo que gritar un ratón – Pongo – que estaba en su sombrero, para despertarlo a su propio vuelo.

François Bucher

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