Lo que sucede cuando se intenta domesticar el arte

En los últimos tres meses, varios casos de censura dieron la vuelta al mundo y reactualizaron el debate sobre el papel de curadores y directores de museos. Este texto de María Paula Zacharías revisa estos casos que, una vez más, redefinen los límites entre transgresión, escándalo y libertad de expresión.

¿Pueden ponerse límites a la libertad de expresión de los artistas? La suerte que corrieron los directores de museos luego de intentar hacerlo parece indicar que no. En cuestión de meses, dos instituciones de renombre sufrieron papelones mundiales, una artista estuvo presa y una performance recorrió Europa con manifestaciones en contra y varias clausuras. La violencia, la discriminación, la dictadura o el colonialismo parecen despertar más estupor cuando son representados por un artista que en la vida real.

cachu

Otras realidades son más tolerables cuando están pintadas al óleo. Por ejemplo, el revuelo que causó la artista Deborah de Robertis en el parisino Museo de Orsay parece ya una inocentada (o una viveza). En junio pasado, sin permiso ni preaviso, la performer luxemburguesa se ubicó debajo del cuadro de Gustave Courbet El origen del mundo (fechado en 1866), levantó su vestido para mostrar su sexo y recrear la pintura. Unos aplaudieron, los guardias de sala reaccionaron nerviosamente y el video de Espejo de origen –como tituló a su obra– le otorgó rápida fama planetaria.

Más grave es el culebrón que se leyó en los diarios españoles la semana pasada. Bartomeu Marí, director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), el 17 de este mes  canceló la exposición La bestia y el soberano a horas de inaugurarse, porque los curadores se negaban a retirar una escultura en la que el rey Juan Carlos era vejado. Por las redes sociales se congregaron activistas que reclamaban un museo más democrático, mientras elaboraban un documento en rechazo a la –brutal– medida. La pieza en cuestión es Haute couture 04 Transport (Alta costura 04 Transporte), de la austriaca Ines Doujak y el británico John Barker, que representa al rey montado por una mujer de rasgos indígenas, inspirada en la líder social boliviana Domitila Barrios, que a su vez es montada por un perro. El rey está en cuatro patas sobre cascos de guerra oxidados de la SS y vomita flores de aciano. Doujak viene trabajando la problemática del colonialismo desde hace décadas y la pieza integró 31ª edición de la Bienal de São Paolo en 2014 sin demasiada alharaca. Marí dijo que desconocía la obra hasta minutos antes de cancelar la inauguración. Pero Doujak mostró pruebas de que el director había autorizado su presentación un mes antes.

bestia y soberano

Tres días más tarde de la clausura y ante el estupor general por su reacción, el director dio marcha atrás y abrió las puertas de la muestra el sábado pasado. Explicó Marí en una carta pública: “La publicidad dada a la obra y las opiniones emitidas por muy diferentes sectores de la sociedad, desde el mundo del arte y la cultura hasta la política y los medios de comunicación, así como los profesionales internacionales del arte, me han hecho reconsiderar la decisión inicial de no inaugurarla”. Fue más escandalosa su medida censuradora que la escultura en sí, más aún cuando en todo el mundo ha habido movilizaciones en favor de la libertad de expresión de los artistas luego de la masacre de Charlie Hebdo. El resultado fue una enorme cantidad de público en la exposición: el primer sábado, tuvo un 48% más de visitantes de la media habitual para ese día de la semana. Y se hizo escuchar el enojo de los curadores del MACBA Valentín Roma y Paul B. Preciado (antes Beatriz Preciado, mundialmente reconocida filósofa queer), y los alemanes Hans D. Christ e Iris Dressler, del museo coproductor de la muestra, Württemberg Kunstverein de Stuttgart (WKV). El último capítulo llegó el lunes pasado, con la dimisión de Marí, que antes de partir echó más leña al fuego: despidió a los curadores españoles aduciendo una “pérdida irrecuperable de confianza” en ellos.

“Lamento que esta situación se haya planteado con Bartomeu Marí, ya que lo aprecio personalmente”, dice Andrea Giunta, historiadora e investigadora del Conicet. Vivió una situación similar en 2004, cuando la retrospectiva de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta suscitó protestas, destrucción de obras, repudios de organizaciones religiosas y una denuncia penal. Giunta se mantuvo firme, apoyando al artista. “Aprobada la exposición, sus obras, fuese consciente o no de lo que iba a exponerse, su responsabilidad es no intervenir en la exposición eliminando obras controversiales. Eso se denomina, correctamente, censura. Entiendo la gestión y la curaduría como tareas de inmensa responsabilidad. Me he visto en situaciones complicadas, generadas por la tensión que siempre existe entre instituciones y artistas.  Nunca censuré la obra de un artista, ni lo haría. Esta tarea requiere una posición ética, que en mi caso se sustenta en mi confianza en el poder transformador del arte”, dice.

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En México, la censura de una otra muestra terminó igual: con el museo descabezado. El Jumex suspendió el 30 de enero pasado la muestra del austríaco Hermann Nitsch luego de recibir un petitorio con 5000 firmas que rechazaba la muestra, debido a que Nitsch, fundador en los `50 del accionismo vienés, incluye en la mayoría de sus obras sangre animal. Las pinturas ya estaban en camino, y los artistas e intelectuales también hicieron oír su reclamo. “Fundación Jumex  debió mostrar a Hermann Nitsch, y dejar que nuestras polémicas ocurrieran. Es un día muy triste para el arte en México”, dijo por Twitter el crítico Cuauhtémoc Medina. Patrick Charpenel, director de la fundación, indicó que el motivo de la suspensión era el momento sensible en lo político y social que el país está viviendo, una realidad por demás sangrienta. Charpenel ya presentó su renuncia, según publicó el New York Times con fuente anónima y repercutió en todos los diarios mexicanos. Se espera el comunicado oficial.

“La censura es una acción terrible y retrógrada que salpica al que la ejerce”, dice Agustín Pérez Rubio, director del Malba, que por más de diez años dirigió  el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León en España. “Si un director siente que no tiene los recursos o la libertad necesaria para dirigir un museo debe renunciar. Lo que no entiendo es por qué Marí despidió a los curadores, que estaban haciendo correctamente su trabajo”, señala. Justamente, uno de ellos, Preciado, pronto estará en el país para dictar una conferencia sobre las nociones de cuerpo, poder y capitalismo, en el marco de la exposición Experiencia infinita, con más de 80 personas en obras vivas, de actividad constante. La muestra también generó comentarios azorados: sucede que en una de las piezas, el performer tiene al aire su miembro viril. “Si de una exposición enorme lo único que alguien comenta es eso, bueno, habla de sus propios pudores. El arte es libre y hay que saber mostrarlo sin fiscalizar”, dice Pérez Rubio. Sus medidas para la correcta exposición de la pieza de Diego Bianchi han sido disponer la performance en un espacio cerrado, poner advertencias y explicaciones en el ingreso, y más aún, que el performer esté de espaldas al público: para verle el pito hay que rodear la instalación.

diego bianchi

“Creo en la pluralidad de voces, creo que hay que permitir que el público tenga acceso total y que cada uno decida sobre lo que ve y lo que le sucede frente a una obra compleja”, reflexiona Bianchi. En arteBA 2013 otra obra suya dio que hablar,Estado de Spam, una instalación con un trapito, un repartidor de volantes, un limpiador de parabrisas y un inmigrante nigeriano que vendía relojes, trabajadores callejeros que quiso hacer más visibles. Pero Bianchi sufrió el colmo del artista con consciencia social: fue acusado de discriminador. “Lo viví bastante mal porque fue la interpretación de mi discurso lo que hizo que una obra potente fuera mal interpretada y utilizada para generar una polémica”. No se agolparon manifestantes rabiosos, pero Bianchi tuvo que trajinar canales de televisión explicando lo que no hay que explicar. “Una obra puede y debe generar múltiples lecturas. Que genere incomodidad, oposición, desacuerdo o confusión me parece bien. Creo que el arte no debe denunciar, ni aleccionar, ni ejemplificar, ni documentar. Más bien, poniendo la realidad bajo la lupa, nos deja expectantes y sin respuestas frente a los problemas. Cada espectador debe encontrar el sentido. Estamos mal acostumbrando al público a la sobre-interpretación: lo estamos subestimando y eso me parece peligroso. Cuando los artistas trabajan en este margen ambivalente corren riesgo, pero eso está bien”, explica.

En enero, la cubana Tania Bruguera (que participará de la Bienal de Performance en abril) fue liberada después de que más de mil artistas de todo el mundo lo reclamaran en una carta abierta al presidente Raúl Castro. Había sido tres veces arrestada junto a otros participantes de su obra Tatlin’s Whisper #6, un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de la Habana para que los ciudadanos expresaran libremente sus ideas sobre el país que quisieran tener. “El arte es una herramienta, no una finalidad en sí misma y a través de ella se pueden hacer no sólo cambios perceptivos sobre la sociedad sino también cambios estructurales”, dijo Bruguera en una entrevista con el diario español El Mundo.

“Si como curadores no garantizamos un espacio de libre expresión para el arte, aun cuando no comulguemos con las ideas que muchas veces éste expresa, estamos contribuyendo a desactivar uno de los motores de transformación de los esquemas sociales. Estos se manifiestan a partir de ideologías, de límites tan opinables como el buen gusto, la intención de evitar herir sensibilidades, u otros principios extremadamente ambiguos. El arte irónico, grotesco, sarcástico, incluso fuera de la ley, ha contribuido a transformar los modos de concebir la sociedad. En tal sentido, su sentido crítico, con el que podemos no acordar, es necesario. Es necesario poder no estar de acuerdo con una obra. Como curador o como funcionario, censurar una obra o una exposición, implica eliminar pensamientos conflictivos, formas del desacuerdo expresadas en ciertas obras. Implica suscribir a la idea de que el arte debe ser domesticado”, reflexiona Giunta.

racismo

En diciembre pasado otra muestra provocó manifestaciones en contra, Exhibit B, del artista sudafricano Brett Bailey. La obra incluía doce personas de color enjauladas o encadenadas. Los retratos vivos fueron acusados de aquello mismo que querían denunciar: racismo. Después de verse una docena de ciudades, en septiembre, el teatro Barbican de Londres suspendió las puestas por la seguridad de los performers debido a la magnitud de las protestas generadas. En París, en el Centro Cultural Centquatre, la obra  generó fuertes manifestaciones y una denuncia en la Justicia, que se resolvió a favor del artista. El director del espacio, Manuel Gonçalves, difundió un comunicado titulado Debate sí, censura no. “Esa obra de arte denuncia sin ambigüedad toda forma de deshumanización, de racismo”, defendía. Para que el arte siga siendo indomable, transgresor, libre, parece clave el rol de curadores y directores de instituciones, responsables de cuidar las condiciones de exhibición y de respaldar a sus artistas. Y algo más: no se puede confundir al denunciante de una injusticia con sus ejecutores. Es matar al mensajero.

 

María Paula Zacharías

 

publicado en su blog