Olleta

Dentro de un casa azul pintada en su interior con líneas negras y azules hay un dibujo de una batidora azul con un cuenco gris. De su marco cuelgan una cuchara de palo color palo y una pala -creo que así se llama esa cosa-, de dos colores. Un mueble con platos soportado sobre una olleta, creo. El recuerdo del artista a quien se atribuye todo el arte contemporáneo de este mundo y más, que al tener que dar un regalo a su hermano pintó un molino de chocolate…

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Andrés Matías Pinilla, No soy un Rock-Star, soy un amo de casa, galería Santafe, 7 de febrero-9 de marzo. Bogotá

“… mi hermano biólogo una vez trajo a casa una pareja de arañas que encontró en alguna de sus expediciones, las metió en una pecera con un tubo de cartón y aserrín y así las hizo sus mascotas… me pareció un poco cruel que les redujera a eso su espacio de vida, a lo que me explicó que a las arañas como a muchos otros animales eso les vale huevo, ellas entienden éste como su ecosistema y por tanto lo construyen, ubican lo que es lejos y es cerca, dónde se caza, dónde se come, dónde se duerme o se cría.”

Andrés Matías Pinilla

Dentro de un casa azul pintada en su interior con líneas negras y azules hay un dibujo de una batidora azul con un cuenco gris. De su marco cuelgan una cuchara de palo color palo y una pala -creo que así se llama esa cosa-, de dos colores. Un mueble con platos soportado sobre una olleta, creo. El recuerdo del artista a quien se atribuye todo el arte contemporáneo de este mundo y más, que al tener que dar un regalo a su hermano pintó un molino de chocolate. La época en que se molía el chocolate en casa y no se compraban esas barras inundadas de preservantes y color artificial. La época en que la gente ponía pinturas dentro de las cocinas. La época en que la gente pintaba los cuadros que quería poner en sus casas. La época anterior al auge del coleccionismo.

Además de sangre, palomas o simulación revolucionaria, dentro del mapa de la producción local hay un marcado interés por explorar a pequeña escala la forma en que los espacios domésticos configuran una visión del universo. Se pueden recordar las colectivas Doméstica (José Roca, 2001), Entrecasa (Jaime Cerón-Andrea Echeverri, 2002) y sus múltiples secuelas, para encontrar variaciones alrededor de: la casa-corazón, la casa-madre, la casa-abuelitos (sí, en diminutivo), la casa-alimento, la casa-hogar no disfuncional, etc. Muchas Casas-emoción, nunca Casas-economía. Falta una reunión de obras en torno a las nociones de casa-arrendada, casa-taller, casa-pagada y perdida, etc. Pero como no la hay, en su lugar proliferan las historias sobre lugares donde se vive para huir de ciudades diseñadas con el único objetivo de producir odio. Ese parece ser el problema.

Por eso es que la exposición “No soy un Rock-Star, soy un amo de casa”, con obras de Andrés Matías Pinilla en la galería Santafe, resulta útil. En ella el artista buscaba documentar los índices que ha venido empleando para producir piezas en distintas técnicas. Una reflexión donde el autor evita la grandilocuencia forzada en proyectos gestados originalmente sobre mesas de comedor o estudios limitados por la restricción del espacio doméstico. El asunto de terminar haciendo arte en casa (porque no hay dónde trabajar). Ése parece ser su problema: observar e inventariar retículas formadas por baldosas, la distribución taxativa de cocinas producidas en serie, el diseño de electrodomésticos o papel de colgadura.

Análisis resueltos en un trabajo que evita la documentación etnográfica -tan fácil y poco productiva para muchos-; y a cambio, proponen una medida de mesura. Para exhibir eso que Pinilla identifica como “una reflexión y un proceso plástico que [ha] estado realizando en los últimos años alrededor de la idea de pintura y vida cotidiana en las prácticas contemporáneas.” La riqueza de la visualidad que rodea ese ejercicio, -de hecho, la única con que contamos por fuera del escenario regulado por los distractores de la industria cultural-, obtiene una validación evidente. Pinilla rescata de la pandemia de la depresión lo único que posee el humano adulto: el amor por sus-espacios-propios. Por supuesto, pre-diseñados, pero donde siempre se trata de poner variantes de identidad. Creo que el artista toma por ahí cuando destaca, entre otras actividades relacionadas con su obra, el hecho de decorar su habitación.

En esa actualización de la mirada hay una declaración que le saca el cuerpo al activismo emocional -declararse aburrido o enojado es tan sencillo-, y metaforiza la rutina de vivir y “darle vida” a un lugar: el dibujo de un pez dentro de una licuadora, el chorrión de pintura saliendo de una tetera quizá sin usar, una casa dentro de una casa, pasto seco en un segundo piso con suelo de madera. Reminiscencias del vivir-habitar-residir, o algo así, sin la sobreactuación filosófica que suele ligársele -tan fácil y poco productiva para muchos, pero tan efectiva al momento de no querer decir gran cosa.

–Guillermo Vanegas