Políticas de la reforma: sobre arquitectura interior y curating (1ª parte)

La inevitable relación de la arquitectura con la presentación pública del arte contemporáneo necesita de nuevas alianzas que a menudo surgen de medidas reformistas. Es ya habitual que la arquitectura y el arte mantengan una relación recíproca de amor-odio aunque existen ocasiones donde cierto pragmatismo debería aparcar momentáneamente las cuestiones hegemónicas de una sobre la otra. A veces, a la manera de las políticas pragmatistas, las pequeñas “reformas” son capaces de refundar los lenguajes allí donde parecía que se habían normalizado y estancado con el paso de los años. La lógica de la reforma, en arquitectura y en política, a diferencia de sugerir un cambio total inaceptable por las partes (institución, público, artistas) se produce cuando ya no es necesario construir nuevos y espectaculares edificios para el arte, sino que es más coherente y sencillo partir de lo ya existente. Bendita sea entonces esta reforma en tiempos en los que a algunos les compensa más destruir lo ya existente partiendo desde una oscura zona cero. Sería confundir demasiado las cosas interpretar este empezar de cero como un atisbo revolucionario. Más bien al contrario; es el preámbulo de la catástrofe. La reforma, sin embargo, representa el “middle ground”. Las condiciones de posibilidad de la reforma dependen muy a menudo de la lucha de agentes secundarios más que de ambiciosas maniobras por parte del poder público en su utilización (fraudulenta) de la cultura como recurso. Cuando todavía no se han extinguido los cantos de sirena de la “arquitectura icónica”, donde los “iconos” funcionan como mecanismo de arrastre de economías especulativas, mirar a las posibilidades reformistas no está de más. Sobre todo es preciso analizar la reciente formación discursiva entre arquitectura y comisariado para una mejor comprensión de qué es lo que una política de la reforma representa. Es relevante contemplar modelos de arquitectura “crítica” que ya no miran al resultado exterior de los museos y centros de arte sino que más bien se detienen en el interior. Todo continente tiene siempre un exterior y un interior. Existe un nicho de especialización en la consideración de la arquitectura como discurso, enfatizando las posibilidades de interactuar activamente dentro de los márgenes de la propia arquitectura, el diseño y el curating. Gran parte de esta nueva especialización crítica se orienta hacia el acondicionamiento de las instituciones artísticas, en la adecuación del espacio a las nuevas funciones programáticas y multifuncionales de los centros de arte contemporáneos. Hablamos claramente, de la reconfiguración de salas expositivas y de los espacios intermedios, del “middle ground” una vez más, lobbys, cafeterías y reading rooms, es decir, los nuevos lugares rearticulados por el consenso curatorial dominante. A este fenómeno lo vengo llamando como “política de la reforma” desde hace algunos años, sin llegar a concretizar en qué consiste esta política en un texto definitivo. He aquí mi tarea. Por política de la reforma, una vez más, me refiero a la práctica habitual consistente en readecuar el espacio de exposiciones y la institución como producto de un cambio en la direccción del centro o debido a una nueva orientación curatorial y discursiva. Consiste, más bien, en la equivalencia de los efectos que produce entre aspecto estético y programa; readecuación o cambio del diseño gráfico, trabajos de carpintería, construcción de muebles polifuncionales, pintado de las paredes, cambio del sistema de iluminación, pintado o adecuación del suelo expositivo y demás. Esta transformación (que puede ser leve o severa) mimetiza y absorbe los cambios programáticos en la línea curatorial. Incluso yendo más lejos, no sólo son el síntoma del cambio, sino los verdaderos agentes de la transformación. Así como cuando nos cambiamos de casa o realizamos una mudanza y necesitamos redecorarla al gusto, introduciendo aquellos elementos que nos pertenecen, amoldando el nuevo espacio como si de un hogar se tratara, incorporando los objetos más queridos, del mismo modo procede el sistema curatorial actual. La necesidad de hacer visible el cambio de rumbo en la política del centro en cuestión siempre comienza por darse en el lavado de cara, en su necesidad de ruptura y discontinuidad. Es interesante constatar cómo la atención a un elemento en teoría periférico como el diseño gráfico se convierte en protagonista (y debería empezar a pensar en otro post monográfico deconstructivo dedicado a la institucionalización del diseño gráfico, pues este un tema del que estoy especialmente sensibilizado y concernido). El diseño gráfico actúa como un sismógrafo de los cambios estructurales y en ocasiones puede servir como elemento predictor. En esta política de la reforma existe una correlación entre la infraestructura (diseño gráfico y arquitectura interior) y la estructura (el devenir del propio centro). Las continuidades y discontinuidades de una institución dependen de detalles en ocasiones nimios: la sutileza de la Helvética con la que Heimo Zoberning inscribió el nombre de Secession en la parte alta de bolsas, tarjetas, y catálogos fue relegada hace unos años revelando un giro dentro de la institución vienesa. Sin embargo, el centro continúa con la labor encomendada desde finales del siglo XIX. A nuevo director nuevo diseño.Pero además, afirmar que la revolución muta hacia la reforma significa enfatizar el hecho de que la adaptación de los espacios a la realidad cambiante del arte contemporáneo se establece siempre desde un reformismo tanto físico como ideológico. Si la reforma es aquello que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en algo, entonces, parece válido como un término aplicado a las condiciones espacio-temporales en los que se mueve la institución-arte. En este marco, agentes como Nicolaus Hirsch y Jesko Fezer (Ifau) devienen en elementos centrals. Estos arquitectos son de los más solicitados cuando se trata de renovar y (repensar) las instituciones desde la forma. Hirsch escribe, ofrece conferencias y colabora estrechamente con artistas y comisarios. Ha realizado el espacio para UnitedNationsPlaza en Berlín, diseñado la European Kunsthalle en Colonia, que dicho sea de paso, es más una institución virtual que un espacio físico propiamente, ha participado en Manifesta 7, muchas veces en colaboración con Michel Müller, otro arquitecto. Su posición es de las más solicitada desde la institución-arte hasta el punto de que recurrir a él puede significar un formalismo. Su implicación añade capital simbólico, no sólo soluciones pragmáticas a problemas reales. Es una especie de “arquitecto mini-estrella” dentro de un sub-género hiperespecializado que no necesita construir o confrontarse con los problemas de otros arquitectos: sus quebraderos de cabeza vienen de esa otra burocracia del arte contemporáeno y de las políticas culturales, donde el intervencionismo politico está a la orden del día. 

Cybermohala Hub, instalación, 2007, Nicolaus Hirsch/Michel Müller

Fezer tiene un perfil más activista, propietario de la mejor tienda de libros sobre teoría, urbanismo y arte de Berlín, Pro qm, y en solitario o con el colectivo Ifau realiza proyectos de que inciden en el uso flexible del espacio y su negociación desde la practicidad y también desde el discurso. Intervenciones en CASCO de Utrecht, The Showroom de Londres, Kunstverein Munich, el diseño de la entrada del Kunst Werke de Berlín, son algunos ejemplos. Estas revisiones e interpretaciones del espacio arquitectural suponen una reactualización de la institución-arte. Esta labor intelectual se establece en estrecho contacto y colaboración con otro par intellectual: el cerebro curatorial. Esta arquitectura “crítica” no se compra, tal y como se consigue un Zaera o una Hadid. Es infinítamente más económica y está basado en la negociación y en el debate. La pregunta que lanza es: ¿cómo puede un proyecto crear una condición en la cual la arquitectura se convierte en una herramienta auto-reflexiba para la institución en su agenciamiento cultural? En este sentido, estos proyectos aspiran a envolver e inscribir procesos contextuales creando espacios de negociación en el diseño. Flexibilidad y especificidad son sus métodos. Tanto se ha especilizado el asunto que incluso hay un libro al respecto, Institution Building (Sternberg Press). (ver arriba foto)

Arriba, espacio actual de The Showroom, Londres, abajo CASCO Office for Art, Design and Theory, Utrecht

Obviamente, nunca funcionan sin ese otro agenciamiento necesario que es el comisario. Es decir, no funcionan dentro de la lógica de la burocracia institucional ni desde presupuestos de la gestión cultural, tan al uso en las nuevas equipaciones o containers de cultura. Las reformas se dan precisamente cuando se intenta dejar atrás la esclerosis que supuéstamente la propia institución ha padecido. Cuando uno de estos arquitectos, u otros artistas y diseñadores empiezan a pensar en el espacio significa que un deseo progresista se ha asentado en la institución, sin olvidar que se puede producir una obscena inversion, es decir, que políticas culturales regresivas y conservadoras hereden estos modelos al servicio anteriormente de líneas progresistas, siendo explícito, un poco a la manera actual de la sala rekalde de Bilbao y de manera más exacta su intencionamente denominado Gabinete Abstracto.Hoy en día es además más revelador ver una reforma de orden espacial y contextual dentro de una institución que el tener a un arquitecto con nombre firmando el edificio. Esta segunda opción ya no es significativa (y sólo hay que echar un vistazo a los nuevos museos -y macro-equipaciones culturales- de provincias en España, donde los arquitectos nunca piensan en cosas tan pragmáticas como que el arte contemporáneo necesita sobre todo de tomas de tierra para conectar los aparatos de reproducción digitales). Sería imposible determinar el alcance de todo esto sin antes revisar la propia evolución de los espacios expositivos, desde el “cubo blanco” a la herencia de la Crítica Institucional. No obstante, no deja de ser sintomático en la percepción real de este fenómeno reformista que aquello que distinguía y añadía un valor añadido a una institución gracias al agenciamiento de un comisario pase a devenir un nuevo formalismo, del mismo modo que los métodos y las estrategias se asientan (se institucionalizan) deviendo en modismos listos para ser usados por el nuevo régimen macro-institucional.

Fin primera parte / Segunda parte: La corrupción del cubo blanco

publicado por Peio Aguirre en Crítica y metacomentarios