Museo Universitario

Que la nuestra es la sociedad del espectáculo es algo que ya no problematizamos. Que el espectáculo se convirtió en  Realidad Vogue y la laca para cabello el artículo mejor cotizado en estos días, son asuntos dados por hecho. Solo tenemos que ver nuestra televisión para comprobarlo. Nos hemos acomodado a vivir espectacularmente, como si del juicio final por parte del capital se tratara. Entre exultantes e impotentes, nos lanzamos a los Centros Comerciales para ser testigos del acontecimiento de la mercancía, aunque la experienciamos  como si de una peste medieval se tratara.

«Comunicación» es la más banal de las palabras, la repetimos sin cesar para olvidar la pena –el trauma dicen los lacanianos– que nos causa comprender que la alta tecnología ha desactivado la finalidad comunicativa y expresiva del lenguaje.  Acostumbrados estamos a repetir día a día  consignas de una boca  que no sabemos si es boca u otra cosa, como de manera irreverente nos ha planteado a los bogotanos Wim Delvoye en el Museo de Arte del Banco de la República.

En este estado de cosas, Ricardo Arcos parece haberse preguntado: ¿cómo debe operar un museo universitario? La inquietud ha surgido del intercambio de ideas con sus colegas y que nos ha compartido, por considerarlas, con razón, de interés público, ya no académico. ¿Por qué plantear este problema extramuros,  en esta Ágora que es Esfera Pública? La justificación no puede ser banal: el museo de arte de la Universidad Nacional no debe ser un cerebro tonto, sin sentidos, sin aperturas a lo desconocido. El Museo debe comenzar a jugar un juego diferente antes de que se convierta en otra jaula de clase, de adoctrinamiento, como los demás museos de la ciudad.

A pesar de lo mucho que se ha debatido en  Esfera Pública acerca de los museos, no sobran unos comentarios de fin de año sobre este particular. Los reclamos se han hecho a las juntas que en la sombra gobiernan estas instituciones, consisten en reclamar luz, sonidos, colores, sabores y olores diferentes para revitalizar  sus descoloridas y muy bien protegidas colecciones. Los artistas colombianos y colombianas le han reclamado a los museos  restituir nuestro patrimonio a  nuestras prácticas artísticas, patrimonio convertido y exhibido como mercancía.

La pregunta que recoge Ricardo Arcos mantiene vigente esta discusión: ¿qué quieren las sombrías juntas detrás del trono de los directores y curadores de los museos de Bogotá? La pregunta no es nueva, lo cual no la deslegitima. Al contrario, pone en evidencia la soberbia, hybris la llamaban los griegos, de estas entidades, las cuales nos doblegan con su silencio morboso e impune. Desde este punto de vista, debemos reformular la pregunta. Ya no qué quieren los museos, sino qué queremos como Museo los ciudadanos y ciudadanas de Bogotá. Ricardo Arcos sabe cuál es la respuesta a la primera pregunta: los museos no quieren nada, se quieren a sí mismos que es lo mismo.  La pregunta, entonces, nos ha sido remitida a Esfera Pública. Y debemos responderla.

El museo universitario no puede comprenderse en analogía con hospital universitario. Todos sabemos lo descorazonador que puede resultar la experiencia de este último no-lugar donde los aprendices observan a los enfermos como fenómenos de circo. El museo universitario debe ser un lugar de reencuentro de la universidad con todos aquellos y aquellas que han sido formados en su campus y con toda la red de artistas que ellos y ellas han activado con su pensamiento. El museo universitario no puede quedar reducido a un no-lugar de prácticas académicas. Es un error mayúsculo considerar al Museo como un salón de clase, como un no-lugar de adoctrinamiento, de exposición académica de los botines capturados en guerras del centavo  imperiales, y puestos al servicio de la propaganda. Tampoco debe considéraselo como un lote de engorde de cosas que ya no sirven, objetos para entretener, o para comerciar  y promocionar imagen institucional con ellos, o, en el peor de todos los casos, para simular investigaciones curatoriales.  Los egresados y egresadas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional deben exigir más presencia en la dirección  del Museo de Arte y participar en la orientación de su destino. ¿Hay un representante de los egresados en su junta directiva?

¿Qué podemos decir al respeto en este año que termina cuando sabemos que continuaremos con más del mismo silencio el año que comienza? ¿Aún podemos decir algo? ¿Seremos escuchados alguna vez? ¿Podemos pedirle al senador Barak Obama que condicione la aprobación del TLC con Colombia a esta concesión? La pregunta es para estas juntas en cuestión, o consejos de sabios. Ricardo Arcos ha esbozado su posición, esperamos que la decencia con la que nos arropamos en las fiestas decembrinas, haga mella en el corazón de otras instituciones y se manifiesten a este respecto.

POSDATA ESFERA PÚBLICA

Feliz Navidad para nuestro anfitrión Jaime Irequi, para todos sus allegados, y por supuesto, para toda la comunidad de Esfera Pública, que él con imaginación y generosidad ha cuidado y mantenido unida para no olvidar que el debate abierto y libre de las ideas es lo que mantiene viva a cualquier tradición.

Jorge Peñuela