Muestra tus heridas

cicatriz.jpgMuestra tus heridas -sin efectismo, sin sobreactuar. Sencillamente: no tiene sentido ocultar nada. Deja ver tu condición. ¿Por qué seguir suponiendo que tendría algún interés engañar a alguien, a nada? Muestra tus heridas: no niegues que la herida es tu condición, la que te hace común a cada uno de nosotros, a todos. El mundo no es un engranaje perfecto en el que estemos sin roce. Y este roce, hiere.

Por esto intervenimos, por esto nos hablamos y mostramos los hallazgos de nuestros ojos, de nuestras manos, de nuestro pensamiento. Nos sabemos heridos, los unos en los otros, y todos en el mundo. Pero no queremos, ya, hacer de todo esto un drama. Traemos con nosotros heridas -incontables heridas: la historia de la humanidad es la de sus campos de batalla- pero ni queremos regodearnos en el lecho fácil de su narración inmunda, ni pretendemos entonar las virtudes salvíficas de algún universal remedio. No nos queda ya mucha esperanza, pero tampoco nos entregamos a la amarga melancolía de la convalecencia. Mostrar, esto es todo.

Una herida es siempre un territorio límite, escapado a su destino. Y el hombre, sí, es la herida del mundo, su extravío. Que el hombre muestre su herida, que se muestre a sí mismo como herida -esto es necesidad y honradez. Y no hay cura en ello, pero tampoco lamento puro: sino conocimiento, conocimiento de sí, de uno mismo, de sus lugares, sus territorios, sus límites, sus pliegues y sus rompimientos, de sus heridas. Imaginar un cuerpo todo hecho de heridas, de órganos que fallan a su misión. A dónde dirige sus funciones, cómo sobrevive. Sólo el hombre es capaz de existir herido, sólo para él la herida es condición.

Y puede que los tiempos del chamán, en que este mostrar se quería imaginar potenciador, multiplicador de las fuerzas de la vida, del espíritu, hayan quedado atrás. No parece que haya cura para esta herida del hombre -pero mostrarla sigue siendo el signo de un afirmar la voluntad de un existir más potente. Y darle por misión al arte esta mostración no es entonces gratuito. ¿Acaso no nos repugna cuando se llama arte a esos espejos falsos que el hombre se pone ante sí mismo -para imaginarse, como los gordos de Botero, cumplido y feliz?

Aquí se afirma un arte mucho más desgarrado, mucho más radical, mucho más dispuesto a hurgar y mostrar lo que no funciona bien. Lo que funciona mal en nosotros -como sujetos, como cuerpos, como territorios de pasiones, deseos y negociados de las vanidades-, y tambien lo que funciona mal en el cuerpo social, en los estados, en el mundo todo -y aún también, desde luego, lo que no funciona bien en los mundos del arte. Es por ésto que esta propuesta se aleja de los espacios convencionales, buscando -como uno de los proyectos arquitectónicos advierte- territorios de impunidad, espacios limítrofes, ellos mismos extraviados de su destino, heridos.

Es ésta otra escena. Incrustada en un centro preferencial del nuevo perfil de esta ciudad, sin embargo revela súbitamente un lado oscuro, herido, un trozo de memoria muerta. Territorializarla para el arte es un gesto de radicalidad política: de un lado muestra hasta qué punto a nuestra ciudad le faltan estos espacios en que sea posible algo otro que la reproducción engolada de los escenarios de la autocomplacencia; del otro, pone en evidencia que una ciudad es también un cuerpo herido -y que la vida de quienes la recorremos se impregna de su doliente supurar. Es así que territorializar este lugar para el arte acierta doblemente, porque nos trae lo que aún más nos falta -pero también porque acierta a ocupar el lugar preciso en que él arraiga en la condición humana: la herida.

Muestra tus heridas, ciudad. Muestra lo que no nos has entregado nunca, muestra lo que nos sigues dejando en falta. Muéstralo aquí, donde un trozo de tu cuerpo abandonado es memoria de que esta ciudad demasiado cortesana, demasiado oficial, todavía está habitada por hijos que sienten la necesidad de mirar hacia otro lado, hacia allí donde tus mentiras y fútiles esplendores no nos cieguen e impidan ver otras verdades del mundo, del hombre.

Muestra tus heridas, sí: sólo ellas son tu verdad.

Jose Luís Brea*

*Este texto fue originalmente escrito (en 1994) para el catálogo de la exposición Enseña tus heridas, organizada por El Perro en una nave de Atocha-Renfe, Madrid.