más leña al ruidismo

Yve-Alain Bois (Yab) no siente vergüenza por creer en la existencia de estructuras profundas que subyacen a la realidad, que un pensamiento serio puede desentrañar, el de él, el primer mundo. Existen no pocas razones para la vergüenza. He aquí unas de ellas. Buscar estructuras profundas es otra manera de creer en la existencia de esencias metafísicas –lo que tienen en común las cosas– que soportan nuestras construcciones sociales, y que, desentrañadas, nos permiten «definir» objetos independientemente de los contextos. Esto no es Modernidad. Al contrario, creer que se pueden extraer los conceptos de los objetos es un dogma pre-moderno racionalista. Los objetos no generan conceptos, son una producción del entendimiento humano, si se quiere una ficción “metodológica”.

Superar la subjetividad burguesa no solo conlleva la destrucción del sujeto; también el objeto queda obsoleto con su desaparición. Solo creyendo en entidades metafísicas, tiene sentido creer que el pensamiento artístico se comprende a partir de una epistemología. El pensamiento artístico contemporáneo nos muestra otra cosa: pensar seriamente es pensar éticamente. Más que una epistemología lo que requieren nuestras prácticas artistas, y las sociedades que las sustentan, es una reflexión sobre la justicia. La epistemología es otra manera de eludir la problemática política de nuestros complejos sistemas sociales.

La boga de las epistemologías ha llegado a su ocaso. Para comprender al otro requerimos imaginación –inspiración–, en menor grado razón argumentativa. A la otra orilla llegamos imaginativamente. La seducción es a la imaginación, lo que la técnica a la argumentación. Quien tituló la entrevista de la señora Guash comprendió el problema, la epistemología contra-ataca de nuevo (a la poesía, claro está). El imperio de la razón no siente la menor vergüenza por reclamar un podio dentro de unas sociedades que ya no creen en altares. Colombia es un caso especial.

Si concordamos en que los conceptos de sujeto y objeto son ficciones modernas, el concepto de persona, no lo es, porque, en efecto, como plantea Yab, es una construcción social, no una abstracción epistemológica. El concepto de persona es ético, no epistemológico. Sólo un pensamiento ético puede hacer frente a la globalización y ayudar a destrivializar la posmodernidad.

Finalmente, la siguiente frase de la aludida entrevista es ilegible: «siempre he disentido de la idea de «esencia» vinculada a la pintura, algo que para el formalismo ortodoxo de la modernidad era casi una doxa». Por lo menos es confusa la reflexión, porque si era una doxa, era algo flexible; tal vez el autor quiso decir, no lo sé, dogma, que es lo contrario.

Jorge Peñuela