Mercado, instituciones y el desequilibrio del sistema

El mercado del arte está en apogeo. Un apogeo raro que no sabemos si era el esperado por la estructura alrededor del mercado en sí pero que afecta directamente a la actividad institucional. Mercado, instituciones, política y contexto cultural se encuentran en una situación donde es necesario pensar hacia dónde vamos. En un contexto de crisis económica global el mercado de arte de máximo nivel está eufórico. Noah Horowitz, autor de «Art of the deal», lo simplifica de un modo gráfico: el 1%, esos que están ganando aún más con la crisis, aumenta su capacidad adquisitiva al mismo ritmo que el mercado del arte va vendiendo. Si ellos ganan, ellos compran. La lectura de Horowitz no parece ser nada crítica y utiliza eso de las cifras y los grafos para hablar desde una supuesta objetividad fría que esconde un servilismo perfectamente asumido. Somos de ellos y para ellos, así que tenemos que estar contentos con las riquezas del uno por ciento…

El mercado del arte está en apogeo. Un apogeo raro que no sabemos si era el esperado por la estructura alrededor del mercado en sí pero que afecta directamente a la actividad institucional. Mercado, instituciones, política y contexto cultural se encuentran en una situación donde es necesario pensar hacia dónde vamos.

En un contexto de crisis económica global el mercado de arte de máximo nivel está eufórico. Noah Horowitz, autor de «Art of the deal«, lo simplifica de un modo gráfico: el 1%, esos que están ganando aún más con la crisis, aumenta su capacidad adquisitiva al mismo ritmo que el mercado del arte va vendiendo. Si ellos ganan, ellos compran. La lectura de Horowitz no parece ser nada crítica y utiliza eso de las cifras y los grafos para hablar desde una supuesta objetividad fría que esconde un servilismo perfectamente asumido. Somos de ellos y para ellos, así que tenemos que estar contentos con las riquezas del uno por ciento.

Aunque el panorama está cambiando y mucho. El mercado ya no es lo que era. Las galerías tiemblan frente a las casas de subastas, que se convierten en el lugar del pelotazo y las cifras record. Las grandes galerías pueden seguir el ritmo y estar presentes en todas las ferias internacionales importantes, a las que toca indudablemente sumar Hong Kong, que para algo la ha comprado la misma empresa que dirige Art Basel y Art Basel Miami Beach. Todo indica que el mercado local necesitará de una redefinición frente a una «Champions League» que se pone más y más complicada. El mercado local sufre, la galería que investiga y apoya a sus artistas desde la juventud y facilita su crecimiento no puede manejar las cifras que implica la movilidad global, con lo que la distancia entre mercados crece, las grandes estrellas son más estrellas y los demás difícilmente tendrán entrada en el juego.

O sea, el mercado del arte sigue la misma lógica que el sistema: los grandes son más grandes, la velocidad aumenta, la carnicería es de órdago, las propuestas tienen que ser de empaque y los contenidos pues son los que son hasta llegar a los puntitos de Damien Hirst. Damien Hirst, ese ejemplo: de los armarios con medicinas, piezas francamente buenas, a ser «simplemente» un excelente manager de su propio negocio.

Pero el mercado no es el único elemento, evidentemente. El contexto institucional funcionaba como un contrapeso, como un componente donde aparecía la legitimidad y donde se podían marcar ritmos propios seguramente más pausados. También la capacidad de experimentación podía ser mayor, ya que no existía la necesidad de sacar un rendimiento económico a la de ya mismo. El contexto institucional incorporaba la investigación en sus procesos y, sin negar su conexión con el mercado, era capaz de lanzar propuestas que a priori parecían incorporar cierta dificultad para las formas y modos del comercio.

Por un lado mercado y por otro institución, y después distintos grados de independencia, distintos niveles de profesionalidad y distintos papeles con los que conformar un tejido interesante, vertebrado, suficientemente complejo y con capacidad interna para superar dirigismos excesivamente marcados. Si el mercado evoluciona parece ser que el contexto institucional lo hace por obligación y sin saber muy bien los motivos.

Europa era ese lugar donde lo público tenía un sentido educativo, social, cultural y político. Las distintas identidades nacionales de la Europa moderna fueron definidas y retratadas mediante la literatura y el arte. Algún día será necesario revisitar el papel de los artistas en la definición de la identidad nacional en el s.XIX, así como la importancia de la creación de instituciones artísticas como sistema para explicar a la población que eran alguien, que eran alguien importante y que en la creación estaba también su ser.

El «pacto» entre agentes entendía que el contexto institucional equilibraba el mercado, que cada uno de ellos definía algo de una totalidad y que las distintas aportaciones y modos de hacer eran favorables para el conjunto, entendiéndose el conjunto tanto el mundo del arte como también la sociedad. La función del museo superaba el tiempo presente para ser archivo y futuribles. El proto-centro de arte se convertía en ese lugar donde algo estaba en proceso de definición. Y, desde la política, se potenciaba que este entramado existiera y tuviera su grado de independencia, ya que se trataba de elementos conformantes de la sociedad. Y el mercado llegaba después para generar un segundo recorrido. El sistema norteamericano siempre ha sido otro, con el MoMA como ejemplo.

Pero la desarticulación de la idea de Europa, o del país europeo que sea, por el «bien» de la economía conlleva que no existan otros tiempos más allá de un presente chillón en el que las cifras mandan. Los resultados tienen que ser económicos y no sirve ya ni la palabra educación como sistema de defensa. A las instituciones se les obliga a su mercantilización. Los políticos celebran que la financiación privada vaya ganando enteros y presentan como modelos a aquellas grandes instituciones que más camisetas y postales venden, logrando así un tanto por ciento mayor de financiación propia, como si «propia» no fuera la pública. Las felicitaciones no llegan por una programación crítica, por mejorar el día a día de la población o por facilitar que en los periódicos se hable de algo interesante. O sea, los contenidos son eliminados en el proceso de valoración.

Frente a la presión para lograr unas cifras uno no puede dejar de pensar en cómo se ha obligado a las ONG a trabajar de un modo en específico. Los objetivos de las organizaciones no gubernamentales no los definen ellas sino quien pone el dinero. Y no es únicamente esto, sino que quien pone el capital explicita también cómo se va a trabajar, qué métodos se van a aplicar, qué objetivos hay que lograr. Unos objetivos que conllevan, sorpresa, la creación de mercados nuevos. Logical Frame Approach (LFA) es el sistema de trabajo y monitoración obligado para las ONG por parte de los grandes donantes. De este modo, el mercado ha logrado el control también sobre las estrategias supuestamente independientes para el desarrollo en otros lugares.

El problema es que se dirige, desde puestos políticos, a las instituciones artísticas públicas a seguir las formas del mercado, y el mercado ya estamos viendo hacia donde va. Vivimos la repetición de lo que pasa en el mercado en lo público: únicamente pueden ganar los grandes. Adiós a las propuestas de mediano o pequeño formato. Y, como con el desarrollo, se abre la veda para que el capital privado sea definitorio. Si eres capital privado querrás una máxima rentabilización de tu inversión, y esto se logra apostando a caballo ganador o inventándote tu propia plataforma para la publicidad. Hemos asistido al nacimiento de nuevas instituciones privadas que no son más que propaganda personal. Hemos visto la presión a la que se somete a las instituciones públicas para que saquen unos resultados económicos específicos. Hemos visto cómo todo este modo de actuación afecta en los programas, los equipos de trabajo y en la recepción por parte de los media.

El desmantelamiento de los estados afecta también enormemente al tejido del arte y conlleva un gasto de energía brutal en mantener la subsistencia. Las instituciones tienen que destinar muchísimo de su tiempo en buscar recursos, situándose en una posición de emergencia y fragilidad que conlleva el no poder pensar más allá del «hoy». La criticalidad queda en entredicho ya que primero tenemos que asegurar que la institución no ha sido desmantelada. Algo no funciona. Era en la independencia donde la fragilidad existía, en el marco institucional se necesita de cierta seguridad que permita la reflexión y el distanciamiento crítico. En el marco institucional existía una responsabilidad civil que puede desaparecer a medida que se le pide una cuota mayor de privatización.

Tenemos entonces un sistema que ha dejado de estar compensado. El mercado es más mercado, pero el contexto institucional no es más contexto institucional. Las carreras artísticas, curatoriales, programáticas o del perfil que sean parecen tener frente suyo un único espacio de actuación marcado de antemano. Y, lo dicho, no se trata de un mercado que genera tejido sino de un mercado donde las casas de subastas van a por todas. Y, en esta diatriba, llegó el bombazo: Tensta Konsthall, el centro de arte que desde hace un tiempo dirige Maria Lind, establece una colaboración con Bukowskis, la casa de subastas más importante de Suecia. Y los media encuentran su tema, ya que Bukowskis es propiedad de la familia Lundin, gente de petróleo y actuaciones más que dudosas en Etiopía. El centro de arte, de base pública, de carácter experimental colaborando con el extremo capitalista. El contexto artístico descolocado, las galerías enfadadas, los artistas que no saben como posicionarse. Pero, frente a todo, una frase catchy que se convierte en ley: «Money Rules». Una frase que, una vez aceptada como norma, conviene pensar si viene impuesta por el mercado, por los políticos, por el propio sistema institucional o representa un cierre sistémico.

El mercado del arte está en apogeo. Un apogeo raro que no sabemos si era el esperado por la estructura alrededor del mercado en sí pero que afecta directamente a la actividad institucional. Mercado, instituciones, política y contexto cultural se encuentran en una situación donde es necesario pensar hacia dónde vamos.

En un contexto de crisis económica global el mercado de arte de máximo nivel está eufórico. Noah Horowitz, autor de «Art of the deal«, lo simplifica de un modo gráfico: el 1%, esos que están ganando aún más con la crisis, aumenta su capacidad adquisitiva al mismo ritmo que el mercado del arte va vendiendo. Si ellos ganan, ellos compran. La lectura de Horowitz no parece ser nada crítica y utiliza eso de las cifras y los grafos para hablar desde una supuesta objetividad fría que esconde un servilismo perfectamente asumido. Somos de ellos y para ellos, así que tenemos que estar contentos con las riquezas del uno por ciento.

Aunque el panorama está cambiando y mucho. El mercado ya no es lo que era. Las galerías tiemblan frente a las casas de subastas, que se convierten en el lugar del pelotazo y las cifras record. Las grandes galerías pueden seguir el ritmo y estar presentes en todas las ferias internacionales importantes, a las que toca indudablemente sumar Hong Kong, que para algo la ha comprado la misma empresa que dirige Art Basel y Art Basel Miami Beach. Todo indica que el mercado local necesitará de una redefinición frente a una «Champions League» que se pone más y más complicada. El mercado local sufre, la galería que investiga y apoya a sus artistas desde la juventud y facilita su crecimiento no puede manejar las cifras que implica la movilidad global, con lo que la distancia entre mercados crece, las grandes estrellas son más estrellas y los demás difícilmente tendrán entrada en el juego.

O sea, el mercado del arte sigue la misma lógica que el sistema: los grandes son más grandes, la velocidad aumenta, la carnicería es de órdago, las propuestas tienen que ser de empaque y los contenidos pues son los que son hasta llegar a los puntitos de Damien Hirst. Damien Hirst, ese ejemplo: de los armarios con medicinas, piezas francamente buenas, a ser «simplemente» un excelente manager de su propio negocio.

Pero el mercado no es el único elemento, evidentemente. El contexto institucional funcionaba como un contrapeso, como un componente donde aparecía la legitimidad y donde se podían marcar ritmos propios seguramente más pausados. También la capacidad de experimentación podía ser mayor, ya que no existía la necesidad de sacar un rendimiento económico a la de ya mismo. El contexto institucional incorporaba la investigación en sus procesos y, sin negar su conexión con el mercado, era capaz de lanzar propuestas que a priori parecían incorporar cierta dificultad para las formas y modos del comercio.

Por un lado mercado y por otro institución, y después distintos grados de independencia, distintos niveles de profesionalidad y distintos papeles con los que conformar un tejido interesante, vertebrado, suficientemente complejo y con capacidad interna para superar dirigismos excesivamente marcados. Si el mercado evoluciona parece ser que el contexto institucional lo hace por obligación y sin saber muy bien los motivos.

Europa era ese lugar donde lo público tenía un sentido educativo, social, cultural y político. Las distintas identidades nacionales de la Europa moderna fueron definidas y retratadas mediante la literatura y el arte. Algún día será necesario revisitar el papel de los artistas en la definición de la identidad nacional en el s.XIX, así como la importancia de la creación de instituciones artísticas como sistema para explicar a la población que eran alguien, que eran alguien importante y que en la creación estaba también su ser.

El «pacto» entre agentes entendía que el contexto institucional equilibraba el mercado, que cada uno de ellos definía algo de una totalidad y que las distintas aportaciones y modos de hacer eran favorables para el conjunto, entendiéndose el conjunto tanto el mundo del arte como también la sociedad. La función del museo superaba el tiempo presente para ser archivo y futuribles. El proto-centro de arte se convertía en ese lugar donde algo estaba en proceso de definición. Y, desde la política, se potenciaba que este entramado existiera y tuviera su grado de independencia, ya que se trataba de elementos conformantes de la sociedad. Y el mercado llegaba después para generar un segundo recorrido. El sistema norteamericano siempre ha sido otro, con el MoMA como ejemplo.

Pero la desarticulación de la idea de Europa, o del país europeo que sea, por el «bien» de la economía conlleva que no existan otros tiempos más allá de un presente chillón en el que las cifras mandan. Los resultados tienen que ser económicos y no sirve ya ni la palabra educación como sistema de defensa. A las instituciones se les obliga a su mercantilización. Los políticos celebran que la financiación privada vaya ganando enteros y presentan como modelos a aquellas grandes instituciones que más camisetas y postales venden, logrando así un tanto por ciento mayor de financiación propia, como si «propia» no fuera la pública. Las felicitaciones no llegan por una programación crítica, por mejorar el día a día de la población o por facilitar que en los periódicos se hable de algo interesante. O sea, los contenidos son eliminados en el proceso de valoración.

Frente a la presión para lograr unas cifras uno no puede dejar de pensar en cómo se ha obligado a las ONG a trabajar de un modo en específico. Los objetivos de las organizaciones no gubernamentales no los definen ellas sino quien pone el dinero. Y no es únicamente esto, sino que quien pone el capital explicita también cómo se va a trabajar, qué métodos se van a aplicar, qué objetivos hay que lograr. Unos objetivos que conllevan, sorpresa, la creación de mercados nuevos. Logical Frame Approach (LFA) es el sistema de trabajo y monitoración obligado para las ONG por parte de los grandes donantes. De este modo, el mercado ha logrado el control también sobre las estrategias supuestamente independientes para el desarrollo en otros lugares.

El problema es que se dirige, desde puestos políticos, a las instituciones artísticas públicas a seguir las formas del mercado, y el mercado ya estamos viendo hacia donde va. Vivimos la repetición de lo que pasa en el mercado en lo público: únicamente pueden ganar los grandes. Adiós a las propuestas de mediano o pequeño formato. Y, como con el desarrollo, se abre la veda para que el capital privado sea definitorio. Si eres capital privado querrás una máxima rentabilización de tu inversión, y esto se logra apostando a caballo ganador o inventándote tu propia plataforma para la publicidad. Hemos asistido al nacimiento de nuevas instituciones privadas que no son más que propaganda personal. Hemos visto la presión a la que se somete a las instituciones públicas para que saquen unos resultados económicos específicos. Hemos visto cómo todo este modo de actuación afecta en los programas, los equipos de trabajo y en la recepción por parte de los media.

El desmantelamiento de los estados afecta también enormemente al tejido del arte y conlleva un gasto de energía brutal en mantener la subsistencia. Las instituciones tienen que destinar muchísimo de su tiempo en buscar recursos, situándose en una posición de emergencia y fragilidad que conlleva el no poder pensar más allá del «hoy». La criticalidad queda en entredicho ya que primero tenemos que asegurar que la institución no ha sido desmantelada. Algo no funciona. Era en la independencia donde la fragilidad existía, en el marco institucional se necesita de cierta seguridad que permita la reflexión y el distanciamiento crítico. En el marco institucional existía una responsabilidad civil que puede desaparecer a medida que se le pide una cuota mayor de privatización.

Tenemos entonces un sistema que ha dejado de estar compensado. El mercado es más mercado, pero el contexto institucional no es más contexto institucional. Las carreras artísticas, curatoriales, programáticas o del perfil que sean parecen tener frente suyo un único espacio de actuación marcado de antemano. Y, lo dicho, no se trata de un mercado que genera tejido sino de un mercado donde las casas de subastas van a por todas. Y, en esta diatriba, llegó el bombazo: Tensta Konsthall, el centro de arte que desde hace un tiempo dirige Maria Lind, establece una colaboración con Bukowskis, la casa de subastas más importante de Suecia. Y los media encuentran su tema, ya que Bukowskis es propiedad de la familia Lundin, gente de petróleo y actuaciones más que dudosas en Etiopía. El centro de arte, de base pública, de carácter experimental colaborando con el extremo capitalista. El contexto artístico descolocado, las galerías enfadadas, los artistas que no saben como posicionarse. Pero, frente a todo, una frase catchy que se convierte en ley: «Money Rules». Una frase que, una vez aceptada como norma, conviene pensar si viene impuesta por el mercado, por los políticos, por el propio sistema institucional o representa un cierre sistémico.

El mercado del arte está en apogeo. Un apogeo raro que no sabemos si era el esperado por la estructura alrededor del mercado en sí pero que afecta directamente a la actividad institucional. Mercado, instituciones, política y contexto cultural se encuentran en una situación donde es necesario pensar hacia dónde vamos.

En un contexto de crisis económica global el mercado de arte de máximo nivel está eufórico. Noah Horowitz, autor de «Art of the deal«, lo simplifica de un modo gráfico: el 1%, esos que están ganando aún más con la crisis, aumenta su capacidad adquisitiva al mismo ritmo que el mercado del arte va vendiendo. Si ellos ganan, ellos compran. La lectura de Horowitz no parece ser nada crítica y utiliza eso de las cifras y los grafos para hablar desde una supuesta objetividad fría que esconde un servilismo perfectamente asumido. Somos de ellos y para ellos, así que tenemos que estar contentos con las riquezas del uno por ciento.

Aunque el panorama está cambiando y mucho. El mercado ya no es lo que era. Las galerías tiemblan frente a las casas de subastas, que se convierten en el lugar del pelotazo y las cifras record. Las grandes galerías pueden seguir el ritmo y estar presentes en todas las ferias internacionales importantes, a las que toca indudablemente sumar Hong Kong, que para algo la ha comprado la misma empresa que dirige Art Basel y Art Basel Miami Beach. Todo indica que el mercado local necesitará de una redefinición frente a una «Champions League» que se pone más y más complicada. El mercado local sufre, la galería que investiga y apoya a sus artistas desde la juventud y facilita su crecimiento no puede manejar las cifras que implica la movilidad global, con lo que la distancia entre mercados crece, las grandes estrellas son más estrellas y los demás difícilmente tendrán entrada en el juego.

O sea, el mercado del arte sigue la misma lógica que el sistema: los grandes son más grandes, la velocidad aumenta, la carnicería es de órdago, las propuestas tienen que ser de empaque y los contenidos pues son los que son hasta llegar a los puntitos de Damien Hirst. Damien Hirst, ese ejemplo: de los armarios con medicinas, piezas francamente buenas, a ser «simplemente» un excelente manager de su propio negocio.

Pero el mercado no es el único elemento, evidentemente. El contexto institucional funcionaba como un contrapeso, como un componente donde aparecía la legitimidad y donde se podían marcar ritmos propios seguramente más pausados. También la capacidad de experimentación podía ser mayor, ya que no existía la necesidad de sacar un rendimiento económico a la de ya mismo. El contexto institucional incorporaba la investigación en sus procesos y, sin negar su conexión con el mercado, era capaz de lanzar propuestas que a priori parecían incorporar cierta dificultad para las formas y modos del comercio.

Por un lado mercado y por otro institución, y después distintos grados de independencia, distintos niveles de profesionalidad y distintos papeles con los que conformar un tejido interesante, vertebrado, suficientemente complejo y con capacidad interna para superar dirigismos excesivamente marcados. Si el mercado evoluciona parece ser que el contexto institucional lo hace por obligación y sin saber muy bien los motivos.

Europa era ese lugar donde lo público tenía un sentido educativo, social, cultural y político. Las distintas identidades nacionales de la Europa moderna fueron definidas y retratadas mediante la literatura y el arte. Algún día será necesario revisitar el papel de los artistas en la definición de la identidad nacional en el s.XIX, así como la importancia de la creación de instituciones artísticas como sistema para explicar a la población que eran alguien, que eran alguien importante y que en la creación estaba también su ser.

El «pacto» entre agentes entendía que el contexto institucional equilibraba el mercado, que cada uno de ellos definía algo de una totalidad y que las distintas aportaciones y modos de hacer eran favorables para el conjunto, entendiéndose el conjunto tanto el mundo del arte como también la sociedad. La función del museo superaba el tiempo presente para ser archivo y futuribles. El proto-centro de arte se convertía en ese lugar donde algo estaba en proceso de definición. Y, desde la política, se potenciaba que este entramado existiera y tuviera su grado de independencia, ya que se trataba de elementos conformantes de la sociedad. Y el mercado llegaba después para generar un segundo recorrido. El sistema norteamericano siempre ha sido otro, con el MoMA como ejemplo.

Pero la desarticulación de la idea de Europa, o del país europeo que sea, por el «bien» de la economía conlleva que no existan otros tiempos más allá de un presente chillón en el que las cifras mandan. Los resultados tienen que ser económicos y no sirve ya ni la palabra educación como sistema de defensa. A las instituciones se les obliga a su mercantilización. Los políticos celebran que la financiación privada vaya ganando enteros y presentan como modelos a aquellas grandes instituciones que más camisetas y postales venden, logrando así un tanto por ciento mayor de financiación propia, como si «propia» no fuera la pública. Las felicitaciones no llegan por una programación crítica, por mejorar el día a día de la población o por facilitar que en los periódicos se hable de algo interesante. O sea, los contenidos son eliminados en el proceso de valoración.

Frente a la presión para lograr unas cifras uno no puede dejar de pensar en cómo se ha obligado a las ONG a trabajar de un modo en específico. Los objetivos de las organizaciones no gubernamentales no los definen ellas sino quien pone el dinero. Y no es únicamente esto, sino que quien pone el capital explicita también cómo se va a trabajar, qué métodos se van a aplicar, qué objetivos hay que lograr. Unos objetivos que conllevan, sorpresa, la creación de mercados nuevos. Logical Frame Approach (LFA) es el sistema de trabajo y monitoración obligado para las ONG por parte de los grandes donantes. De este modo, el mercado ha logrado el control también sobre las estrategias supuestamente independientes para el desarrollo en otros lugares.

El problema es que se dirige, desde puestos políticos, a las instituciones artísticas públicas a seguir las formas del mercado, y el mercado ya estamos viendo hacia donde va. Vivimos la repetición de lo que pasa en el mercado en lo público: únicamente pueden ganar los grandes. Adiós a las propuestas de mediano o pequeño formato. Y, como con el desarrollo, se abre la veda para que el capital privado sea definitorio. Si eres capital privado querrás una máxima rentabilización de tu inversión, y esto se logra apostando a caballo ganador o inventándote tu propia plataforma para la publicidad. Hemos asistido al nacimiento de nuevas instituciones privadas que no son más que propaganda personal. Hemos visto la presión a la que se somete a las instituciones públicas para que saquen unos resultados económicos específicos. Hemos visto cómo todo este modo de actuación afecta en los programas, los equipos de trabajo y en la recepción por parte de los media.

El desmantelamiento de los estados afecta también enormemente al tejido del arte y conlleva un gasto de energía brutal en mantener la subsistencia. Las instituciones tienen que destinar muchísimo de su tiempo en buscar recursos, situándose en una posición de emergencia y fragilidad que conlleva el no poder pensar más allá del «hoy». La criticalidad queda en entredicho ya que primero tenemos que asegurar que la institución no ha sido desmantelada. Algo no funciona. Era en la independencia donde la fragilidad existía, en el marco institucional se necesita de cierta seguridad que permita la reflexión y el distanciamiento crítico. En el marco institucional existía una responsabilidad civil que puede desaparecer a medida que se le pide una cuota mayor de privatización.

Tenemos entonces un sistema que ha dejado de estar compensado. El mercado es más mercado, pero el contexto institucional no es más contexto institucional. Las carreras artísticas, curatoriales, programáticas o del perfil que sean parecen tener frente suyo un único espacio de actuación marcado de antemano. Y, lo dicho, no se trata de un mercado que genera tejido sino de un mercado donde las casas de subastas van a por todas. Y, en esta diatriba, llegó el bombazo: Tensta Konsthall, el centro de arte que desde hace un tiempo dirige Maria Lind, establece una colaboración con Bukowskis, la casa de subastas más importante de Suecia. Y los media encuentran su tema, ya que Bukowskis es propiedad de la familia Lundin, gente de petróleo y actuaciones más que dudosas en Etiopía. El centro de arte, de base pública, de carácter experimental colaborando con el extremo capitalista. El contexto artístico descolocado, las galerías enfadadas, los artistas que no saben como posicionarse. Pero, frente a todo, una frase catchy que se convierte en ley: «Money Rules». Una frase que, una vez aceptada como norma, conviene pensar si viene impuesta por el mercado, por los políticos, por el propio sistema institucional o representa un cierre sistémico.

 

Marti Manen

 

publicado por A Desk*