Pasto

Esta presentación también marcaba otro regreso. El de María Margarita Jiménez a una sección del campo artístico tras haber anunciado su retiro hace diez años en el primer piso del mismo edificio, regalando ropa. Y tal como lo prometía aquella vez, volvió sin nunca haberse ido (salir del universo de las exposiciones para sumergirse en el de la docencia es diferir la pulsión de mostrar a través del trabajo de quienes reciben clase con uno), ni haber dejado de trabajar. De hecho, A ras de tierra es el resultado de la articulación de imágenes reunidas durante dos años de grabación, que resultó más poderosa con la ayuda de tres colaboradores: ellos aportaron las animaciones en 3D, las líneas blancas y el sonido. Jiménez & Co.

María Margarita Jiménez (con la colaboración de Juan Cortés, Santiago Cortés y Andrés Rosero), A ras de tierra, 2012. Galería Valenzuela Klenner, 3-5 de octubre de 2012. Bogotá.

La proyección reunía seis videobeams sincronizados que introducían a quien miraba en un relato de cuatro partes: una presentación, con la animación 3D de algo que parecía caca flotando; seguida de una parte donde el suelo cubierto de musgo se movía y cuyo eje giraba en torno a dos núcleos narrativos: un insecto en torno al que se movía el terreno, y un arroyo que se enfocaba/desenfocaba. Después, planos de pasto amarillo en primer plano con montañas al fondo. Finalmente, líneas blancas que se trazaban entre el pasto y la maleza, que iban adquiriendo protagonismo hasta terminar acaparando el cuadro organizando dibujos de sólidos. A esta metáfora se le podía añadir otra. Por ejemplo, para los conocedores del entorno que rodea a Bogotá por los lados de Mondoñedo y la vía hacia Anapoima, el recorrido parecía trazar el camino de regreso hacia la ciudad: de la montaña hacia la sabana, perdiendo humedad. 18 minutos.

Esta presentación también marcaba otro regreso. El de María Margarita Jiménez a una sección del campo artístico tras haber anunciado su retiro hace diez años en el primer piso del mismo edificio, regalando ropa. Y tal como lo prometía aquella vez, volvió sin nunca haberse ido (salir del universo de las exposiciones para sumergirse en el de la docencia es diferir la pulsión de mostrar a través del trabajo de quienes reciben clase con uno), ni haber dejado de trabajar. De hecho, A ras de tierra es el resultado de la articulación de imágenes reunidas durante dos años de grabación, que resultó más poderosa con la ayuda de tres colaboradores: ellos aportaron las animaciones en 3D, las líneas blancas y el sonido. Jiménez & Co.

Para quienes vieron la desgraciada película Episodio 1, y no se fijaron en el novelón que trataban de  meterles de cualquier manera, había una aparición altamente significativa: un planeta que era todo él una ciudad. Resultado de un proceso de urbanización imparable, esa ficción pareciera cumplirse cada día más y mejor en nuestro entorno. Hagan la prueba. Escojan un sector inmediatamente cercano a la ciudad, visítenlo, sáquenle fotos. Después dejen de ir allí, lean los indicadores de construcción –olviden la pelea estúpida entre un Ministro y un alcalde que nadie quiere dejar gobernar-, anótenlos, vuelvan a los dos años y comparen las imágenes. Jiménez parece haber hecho eso, hasta demostrar que la depredación de la tierra es imparable. O que hay valores que mientras más escasos sean, mejor (para los especuladores): el agua, el viento, lo vegetal. Los representa, entonces.

Pero para que parezca teoría, citemos a un arquitecto famoso. Dice Rem Koolhaas -o decía quince años antes de que se le quemara su edificio del organismo de control ideológico más especializado del mundo-:

… porque la corteza de su civilización es tan delgada, y a través de su tropicalidad inmanente, lo vegetal es transformado en Residuo Edénico, el portador principal de su identidad: un híbrido de política y paisaje (…) Totalmente inorgánica, lo orgánico es el mito genérico más potente de la Ciudad Genérica.”

Hoy en día, hacer un paisaje es atesorar lo que va a desaparecer. Hace cien años, era distinto. Los pintores de la Academia de artes salían a pintar los alrededores de Bogotá. Cogían sus pinceles y lienzos para jugar a la Escuela de Barbizon. Pensaban estar renovando el lenguaje estético. Y lo hicieron, hasta anquilosarse y hacer famoso a un curador que décadas despúes les pondría nombre. Libro grueso de tapa dura. Poco análisis. Paisajes donde la especie humana brillaba por su ausencia. Lugares de una sabana idílica donde no había conflictos de clase: todos tranquilos mirando al infinito.

Hoy es otra cosa. El paisaje no es eterno ni brinda satisfacciones: salir a pasear para dejar basura lejos de casa, regresar. Miren las fotos del paraje que habían elegido no visitar durante dos años: lloren por la naturaleza perdida –y la condena de la especie-. O piensen que Gaia algún día va a tomar venganza: inviernos crudísimos, sequías asesinas. Y para representarla en sus imágenes, muévanla. En este caso, anímenla. La primera parte de los videos de A ras de tierra no anuncia finales felices. El audio recalca el desasosiego. El movimiento es atemorizante. Recuerden, cuando un paisaje se mueve da pavor. Sea por alucinación, embriaguez o terremoto, la cuestión es de miedo: “¡se mueve!”. Lo orgánico como mito genérico del miedo. ¿Han visto esas películas de posesiones satánicas ambientadas en el bosque de algún lugar? ¿Qué pasa cuando se mueve el follaje? Alguien muere.

En el resto de la narración, el desquiciamiento de la naturaleza se va aplacando, la claustrofobia del bosque cerrado da paso a planos más amplios. Se incrementa la iluminación natural. En algún momento aparece un pie (que se mueve rápido para salir de cuadro -mejor sin humanos-). Posteriormente, llega el triunfo de la racionalidad. Las líneas blancas, el privilegio del control sobre lo natural: al comienzo son unas pocas líneas. Luego, su multiplicación. Después, estructuras. Llega la arquitectura. ¿Han visto esos manifiestos modernistas de posesiones de terrenos y utopías sociales? ¿Qué pasa cuando se cumplen? Alguien muere.

 

–Guillermo Vanegas