Panorámica imposible, notas sobre una exposición de Pablo Batelli

Empiezo mis anotaciones. Uno quisiera tener esa panorámica imposible de la obra. El estudio. La expectativa pura. El puro reposar sin pretensión. La obra no llamada a responder por nada. Ninguna deliberación. El momento anterior a nada. Solo el momento. Y luego un acercamiento. Blow Up. Esto es real. Las entrañas. Las cuñas del bastidor.

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“Es monstruoso haber nacido de las vísceras de una mujer muerta. Yo, feto adulto, vago, más moderno que todos los modernos, buscando hermanos que no existen más.” Pier Paolo Pasolini, Poemas en forma de rosa

Ningún escándalo parece conmovernos

Empiezo mis anotaciones. Uno quisiera tener esa panorámica imposible de la obra. El estudio. La expectativa pura. El puro reposar sin pretensión. La obra no llamada a responder por nada. Ninguna deliberación. El momento anterior a nada. Solo el momento. Y luego un acercamiento. Blow Up. Esto es real. Las entrañas. Las cuñas del bastidor.

Creo captar esto de esas primeras imágenes del estudio. Tal vez una cierta luz como de inicio del día. El estudio en ese estar solo. En reposo. Ninguna inquietud o requerimiento externo. Ninguna crispación todavía.

Pero además lo inerme, la fragilidad de ese sí mismo intacta. No tocado todavía por la exposición. La tentación de guardarse en esa serenidad previa. Ninguna impaciencia ni compostura. Todo sucede como es.

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La vida desborda la transcripción.

Quizá Melville abogaba como un lógico por una zona de perfectibilidad a-simbólica. Muy matemático. La transcripción sería ese lenguaje universal de proposiciones sin tacha. Podríamos cotejar a nuestras anchas. Seríamos un efecto calculado de la claridad y precisión de la vida. Claridad no aproximativa sino la proposición absoluta. La Ley. Las tablas de la Ley. La promesa de una tierra. Perfectibilidad moral. La ley no puede interpretarse.

Interesante la idea de una biología cultural de las artes. Alguna vez sostuvimos esa conversación cuando hablamos de los errores de transcripción dando cauce a la enfermedad y pensamos que la transcripción es el sustrato quizá de todo acontecer. El padre. El hijo. El replicante. El yerro de la réplica. Una ligera desviación sin posibilidad de enmienda, el malentendido fundacional. Células que interpretaron y se creó el malentendido. La Novela. El mito fundacional. La violencia.

Interpretación cero. Pura transcripción. ¿Es posible?

Entonces se haría innecesaria toda apreciación. Ausencia de enfermedad. De malestar. ¿Equilibrio?

Retorno a un punto de ataraxia absoluta. Ningún movimiento. Permanecer simplemente. Sin oleaje. Agua detenida. No hay flujos. Cesación de todo.

Diferentes preguntas en diferentes momentos históricos. El museo. La cueva de los sueños olvidados de Herzog. El imposible de dos tiempos históricos ahí ante los ojos. El contexto es otra ficción del aparato de interpretación. Las tabletas superpuestas. Esto no es una estrategia interpretativa. El cuadro de tu abuelo recostado al lado de tu cuadro, resultados de un legado. Colgaban de otras paredes que desaparecieron. Ahora reposan allí. En el estudio. Un día decidiste iniciar esa marea, y empezaste a transcribir. Casi en los dedos la memoria de un color de infancia. Cientos de veces mirados mientras subías la escalera.

La transcripción. El punto cero. Pero avocados a salir de allí. No queda más que darse vuelta hacia la pared. Como Bartleby. Para morir. Dejarse estar en ausencia de cualquier oleaje. O la mutación genética. La epifanía sería el milagro. Cuando desaparece la intención critica. El deseo crítico. Sin crítica. ¿Literalidad? Poder permanecer desnudos al abrigo de nada.

¿Pero es posible escapar a la intención interpretativa?

Nuevamente Bartleby. La mámpara. Un biombo inexpugnable nos ocultará.

Calcar. Falsificar y todos los verbos de toma de rehén. ¿Recuerdas? El arte preso.

Ninguna libertad. Darse la vuelta contra el muro. Wall Street.

Salida del ritmo. De la transcripción. Una marea que no requiere nada. Pero luego le es confiscado este derecho. Arritmia. El artista se prostituye. ¿Y no siempre fue así?

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La rebelión por la belleza lo transformó en demonio. El mal se introdujo en la creación.

Distorsión del mecanismo, como dices. Yerro biológico. Yerro cultural. Así aparece la mutación. El Arte Político y todas las variantes.

El artista ya no es artista sino explorador, etnólogo, etc.

Y por supuesto el valor.

La resiliencia. Falsificación.

Aquí hay mucho por explotar.

Porque no es un valor. Como cuando Bartleby se hace escribiente. Por necesidad. Había quedado cesante de todos los trabajos posibles.

La resiliencia aquí es falsificación. Yerro biológico deliberado.

Es el valor Doris salcedo y la compasión. Y el último ítem. La idolatría de Marina Abramovic. No hay resiliencia. En realidad es una artimaña de ese culto de sí que cultiva el artista. Rotación de los cultivos. Cuadro bursátil necesario. Especulación de ese cultivo. Ningún valor agregado, puro valor.

-Yo soy mi propio valor- dice el artista, un significante escueto. El valor es su zona de confort. Preciado de sí. Señor feudal. Sin mecenazgo alguno se hace dueño y señor.

Así comienza la autogestión, el supuesto de un arte liberado, deliberado.

Hacerse motivo de un ritual. Los mecanismos filantrópicos son el vehículo de ese ritual. El valor obra adquiere participación en el ritual. Comunión. A través del dinero. Un fragmento de Doris. La hostia consagrada y expuesta.

El objeto es el artista, no hay obra. Hay sujeto de obra. Idolatría.

Sí, el panfleto de Marina ha sido falseado. Violación de principio. El artista sería el ser humano más violento y más costoso. Puro valor bursátil. Lo comemos a pedacitos. Necesitamos esa fagocitación.

Recuerda Salo.

Bonito ejercicio el de suplantar. Podríamos hacernos tomar una foto en el lugar del artista. Descubriríamos que es imposible. Porque cuando se hace a un lado, no queda el lugar vacío, y no hay lugar para nosotros.

No podemos suplantar al artista.

 

 

Texto de la exposición de Pablo Batelli realizada en la Galería Valenzuela y Klenner entre marzo 17 y abril 16 de 2015.

Claudia Díaz, febrero de 2015