mall de corazón

No puede haber un blog más aburrido: casi como un escrito previo a un suicidio. No pasa nada, pocos colores ambientan un monótono relato que es, de por sí, un bloque inexpugnable, de lectura fatigante y plagado de referencias personales. La pesadilla de quienes esperan obtener experiencias divertidas en todas partes: tan plano como una resolución institucional, tan escueto como un acta de grado. Su encabezado solamente indica el nombre, las únicas imágenes son los scanners de unas facturas.

Siguiendo el mismo procedimiento de algunos de sus colegas más cercanos, Natalia Ávila Leubro simula que no hace nada para hacer nada. Parece seguir juiciosamente la formulación que se daba de la obra artística hacia finales de los años setenta en las conferencias de un afamado psicoanalista, cuando se indicaba respecto a la producción de arte y el mito de la creatividad del sujeto responsable de ejecutarla, que “nada se hace a partir de nada”:

Ávila Leubro va a un centro comercial y lo habita durante su vigilia, fin.

Ante esto, un padre o una madre pueden preguntar legítimamente “¿y a dónde fue a parar la inversión que durante cinco años se hizo en su educación universitaria?”, evaluando con asombro cómo esa inactividad estaría más cercana a la improductividad que al ocio creativo. Del mismo modo un espectador ilustrado en arte contemporáneo o un comentarista de arte o un profesor de una facultad de artes o un jurado de tesis en arte, puede manifestar sus sospechas ante la pertinencia de ese trabajo, preguntando (a otra persona que piense igual que él): “¿y mediante esto pretende validar su actividad como artista?”. Entonces, a pesar de que parezca que no quiere decir mucho, que no busque comprometerse con nada, que no quiera convencer a nadie y a través de una práctica del silencio (bastante cercana al mandato cristiano de no hacer alarde de las obras de caridad) busque hablar sobre el uso del tiempo libre, Ávila Leubro construye con su acto un espacio para la discusión. Su estadía en el centro comercial sólo da para hablar. Como muchas obras de arte, lo único que puede lograr es que alguien piense en ella y, si quiere, se lo haga saber a otra persona. Ese performance de resistencia, como ha sido calificado apresuradamente, es un trabajo que logra superar el marco formalista de la denominación categorial y construye un relato sobre la vida en la ciudad. Además, para ser efectivo no necesita soportes documentales, ni mecanismos de intermediación. Si Ávila Leubro lo hubiese resuelto mediante una pintura al óleo de ella entre gente que va de compras, no sería lo mismo. En esta medida su trabajo es -como el arte más tradicional-, diáfano y simple. Un tipo de arte por el arte que no intenta tramitar discusiones sobre políticas de consumo ni cosas por el estilo. Sin embargo, también se puede articular en torno a lo contrario: las cuatro semanas que Ávila Leubro habitó en el centro comercial Salitre Plaza hacen posible notar cómo un artista no necesita de gestos grandilocuentes e ideológicamente amanerados para establecer un señalamiento. Su indagación en torno a las negociaciones éticas implícitas en el ejercicio del consumo es mucho más sugerente que un tratado sobre la microeconomía de los no-lugares.

Para lograrlo, realiza una acción que pone en riesgo la integridad del ejercicio y su propia integridad mental. Estar durante un mes en un centro comercial y conocer distintas variedades de lunáticos, perder el tiempo y gastar bastante dinero en su alimentación, permitir que uno de sus colegas que escribe utilice eso para atacar una administración terca, arrogante y políticamente torpe de una Facultad de Bellas Artes de una Fundación Universitaria con nombre de prócer en duda, al alegar histéricamente que su encierro de un mes es algo así como una especie de bofetada contra la institucionalidad educativa universitaria etc., son cuestiones de las que ella es directamente responsable y no puede controlar. La serie de consecuencia generadas por su acto semejan una sintomatología psicótica, donde el paciente sabe muy bien que todo el mundo lo persigue, que todo el mundo habla de él, pero no puede hablar con esas personas que tanto saber de su vida y, realmente, no podría identificar muy bien a la última persona que ha estado husmeando detrás suyo. Asumiendo el riesgo de perder el dominio creativo sobre su trabajo, Ávila Leubro hizo algo para que los demás habláramos, sin parar. Su performance funciona perfectamente como una forma de adoctrinamiento pausado, que sabe del rápido desgaste que causa la grandilocuencia reivindicatoria y lo evade haciendo que los demás le completemos su sentido.

Conclusiones

Teniendo en cuenta que Natalia Ávila Leubro concibió la actividad de encerrarse durante un mes en un centro comercial exitoso como parte de una indagación artística, resulta interesante contrastar su metodología de producción con algunos indicadores de status de la obra de arte contemporáneo:

1.- no se puede ver directamente (hay que contentarse con ver algunas fotografías de la obra (de llegar a haberlas) y/o esperar a que alguien que tuvo acceso a la artista) cuente cómo era la obra)

2.- no existe o no existió en realidad (su materialización apela a la desaparición física para reforzar la narración que la perpetuará en el tiempo: ¿cómo garantizar la veracidad de la acción de Ávila Leubro si los documentos que presenta bien pudieron haber sido elaborados como un ejercicio de artes gráficas?, ¿es tan descabellado pensar que muchos de los textos laudatorios escritos comentaristas enojados (y otros no tanto), donde se la postula como performer de resistencia local, son más un divertimento literario que la constatación de un proceso efectivamente realizado? );

2.- su carácter de mito urbano no resta importancia a sus logros estéticos (a pesar de no poder contrastar la presentación de Ávila Leubro con imágenes que den verdadera cuenta de que sí estuvo durante un mes dentro del infierno que es Salitre Plaza, muchos nos ponemos a pensar y a discutir sobre las implicaciones, motivos y alcances que tuvo esa persona para hacer eso durante ese tiempo y en esa época);

4.- es utilizado como referencia para el trabajo de otros artistas (así sea de manera negativa, es decir apelando a sus errores o a sus debilidades, un pseudónimo en proceso de grado (de la universidad de los pseudonimos-, puesto que parece haber obtenido su diploma hace bastante tiempo), dice estar estudiando la acción de Ávila Leubro como parte de su “investigación” de “tesis”)

5.- parece querer marcar un hito en la comunidad estudiantil de la región (su influencia no deja de percibirse, sobre todo por el escándalo que acompaña a la difusión de la obra, que parece incluso estar por encima de ella).

6.- la retórica colateral resulta siendo más compleja que las articulaciones en torno a la obra misma (a pesar de que se discute muy poco sobre su sentido, el trabajo de Ávila Leubro sirve para hablar de todo: de reinas de belleza, de secretarias y directivos universitarios, de rencores guardados durante varios años, de niñas bien vestidas, de universidades en Wutendes, de complots, etc.)

7.- resulta bastante menos atractivo acercarse a la obra que derivar de ella señalamientos y denuncias.

8.- una persona cercana a la artista es encargada con bastante antelación para que escriba un texto sobre la obra y luego de aceptar y dar un plazo, tarda demasiado tiempo en resolverse.

Guillermo Vanegas