Los curadores son una lacra…

Cuando la palabra curador no era conocida en nuestras pampas, Gumier Maier, al frente de la galería del Centro Cultural Rojas (desde su creación en 1989 hasta 1996), se convirtió en figura emblemática de las artes visuales de los noventa. Le dio lugar, entre muchísimos artistas de escasa visibilidad que luego pisaron fuerte, a Feliciano Centurión, Marcelo Pombo, Miguel Harte, Cristina Schiavi, Omar Schiliro, Leo Battisttelli, Sebastián Gordín, Benito Laren y Elba Bairón. Un verdadero semillero.

La resistencia, hay que decirlo, fue intensa dentro y fuera de la institución: «Lo que se empezaba a mostrar en el Rojas no entraba en lo que entonces se estaba instituyendo en otros espacios de arte», dice Gumier Maier en diálogo con Ñ. La respuesta, en muchos casos, fue el etiquetamiento -se lo tildó de arte kitsch, light, antipolítico, etc.-: un modo de reducir una experiencia innovadora, variada, potente.

Gumier Maier curó, entre muchas otras muestras en el Centro Cultural Recoleta, «Frenesí», una retrospectiva de Liliana Maresca. Expuso en Apex Art de Nueva York y en importantes galerías y museos de la Argentina. Durante 2003, volvió a dirigir la galería del Rojas, y en 2005, publicó el libro «Curadores». En 2003, tras curar la muestra «Pereira-Vecino» en el MALBA, se alejó definitivamente del mundo del arte. «Estaba harto de la frivolidad y el vacío del mundo del arte, no del arte ni de los artistas», confiesa. Un mundo que, considera, se transformó en un mecanismo del espectáculo, abalado por los medios.

«Hay que llamar a un congreso de curadores y tirarles 400 pastillas de gamexane: son una lacra», dispara sobre el lugar que ocupan hoy los curadores. «Son, en general, gente estúpida e inculta, que coparon el mundo del arte». Aunque admite que el rol del curador es necesario, hoy se deposita en ellos una autoridad excesiva: «El artista pasó a ser un pobre idiota y el curador es el único que sabe qué quiere decir el artista». Además, señala que existe una metástasis curatorial: «Por cada artista hay millones de curadores. Es un cáncer: alguna terapia hay que encarar». Para Maier, la escasa capacidad de enunciación propia de las artes visuales -en general son mudas, dice- desata en algunos intolerancia y hasta angustia. «Aun curadores cuyos textos leo y me parecen interesantes, están obturando con la palabra la potencialidad de la imagen». Blanco sobre negro: «Mas allá de las buenas intenciones, hoy el rol de curador es nocivo: intentan hacer inteligible aquello que quizás no es posible de ser entendido porque transcurre en un nivel preverbal».

Marina Oybin

Publicado por revista Ñ. Visto en ::salónKritik::