otras formas de vida salen al encuentro

CARTA ABIERTA A PABLO HELGUERA
Otras formas de vida salen al encuentro

Respecto al proyecto de Fernando Uhía, Masa Crítica, en esta Ágora virtual se han escuchado recientemente voces que alertan sobre el Ruisdismo, no sólo estético, sino ético y político. El ruido es una estrategia eficiente para incomunicar, para evitar conformar solidaridades, virtud sospechosa para nuestra época. El Ruisdismo es la estética del neoliberalismo. Colombia es su país piloto. Para evitar el estruendo grotesco de los ruidos que lideran nuestros medios de comunicación, los colombianos y colombianas hemos optamos por el silencio, nos hemos resignado a tratar de sobrevivir al margen de una comunidad de escucha: ¿podremos? La metáfora de Uhía, trasciende el ámbito estético; nos muestra una sociedad dividida, incapacitada para el diálogo; evidencia los síntomas de un cáncer que se expande sin compasión: el individualismo. Individuo es quien no tiene conciencia de historia; es quien, siguiendo sus impulsos, ha roto los lazos que lo vinculan a otros semejantes; es a quien, so pretexto de liberarlo, ha sido desatado de sus tradiciones y ha sido dejado, como lo vio con claridad Octavio Paz, a la intemperie. Muchos son los creadores que han luchado contra sí mismos, para contra-restar el impulso del esteticismo, del individualismo. De la misma manera que Francois Truffaut, en Fahrenheit 451, vislumbra que los bomberos del futuro no apagarían incendios sino que los provocarían, en nuestros Uhía, en Masa Crítica, intuye que los medios de comunicación del futuro tendrán como misión el perseguir a quienes no propicien la incomunicación, la insolidaridad. Existen artistas que evidencian este problema y otros que buscan solucionarlo, tratando de reconstruir y pensar el tejido histórico que da sentido a las comunidades.

Las innovaciones técnicas propiciaron una revolución en la pintura del siglo XIX; poder salir del taller con un morral a las espaldas, lleno con tubos de oleos y lienzos, listos para registrar nuestra experiencia del mundo au plein air, es algo que no alcanzó a soñar Leonardo o Miguel Ángel. Trato de imaginarme a Vincent trashumando de aquí para allá, contra viento y marea, transando a cada instante con los obstáculos que la naturaleza y la cultura le colocaron, para ofrecerse a sí mismo una respuesta más satisfactoria a todas sus inquietudes éticas y artísticas. Como todos los proyectos que buscan crear espacios de libertad, su trabajo artístico fue una aventura que generó resistencia en los espíritus más conservadores, en especial en los académicos. Vincent estaba diseñando un nuevo juego, para el cual, intuían algunos de sus contemporáneos, ya no tenían fuerzas ni voluntad. Pablo Helguera trashuma sin morral, sin botas pantaneras, sin oleos, sin lienzos; el paso avasallador de la técnica reemplazó estos artefactos por una camioneta y unos aparatos digitales, listos para registrar de manera inmediata su experiencia del mundo, allende su hábitat más familiar. En el auditorio de La Quinta de Bolívar, nos relató personalmente las peripecias de su deambular por lo que queda de las historias de nuestras Américas, nos ofreció con generosidad sus impresiones sobre diferentes tópicos que conciernen a la sensibilidad estética, ética y política de nuestros días.

La primera impresión que tuve de la presentación del proyecto de Helguera fue de extrañeza, seguramente parecida a la experimentaron los amigos cercanos a Vincent, esperaba los lienzos y los oleos. A cambio encontré un artista que reflexiona, argumenta y plantea, como Win Wenders, un proyecto de arte Road. De la misma manera, en uno y otro caso, la convicción del proponente atenuó el escepticismo del auditorio. Helguera propició un espacio de reflexión, de conceptualización, hábitos pocos cultivados en Colombia; escuchó las impresiones de los pocos colombianos y colombianas que allí nos reunimos, y dialogó sobre los tópicos que los especialistas le propusieron. Su proyecto estimula la construcción de un arte intelectual de difícil asimilación para nuestra sensibilidad todavía pastoril, en la mayoría de los estratos, cerril, en otros. Helguera no es Van Gohg, ni éste aquél. No obstante, comparten la misma tradición, la de aquellos hombres y mujeres que sueñan lenguajes inéditos para conformar comunidades de diálogo que nos liberen del oprobio del individualismo, al que nuestra época nos somete.

Como ninguno de los asistentes al encuentro con Helguera –especialistas en su mayoría– aún no se han manifestado, sin ser especialista, me permito hacer algunas reflexiones sobre uno de los temas allí tratados, el patrimonio. Las planteo desde el horizonte que me proporciona Colombia. Del proyecto de Helguera me queda una primera impresión, resultado de su charla en la mañana del 12 de Agosto en la Quinta de Bolívar; es una aventura que puede deparar espacios alternos para el diálogo y el reencuentro con nosotros mismos. Espero salir de esa primera impresión y profundizar más la comprensión de su proyecto.

Jaime Cerón, William López y José Ignacio Roca, entre otros, fueron algunos de los interlocutores de Helguera. Roca reitera a los audientes sus observaciones sobre el patrimonio, expuestas en su Columna de Arena. A propósito del 40 Salón Nacional de Artistas, de buena fe Roca se solidarizó con las propuestas e innovaciones introducidas por la curadurías que Intervienen el Patrimonio. Poco o nada se ha dicho de este evento que es el núcleo que permite explicar el arte colombiano. El silencio de los medios de comunicación hace parte de la estrategia del Ruidismo. Debemos dialogar sobre nuestras actividades ya que la sociedad no lo hace. Debemos legitimarnos ante ella, mostrarle que tenemos un discurso relevante para su comprensión como sociedad libre. No obstante, debemos justificar nuestras actividades con argumentos sacados de nuestra experiencia de vida y que sean el resultado de una autorreflexión sobre nuestro quehacer, al interior de un país con las características colombianas: conservador, católico pre-moderno, poco estudiado, pobre y en guerra consigo mismos. Con base en estas características, debemos hacer intuible el discurso artístico, ahora que queremos llevarlo a sectores más amplios de nuestra población; hacerlo intuible no quiere decir volverlo elemental, tosco o literal, complaciente con nuestra escasez intelectual, eso ya lo realizan con éxito económico nuestras cadenas nacionales de televisión; todo lo contrario, los lenguajes artísticos renuevan los lenguajes simplificados que utilizamos en la vida cotidiana, por ello los lenguajes artísticos la trasforman. Reflexionando sobre su sí mismo, que es comunitario, el arte crea las condiciones para transitar a una sociedad ilustrada, libre, para crear discursos autónomos. Una sociedad primitiva, recuerda Charles Taylor, es una sociedad pre-científica que no ha logrado producir un discurso teórico reflexivo: «una explicación científica según sus propios términos sería una tarea poco menos que imposible»[1].

Ya no basta hacer referencia al manido ejemplo, castrante, de justificarnos mediante ejemplos de lo que se hace en X lugar del primer mundo. William López recordó en UN Periódico 96 que Pierre Bourdieu sugiere que perdemos mucho con la distracción del embeleco multicultural. La cultura es el resultado de procesos reflexivos, nunca de lenguajes imitativos; sin hábitos reflexivos no acontece, mucho menos florece la cultura; un hombre o a una mujer con cultura es una amenaza para los imperialismos culturales. ¿Por qué entonces éstos propician el multiculturalismo? Porque comprenden el multiculturalismo como una ideología para países que no cuentan con hábitos reflexivos y se conforman con imitar prácticas que han perdido su sentido. Ganamos poco cuando afirmamos, pensando más con el deseo que con la razón, que estamos en una época de pluralidad de puntos de vista, porque lo que constatamos a diario es la imposición de un solo punto de vista, el hegemónico, el único y el universal. La esperanza de una sociedad libre es que los artistas puedan quedar al margen de la moda multicultural que se regodea imitando, más por nostalgia que por convicción, prácticas de mundos que por diversas razones históricas se han evaporado. La esperanza es reflexionar, aquellos que pueden, y crear lenguajes inéditos capaces de romper los atavismos: la reflexión es el único camino a la cultura.

Como dice Roca en la Columna de Arena 70 sobre el Patrimonio, debemos entablar un desafío, sin duda alguna, pero a nosotros mismos. Atribuirles a los demás la responsabilidad de nuestras carencias es pueril, pre-moderno, pre-científico diría Taylor. Si los que trabajamos en las artes no podemos realizar un auto-examen, no existe quien pueda hacerlo. El auto-examen nos proporciona saber de nosotros y de los demás. Sólo el saber que proporciona la reflexión nos legitima para realizar intervenciones. La intervención no es una imposición, mucho menos una agresión, Roca lo dice, es un diálogo. Es un desafío, claro, pero en el sentido de preguntar, con el propósito de escuchar. Pero insisto: primero interrogarnos a nosotros mismos: ¿qué tanto conozco de aquello en lo que deseo intervenir? ¿Cómo puedo dialogar con aquello que reta mi sensibilidad? Intervenir por prurito o por moda es esteticismo. Las prácticas artísticas colombianas requieren renovarse de manera urgente, el desafío que plantea Roca la puede hacer posible.

No miremos más a Paris o Nueva York, tampoco al Luvre, al Metropolitan, ni al MOMA, unas y otros están bien, y seguirán bien, no existe razón para pensar que estarán mal algún día, al menos deseamos que eso nunca ocurra. Nosotros estamos bien, en cierta medida. Miremos los proyectos extraordinarios de la Red de Bibliotecas de Bogotá y su impacto en la comunidad. La juventud bogotana habita estos espacios, los ha incorporado a su forma de vida, allí reflexionan y hacen cultura e historia. Quizá Pablo Helguera no tuvo la oportunidad de conocer estos lugares, su proyecto se restringe a visitar lugares inhabitados, aquellos objetos inanimados estudiados por curiosos o especialistas, y que no hacen parte de la vida de los jóvenes bogotanos. Salgamos de los viejos y aburridos museos bogotanos, a los que ni siquiera el sol les puede quitar sus lúgubres colores, sin que se arme un gran alboroto; salgamos a los proyectos arquitectónicos de las nuevas generaciones, colonicémoslos, allí es donde se está construyendo comunidad; no les exijamos a los viejos más de lo que nos pueden ofrecer y nos ofrecen, la memoria puede ser buena consejera, pero a la memoria muchas veces le falla la memoria. Salgamos al encuentro de otras formas vida. Si Pablo Helguera regresa a Bogotá, ojala visite su patrimonio vivo, el de la juventud bogotana, que estudia y reflexiona, que tiene esperanzas, que es generosa y abierta, que no se deja amedrentar por su historia de violencias. Bogotá no es tan aburrida como sus museos y sus académicos con sus discusiones bizantinas.

Jorge Peñuela

[1] Taylor, Charles, La libertad de los modernos, pág. 201, Amorrortu, Madrid, 2005