Oráculos y fantasmas en el auditorio de la Facultad de Artes

Respuesta a la invitación del profesor Juan Diego Caicedo

a participar en la mesa de debate de la Asamblea de Bellas Artes.

Oráculos y fantasmas en el auditorio de la Facultad de Artes

Inventar ritmos

Al paso trepidante

De cien corceles.

Philip Potdevin

Lamento no responder a tiempo su invitación pero el demonio de Google, árbol virtual del conocimiento con quien todos tenemos un pacto fáustico, me tiene inquina por mi poca velocidad de conexión y se ensaña al ocultar mis mensajes de correo con un código de error intraducible que no me permitió declinar a tiempo su invitación.

Declinarla porque después de salir de la asamblea del viernes pasado y ponerme a escribir rememorando la primavera del Paris 68, suceso me cogió bajo de la estatua del Bolívar desnudo de Pereira en una época en que no había cometido pecado mortal, me sentí culpable de no cumplir con un postulado sufi que me prohíbe juzgar al vecino. Y de no atender el código de conducta chamánica que enseña a cada hombre a observar su mapa interior, cuidarlo, y definir su arma o instrumento de creación.

El arma que recibí en mi posgrado de artes en China es la mano vacía del taichi, y mi instrumento el lápiz. Por eso paralicé la lengua para el discurso, y me puse encima una camiseta que tiene bordado en el pecho un mandala para tratar de recuperar, como zapatero a sus zapatos, la conducta taoísta de la no acción y el estado del corazón vacío bajo la sombra del sauce.

Además, como las circunstancias políticas que vive la Universidad Nacional han colocado toda la pirámide entre la espada y la pared o bajo la espada de Damocles, decidí consultar el oráculo, que no el arte de la guerra de Sun Tzu, para poder avanzar con la debida estrategia. Recuerdo que en la pagoda de la Nube Púrpura “el monje anciano se acerca al discípulo y escucha atento. 1

Estando en esas, la sincronicidad me atravesó el libro de Zohar, cuyo cabalístico resplandor aconseja hacer acciones positivas sobre el árbol de la vida para atraer la energía celeste para sí y para el entorno. Consultando el I Ching, los exagramas me indicaron que no era propicio atravesar las grandes aguas, pues, “los santos sabios regulan la armonía tañendo el laúd”.2

Actuando en consecuencia, como lo anunciaba en mi crónica, estoy incitando a mis estudiantes a una acción yin yang que consiste en asistir en la mañana a las discusiones y reflexiones para aceptar o proponer conscientemente los contenidos de la reforma para la universidad pluralista y de alta calidad académica que queremos, y a retomar en la tarde las acciones creativas en los talleres de la escuela y en casa. “Desliza el pincel como un trueno seco y capta el cosmos”. 3

Pero agradezco su amable comentario sobre mi crónica de la asamblea del pasado viernes, donde menciono el retardado efecto mariposa de los sucesos de Mayo del 68 en Paris, cuyos vientos traen hoy sus consignas surrealistas al oído del movimiento estudiantil.

También agradezco su amable invitación al escenario del auditorio Carlos Martínez, para fungir de juglar con el relato de las luchas estudiantiles y los actos creativos de tiempos idos, que por suerte me toco vivir como estudiante de esta facultad.

Entiendo que la idea era hacer surgir de viva voz las imágenes que en este mismo espacio sucedieron durante los combativos años 70, como resultado del hervidero de duras y enriquecedoras discusiones, retóricamente expresadas por beligerantes líderes estudiantiles y sesudos profesores de todos los pelambres políticos.

Como usted sabe, estas memorias ya están escritas en mi crónica del Boceto para un desnudo de memoria que escribí para la celebración de los 120 años de la Escuela de Artes Plásticas, máquina de imaginar que mueve sus piñones gracias al aliento de jóvenes profesores que enseñan oficios e incitan a nuevos imaginarios, entre pinos, eucaliptos y urapanes. También envuelta en el olor a yerba punto rojo que sube hoy desde el patio trasero, entre cuyos árboles se instaló un colorido circo de bolicheros, tragafuegos, funámbulos saltimbanquis, y perros.

Para los soñadores de esa época, y para todas las generaciones que desde el siglo pasado han puesto la cola en sus sillas, los ojos en el escenario, y abierto el cerebro para pensar y el corazón para sentir, el auditorio Carlos Martínez ha sido una histórica caja de resonancia donde la historia, los ideales, las utopías, y los imaginarios, se amplifican y transfiguran. Desde allí los soñadores parten con su carga de semillas de estética y política, para embarcarse en la nave de los locos de la sociedad, y viajando por distintos escenarios y mapas, hacen germinar árboles con diferentes estructuras y follajes, donde anidan fantasías de todos los colores.

No hay que olvidar que aquí, en medio de estas paredes de ladrillo rojo y sobre las tablas de este escenario, aparte del discurso que en cada momento histórico ha transformado para bien la vida universitaria, flota todavía el espíritu de los directores Santiago García, Dina Moscovich, Carlos Duplat, Carlos Perozo y Ricardo Camacho. Y de todos los estudiantes de arte dramático dirigidos por ellos, que hace 36 años, ponían en escena obras del teatro clásico, pero a la vez se inventaban la técnica de la creación colectiva, dramas realistas que reivindicaban el derecho de los campesinos a la tierra, las luchas sindicales y estudiantiles, denunciaban la represión, el desalojo, y las desapariciones, y que estaban políticamente comprometidas con la hoz y el martillo o con la estrella roja de la gorra verde de Mao.

Pero, gracias a que fueron lamentablemente expulsados por una rectoría inquisitorial que acabó con el teatro universitario, entre todos, y partiendo de ese teatro revolucionario, lúdicamente panfletario, se arriesgaron a ensayar otros tipos de representación que siguen vigentes en las tablas de la Candelaria y del Teatro Libre. La Universidad perdió para siempre a estos dramaturgos, hasta que llegó desde Harlem Enrique Vargas para enseñarnos a anudar el Hilo de Adriana, una experiencia performatica y laberíntica para los sentidos, y sembró una semilla que germinó y está tomando forma como la Maestría en artes vivas.

Si hacemos silencio, paramos oreja, y cerramos los ojos, podremos verificar la resonancia y ver escenas de esas obras y escuchar sus diálogos; también los movimientos de cuerpos en la danza, desde la folklórica hasta los saltos marciales y los gestos cotidianos de la danza moderna. Todavía flota aquí el discurso académico de las artes, elaborado sobre diapositivas, que empezaba con las pinturas rupestres en las cuevas de Lascaux y la escritura cuneiforme de los sumerios, e iba hasta el momento en que unos jóvenes, inspirados en el rabo de una vaca sagrada, se bautizaban dadaístas como símbolo de rebelión y negación, mientras los surrealistas construían cadáveres exquisitos y conjuraban sus sueños con la escritura automática.

Inevitablemente, verán a Marcel Duchamp heredando para todos el karma de sentido de su orinal y de su gran vidrio, reciclaje que ha hecho a las generaciones de estos días exclamar, para bien o para mal: ¡Por fin Duchamp es del siglo pasado!. Escucharán el réquiem que anuncia la muerte del arte, y el nacimiento del postmodernismo, entre sonidos de nueva era y de los ruidos de la música concreta.

Sobre el telón de boca, verán las imágenes que proyectaba el tembloroso celuloide de 16 mm en blanco y negro; así verán navegar entre témpanos al Acorazado de Potemkim, se asombrarán con las torcidas escenografías expresionistas del Gabinete del Dr Caligari, y ojo, porque el encorvado vampiro Nosferatu puede saltar al cuello pálido de algunas chicas emo. Ya en tecnicolor y cinemascope de 35 mm, quedarán perplejos viendo como un orangután, cascándole a un hueso, los lleva flotando por el cosmos a 2001 Odisea del espacio, acompañarán jadeantes las tres carreras de Lola, y se darán cuenta que, gracias a los audífonos, también son fetos probeta de la ilusión colectiva y fluorescente de Matrix.

Además, verán desfilar, desde los personajes de sombrero y de toga, convocados para el discurso o el homenaje, hasta los muchachos de yines, que suben para recitar el informe o gritar la arenga, y los encapuchados que arremeten armados con sus papas para la amenaza.

Verán a Antanas Mokus repartiendo las didácticas imágenes de sus “anfibios culturales” para propiciar traducción y recontextualización del conocimiento, y presenciaran el momento en que muestra al auditorio sus nalgas pálidas y pecosas. Los atrapará el teatrino de los títeres que les recordará su pertenencia a la generación de Plaza Sésamo. También percibirán, entre nebulosas, mujeres y hombres desnudos para las presentaciones performaticas; a un grupo de monjes tibetanos recitando sutras y curando a todos con palabras sagradas. A un círculo de cabezas rapadas tocando címbalos y recitando su canto a Hari Krisna. Y como marionetas de un teatro de sombras chinas, verán las siluetas de una pareja de estudiantes haciendo afanosamente el amor detrás de la temblorosa tela del telón.

Algunos verán ceremonias de grado, y la repartición de cartones a muchachos obligados a ponerse el paño y la corbata, y a niñas vestidas de minifalda de satín que por primera vez muestran sus piernas en público. Pero en medio de ellos, verán a un artista que subió cojeando para recibir su cartón vestido con la trusa azul y los calzoncillos rojos de Superman.

Escucharan la música rock de Jesucristo Superstar, los cantos espirituales negros de Gospel, la guitarra de Santana, los lamentos de los Quilapayu por el asesinato de los obreros en su Cantata de Santa María de Iquique, el halito mágico de la voz chilena de Víctor Jara, La lora proletaria de Jorge Velosa, hasta el Gozo poderoso de Los aterciopelados, y el Me gusta tu ringtone, me gustan los aviones, me gustas tú en Radio Bemba internacional de Manu Chao.

Olvide pedir a la mayoría que se quitaran los audífonos que los conectan a la máquina musical, el matrix de la manzanita, pues, los berridos vomitados del heavy metal, el Livin la vida loca de Ricky Martín, y el desmadre rechingado de la mosca cojonuda gritada por los casposos de Control Machete, distorsionan las imágenes que invoco. Pero como dicen los jóvenes: de malas los que vieron torcidas estas memorias.

Como ve, las imágenes de mi discurso son como hojas sueltas de color ambarino que caen al piso en un deslucido otoño, anunciadas del canto de las cigarras, que, como bellamente canta Mercedes Sosa, son la sonora señal de que todo retorna. Cantando al sol como la cigarra/ Después de un año bajo la tierra/ Igual que sobreviviente que viene de la guerra.

La serpiente se muerde la cola una vez más.

Pero, “la flor arraigada no siente nostalgia de mariposas” 4, aconseja el exagrama 61 invocado para cerrar.

Dioscórides Pérez
Profesor Titular
Escuela de Artes Plásticas
Universidad Nacional de Colombia
Viernes 16 de mayo de 2008

Citas.

1-2-3: Tomado de, 25 Haikus, de Philip Potdevin, Ediciones Opus Magna 1997.

4: Otras mutaciones del I Ching, de Arturo Gonzáles Cosio. Fondo de Cultura Económica. 1999.

1 comentario

Dioscórides:
gracias.
Realmente conciso y claro. Y le deseo que muchas personas lo lean entre líneas para reformar los datos de una batalla, poder empezar otra -siempre con el corazón en la mano, porque el humo de la dinamita no deja ver- y que los pocos paganos que sabemos que lo somos podamos volver a la Nacional a aprender en un terreno más humano.

Gracias por las sonrisas.

F.

P.d.: Envidio, sinceramente, la generación del 2001 que pudo haber estudiado con usted.