Miguel Huertas en nuestro laberinto

El 40 Salón Nacional de Artistas Colombianos introdujo modificaciones importantes que no han sido evaluadas por los artistas, tampoco por la crítica de arte o la sociedad civil. ¿Qué nos quedó de las curadurías que orientaron y articularon los procesos creativos de los artistas colombianos y colombianas? ¿Los curadores produjeron algún documento que nos permita evaluar esta experiencia del arte colombiano contemporáneo? ¿Cuál fue el aporte conceptual de las curadurías a esta modalidad de Salón Nacional? Mientras se publican los documentos que permitirán hacer una evaluación de las investigaciones adelantadas por las curadurías, el premio Luís Caballero de Bogotá se viene proyectando como el evento artístico más importante de Colombia. No porque sea Bogotá la sede; son las calidades de los artistas que han aceptado las condiciones del evento las que le han otorgado legitimidad e importancia.

¿Cuál es el propósito que se plantea la ciudad con el premio Luís Caballero a las artes plásticas? ¿Estimular? ¿Con este proyecto no pretende la ciudad algo más? ¿Qué consejo asesor ha motivado, reflexionado y determinado sus alcances? ¿Quizá la ciudad cree que es suficiente el estímulo, pues, los escasos recursos que se destinan a este evento nacional no pueden pretender más? Lacónicamente el portal de la galería Santa fe informa que los artistas participantes deben conceptualizar su trabajo de manera específica para este lugar. El proceso creativo queda condicionado por el diseño arquitectónico de este fragmento de modernidad que es el Planetario Distrital. Si es cierto que el premio Luís Caballero está llamado a ser el proyecto artístico más importante del país, los ciudadanos y ciudadanas debemos solicitar más reflexión sobre este premio, pero también más recursos, inclusive pensar la concepción de una modalidad, con cambio de sede inclusive, que no constriña el diálogo fluido  que ha de darse entre los signos reflexionados por el artista y el contexto que los hospeda, y, lo más importante, que estimule en verdad el pensamiento imaginativo de los artistas colombianos y colombianas. Bogotá tiene la experiencia administrativa suficiente para liderar una reflexión sobre el arte a nivel nacional, que cubra los vacíos que deja la reestructuración del Salón Nacional de Artistas. Bogotá debe consolidarse como capital cultural. El premio Luís Caballero puede articularse mucho más a los intereses de nuestra ciudad y de nuestro país, de sus ciudadanas y ciudadanos.

Miguel Huertas es un artista que ejecuta  sus tareas con diliguencia, Ámbitos es una de ellas. No es que haya realizado mejor su trabajo que los otros artistas seleccionados para la cuarta versión del premio Luís Caballero; se trata de que algunos artistas no se han dejado arrinconar con las restricciones de la convocatoria; es más, en algunas propuestas se han ignorado, o se han limitado a intervenir la ventana que nos permite observar dos ejemplares del árbol nacional de Colombia, la palma de cera del Quindío, en el Parque de la Independencia. Estas han sido incorporadas en la mayoría de las propuestas. ¿Qué tiene de interesante para un artista contemporáneo la galería  Santa fe, que no sean las palmas del parque? Parece que muy poco. Con sus fotografías de la galería Santa fe, Huertas pone de manifiesto esta hipótesis. En este sentido ejecutó su trabajo con corrección.

Huertas reconoce que las prácticas artísticas contemporáneas no se pueden comprender por fuera de un proyecto, pero problematiza el que así sea, no porque los artistas no trabajen mediante proyectos, sino porque le molesta la pedantería del “juego de certezas” que se ejecuta mediante ellos. El rigor de un proyecto artístico consiste en ausencia de certezas, en su falta de precisión; cuando los positivistas establecen que los parámetros de evaluación de un proyecto artístico son la Solidez formal y conceptual, o El aporte al campo artístico, como es el caso del Luís Caballero, asesinan al poeta que existe en todo creador. Los artistas han aceptado sin más la imposición de las lógicas de eficiencia y productividad, aplicadas por espíritus que han fracasado como poetas. Pero, claro, aceptarla, no es acatarla. Las expresiones poéticas han experimentado peores ataques en Occidente.

Huertas ha investigado sobre el arte de los años setenta en Colombia. Santiago Cárdenas fue uno de los artistas en los que centró su reflexión, como proyecto de tesis para la maestría en Teoría e Historia del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional.  Las conversaciones con Cárdenas propiciaron la exposición El soporte Invisible, en el Museo de Arte de la misma Universidad. Como Cárdenas, Huertas puso a prueba nuestro sistema perceptivo; entre otras cosas, quería mostrar cómo en el ámbito arquitectónico una imagen artificial puede fungir como imagen real, sin que nos enteremos, porque la arquitectura ha invisibilizado el artificio. Es el entendimiento el que logra desenmascarar, un “largo instante” después, el complot perceptual.

Huertas continúa sus reflexiones en el proyecto Ámbitos para la galería Santa fe. Ámbito es un conjunto de creencias que originan un espacio-tiempo. Ámbito es un concepto introducido por Huertas en su investigación para la Maestría, como alternativa a la clasificación ingenua de las artes: artes que se realizan en el  espacio y artes que lo hacen en el tiempo. Las artes plásticas tienen una dimensión temporal que no había sido reflexionada. Como Cárdenas con sus objetos de estudio, Huertas observa con meticulosidad el ámbito de la Galería Santa fe, registra la relación de algunos de sus elementos  con la luz natural. Sus fotografías también testimonian el montaje de la exposición Multiplication, el encanto con que un guacal o una escalera  le prestan un servicio invaluable al artista; sacan del anonimato perceptivo algunos elementos arquitectónicos del Planetario como claraboyas, escaleras, ventanas, pisos, techos, y accesorios como lámparas y puertas.

Al igual que Cárdenas, Huertas vuelve a poner a prueba nuestro sistema perceptivo, e intenta confundir al espectador. Al someter el ámbito de la galería a una sola fuente de luz natural, la ventana que deja traslucir las palmas, muestra las dos series de fotografías, dispuestas de manera tradicional. En un muro se cuelgan las de Multiplication y en el opuesto las de la Galería. El truco consiste en incorporar poco a poco y  cada vez más distanciados unos de otros, unos dibujos en carboncillo, los primeros sobre papel y los últimos, los más distanciados de la fuente de luz principal, ejecutados sobre el muro. Quiere hacerle  creer al espectador, como en  Soporte Invisible, que en el ámbito arquitectónico se han fundido los carboncillos sobre el muro, que unos y otros son la misma estructura, en beneficio de la arquitectura. Logra su propósito. Un grupo de jóvenes ingresa a la Galería, miran en rededor, tratan de adaptarse a su iluminación,  la vigilante los sorprende con la pregunta: “¿quieren ver la exposición?”. Con ingenuidad alguno de ellos responde: “¿Dónde está la exposición? Tal es el grado de desasosiego y abandono que trasmite la Galería, ni siquiera fue removido el polvo en los vidrios de una ventana pequeña que fue intervenida. Artificialmente, Huertas logra simular esa realidad que tanto aprecia la cultura de la luz natural, la que reverencia los hechos, la burguesa. Como no tienen boleta de entrada, los jóvenes tuvieron que dejar el ámbito de Huertas. La racionalidad económica primó sobre la curiosidad de un grupo de espontáneos. Estéticamente, Huertas pone de relieve unos valores que son el objeto de su crítica política y económica.

Huertas comparte con Cárdenas una especie de atavismo, la filosofía estética de Duchamp: el arte debe ser un estímulo al entendimiento y no a los sentidos, pues, es fácil mostrar cómo los sentidos pueden ser engañados con facilidad. El espectador espontáneo espera estímulo sensorial y queda defraudado del arte cuando no lo recibe. Perdidos en los rincones en penumbra de la galería, que fungen como inconsciente, se encuentran los vestigios de una niñez perdida. Como muchos edificios que han perdido su actualidad, su compromiso con la vida, al Planetario lo ronda un fantasma. Un carrusel en que retozan niños y niñas. El carrusel actual del Parque de la Independencia está detenido la mayor parte del tiempo, es un fantasma del carrusel original, desmantelado por instigación de coleccionistas privados. Huertas incluye dibujos y fotografías de este fantasma, como tal también pasan desapercibidos. Mediante ellos, reflexiona la infancia, quizá  la suya misma. Desea destrabar el carrusel atorado por la avaricia de los comerciantes y la seriedad de la época, y en cual muchos quisiéramos volver a retozar.

Más que una apología de una niñez devorada por el neoliberalismo, como propone en su texto virtual, Huertas mira con nostalgia lo que quizá fue lo más importante de su vida. No es que sus críticas al sistema económico en rigor en Colombia no tengan base, es más bien que la situación de los niños y niñas en Colombia no es tan catastrófica, ni tan generalizada, como él la plantea. A diferencia de los argumentos psicológicos que expone, alguien podría pensar que la niñez nunca estuvo en el pasado tan protegida como lo está hoy. Seguramente falta mucho por hacer; no obstante, existen sectores de la población mucho más vulnerables  que los niños en la actualidad en nuestro país, y no son los ancianos, como podría pensarse. Quizá somos todos aquellos que hemos visto sacrificados muchos Ámbitos de retozo, para que prevalezca el interés de los niños y las niñas. El discurso virtual de Huertas es políticamente correcto, con todas sus implicaciones.
El artista ha cumplido con el requerimiento de la convocatoria, pero ante la vacuidad de tener que  conceptualizar su trabajo para el ámbito de una galería que articula los valores que Huertas cuestiona –racionalidad, sobriedad, funcionabilidad, austeridad, entre otros–, decide establecer una relación difícil entre el culto de estos valores y un deterioro de la niñez. Como los lenguajes artísticos no hacen demostraciones, él mismo lo afirma, es más recomendable dejar fluir libremente el sentido de sus inquietudes, de sus añoranzas. ¿Quién no ha mirado alguna vez con nostalgia su niñez? Esto no es evidente, ni lo muestran los escasos estímulos sensibles proporcionados al espectador. He aquí el mérito de su proyecto, más allá de sus consideraciones políticas y pedagógicas.

Jorge Peñuela