Los límites de mi mundo

Andrés Felipe Uribe escribe. Escribe con una máquina que ya está sepultada, o escribe con una máquina de calcular precios, escribe a mano con una letra torcida sobre cartón o sobre sobres de pago. A veces escribe sobre los pagos que hizo, o más bien escribe los pagos que hizo porque en realidad no escribe sobre nada. Registra, como un burócrata de lo absurdo, el tiempo muerto, que sólo transcurre para dejar un registro mecanografiado de su insignificancia.

Andrés Felipe Uribe en la galería El Dorado

Uribe escribe. Escribe con una máquina que ya está sepultada, o escribe con una máquina de calcular precios, escribe a mano con una letra torcida sobre cartón o sobre sobres de pago. A veces escribe sobre los pagos que hizo, o más bien escribe los pagos que hizo porque en realidad no escribe sobre nada. Registra, como un burócrata de lo absurdo, el tiempo muerto, que sólo transcurre para dejar un registro mecanografiado de su insignificancia.

Un logo de Texaco, que evidencia que su “t” es una cruz, y por lo tanto la muerte en esta tradición cristiana, marca las hojas como sello de autenticidad. Le imprime una calidad de muerte a las hojas mecanografiadas que no son otra cosa que rastros de la vida que pasa y para la que no pasa nada. Causa desesperación enfrentarse a esos cúmulos de papel sin narración.

Andrés Felipe Uribe «Sorry Wörtemauer (American Standards Cover)» 2017

Uribe toma tinto y registra los tintos que se toma solo y deja los vasos de icopor arrumados sobre la mesa en la que escribe. El único rastro de pasión está empaquetado en una bolsa ziploc y es el envoltorio vacío de una paleta. La oficina en la que trabaja un taxonomista del tiempo perdido, se parece a cualquier otra oficina, deja ver el trabajo hecho y el trabajo por hacer, que siempre es trabajo de inscripción y de traducción, de citar lo que se dijo allá, acá. La diferencia, y esto es lo que más ansiedad genera, es que Uribe sabe de la inutilidad de su oficio de escribano. Hace lo mismo que todxs lxs demás, pero consciente de que traspasar letras de un lado para otro, es sólo una forma de matar el tiempo. Ver las horas arrumadas de esta exposición tal vez pueda lanzarnos a hacer trabajo vivo aunque de éste, no quede ni una sola inscripción mecanografiada.

 

Mónica Eraso

Bogotá, Septiembre 23

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