Las Tesis Mont Blanc

– El capitalismo ha encontrado en la filiación su manera de perpetuarse-

Observaciones sobre la reciente premiación al curador  y mecenas colombiano José Ignacio Roca y a su fundación Flora Ars + Natura con el premio Mont Blanc de la culture Arts Patronage, en reconocimiento a su labor en el arte contemporáneo relacionado con las comisiones de arte y las residencias artísticas realizadas por la fundación Flora desde el año 2013. Comentarios libres acerca de las anotaciones de los jurados curadores y presidentes de la Fundación Cultural Mont Blanc, Sam Bardaouil y Tell Fellrath a su paso por Bogotá.

Ha llegado en el arte del último capitalismo la necesidad de un vincularse con la historia. La necesidad de crear esa historia. De generar un pasado común.  El de la necesidad de la vinculación que haría visible la pertenencia a una tradición y a un pasado.  Una genealogía que haría corresponder ese arte volátil de nuestros tiempos con una tradición que le proporcione algún asidero. Un peso que lo desvolatilice. El objeto de arte separado y desmarcado como pura mercancía se ve ahora necesitado de introducir en ese carácter abstracto y llano, en ese estado reciente donde se prescinde de cualquier filiación, la necesidad de la circunstancia. He aquí el dictamen de esta incipiente tradición y su consecuencia. Se trata de restituir el relieve de lo histórico para que la volatilidad recupere algún peso. De  dar un contenido a esa intención que había hecho tabla rasa del pasado  suprimiendo toda filiación. El arte moderno constituido en calidad de dogma autoconstruido había borrado  toda transición y toda continuidad de sus antecesores, evitando cualquier referencia con el pasado. Encaminado siempre hacia adelante, hacia lo nuevo, el arte moderno necesitó de esa destrucción de la memoria y de la filiación, creó así la referencia a lo nuevo y a lo disgregado y gregario. A la idea de un tiempo susceptible de comparecer por fuera de la referencia a la historia. Buscando en consecuencia la inminencia de esa instancia carente de toda rememoración o reverberación de cualquier referente común. Extirpada la raíz. Aparecía fulgurante lo nuevo. La ficción de lo nunca visto. De lo recién aparecido. La ficción del arte moderno.

Ahora por el contrario sucede que los inversores y los benefactores buscan afanosamente un sustento a la precariedad de lo nuevo. Y se afilian a esa historia otrora despreciada y vilipendiada. Se necesita que esa mercantilización aprehenda otros valores que reconfiguren el simple valor mercancía para constituir un valor que los haga prevalecer con el peso de la necesidad.

Se hace  necesario reorientar el arte.

Modificar las percepciones que se tienen del arte.

Destruir todas las nociones anteriores. Nuevo, boom, centro periferia, colonial.

Que se consolide una comunidad que pueda reconocer el arte para poder comprometerse con el arte.

Que se pueda expandir la geografía del arte de nuestro tiempo. El centro debe tender mejor a la expansión así la escena del arte tenderá a difundirse. Se debiera siempre poder saber qué ocurre más allá del horizonte del arte, qué sucede en las lejanías, qué sucede en la escena distante. Se debe tener noticia de todos esos horizontes por más remotos que puedan ser de ese centro.

Es en la medida de poder determinar y precisar hasta el más recóndito lugar que podría decirse que el arte sucede.

Porque es de estos lugares distantes a simple vista y que no han sido reconocidos en la escena, los que traerán noticias para el arte, traerán aprendizaje. La expansión es necesaria para esas nuevas rutas del arte. Esas nuevas escenas tan imprevistas y complejas resultan muy interesantes. Y porque su complejidad y diversidad se transforma en un valor inconmensurable.

Se hace necesario expandir la difusión del arte, su escena que compromete a críticos y curadores y artistas que todavía no gravitan en los principales centros del arte.

El arte debe aprender a mirar más allá de lo que le proporcionan esos centros de arte, debe aprender de esa mirada para poder ampliar sus horizontes. De eso trata una sana política curatorial. De la descentración del arte.

Se hace necesario así replantear todo el modelo del funcionamiento institucional, cuestionar su estructura económica. Y cómo se desarrolla la economía que sucede alrededor del arte.

Se trata de dar apoyo y beneficio al arte independiente de América Latina. Se trata de crear un incentivo de promoción de esas zonas desconocidas.

Se encuentran así nuevas rutas para el arte. Y siempre con la idea de poder saber qué está pasando de nuevo.

El vistazo a esas rutas y zonas se hace desde un equipo llamado Curatorium, una suerte de panóptico del estado del arte desde donde se puede tener una panorámica de todas esas zonas hasta ahora ignotas e invisibles. Luego se reúne una junta anual para evaluar esas observaciones y poder elegir a los beneficiados en cada zona. El Curatorium es quién observa con su propio criterio porque las zonas observadas en cambio no pueden ofertar su propio portafolio. El Curatorium es en cambio una observación en una sola dirección. Un grupo compacto de cuatro o cinco curadores que se van rotando cada tanto. Y que son quienes observan y quienes dictan las leyes y modos de observación y de promoción. Quizá también de producción.

Califican las geografías del sur como geografías que merecen atención por su complejidad y diversidad.

Reivindican la existencia del museo como una forma compacta y estricta que da a conocer sintéticamente el mapa del arte, así en su visita al museo del Banco de la República de Bogotá descubrieron los trabajos de artistas representativos del arte colombiano, como Ignacio Gómez Jaramillo, Enrique Grau, Edgar Negret y Jim Amaral. Esa referencia a esos nombres  significativos del pasado los lleva a querer ilustrar cómo la escena del arte colombiano comparte una importante filiación de tiempo atrás, cómo esa escena se integra a un pasado que la proyecta con nueva fuerza y decisión. La compromete como algo que tiene una raigambre de la que se nutre y a la cual proyecta con otras perspectivas y modos de transformación y comprensión de ese legado.

Hay un afán imperioso por señalar la responsabilidad de su labor, por desmarcarse de la idea de un trabajo que pueda ser asociado con lo elitista y frívolo. Así llegan a la idea de señalar este trabajo curatorial como un trabajo de compromiso social y político.

La mención a esos nombres del pasado sucede como un novedoso desocultamiento de la historia del arte colombiano que contribuye a ratificar la filiación. La necesidad de dar un origen en el que pueda remontarse la escena del arte. Esa escena deja de estar desmembrada para pasar a depender de su antecedente. Y así poder ser su necesario consecuente que engendrará a su vez otros. Su antecedente la engarza en ese pasado y la dota de las ideas de que será portadora, lo que ellos llaman el ADN del arte.

Esa filiación también contribuye a la nueva visibilización de un arte invisible hasta hace poco. El arte colombiano comienza a hacerse visible, pero no como algo que emerge de la nada sino trayendo consigo un pasado, un antecedente, una raigambre histórica. No es lo nuevo lo que revitaliza esa escena sino el poder de actualizar toda esa historia que ahora se abre al mundo.

Porque, señalan,  es imperioso constatar que no se trata de una súbita aparición. Esta del arte de nuestro tiempo. El arte contemporáneo no es un aparecido, un advenedizo. No es una escena nueva. Comparte una historia común. Es decir ha existido siempre. No corresponde a un boom. Lo que se quiere desmontar es esa idea de boom, de súbita aparición con que se impulsó en el pasado el arte moderno, borrando cualquier deuda con un pasado anterior y común.

Se adelantan a señalar previendo una confusión, que esta manera de ver y de prever el arte contemporáneo es una nueva forma de mirar equivalente a la actual mirada decolonial que quiere rescatar esa especificidad histórica de este nuestro arte sumergido hasta ahora en la generalidad moderna. Que hace necesaria la idea de un arte unido a su historia y que se encuentra presente en todas parte sin obedecer a un modo único y exclusivo de aparecer.

Todo arte tiene una raigambre y está inscrito. Existe en todas partes. Entonces se trata más bien de aprender a mirar. Esa es la filosofía del criterio de poder historizar otra vez el arte.

Los hombres de negro se dan vuelta, hay pocas diferencias entre sus fisonomías y sus atuendos. Son intachables y prolijos. Dicen lo que se espera que digan. Parecen un impecable político de última generación ensimismado en la perfecta corrección de su traje negro cortado a la medida. Son delgados. Escuetos. A la medida. Los hombres Mont Blanc han venido a reconocernos. Como atrás los otros hombres blancos y civilizados.  Nos dejan sus abalorios sólo que esta vez sus cuentas y sus espejos son dinero contante y sonante. No son un premio o un reconocimiento. Apenas si basta ese dinero para poder contribuir a la promoción del gigante corporativo. El cuerpo del arte cede su último bastión. Entrega sus fronteras,  su tierra fértil para que el otro haga lo propio. Reconocerlo y aplaudirlo para que pueda a su vez promocionar al promotor.

Ahora Colombia se hace visible. Ellos saben que la insignia Mont Blanc ya no es necesaria como una insignia protocolaria en toda obra Mont Blanc. ¡Parecería una blasfemia que alguien decidiera incluir tal insignia en su obra! Y fue así. Por muchos años los artistas Mont Blanc incluían esa rúbrica como distintivo de su pertenencia a la firma, como distintivo de su promoción. Hoy ya no es necesario. Es el mismo cuerpo del arte, del artista, el que se ha transformado en su rúbrica. Y el premiado es quien ahora hace parte plena de la promoción. De la producción Mont Blanc a grande escala.
Final de las tesis. El alto capitalismo transformó la promoción en publicidad.

El arte es su más preciado aparato de publicidad. No se premia al mecenas, al artista, al curador benefactor. Se lo promociona a hacer parte de esa publicidad que publicitará la firma. Todo él, todo su cuerpo de arte y su carne son el logo viviente Mont Blanc. Por eso el uso del nosotros. Nosotros somos esa rúbrica. Del saberse y aceptarse como parte de la familia. Saberse también Mont Blanc. Vestir el negro haciendo ostentación de haber sido elegido.

Te obligan en cambio a cargar a cuestas ese nombre y tu perfecta figura erguida se dobla el espinazo como los indios primigenios transformados en bestias de carga por sus nuevos amos se doblegaron al fin. Esto es figurado. El traje en realidad permanece impoluto y a la medida como una perfecta representación de la firma que lo ha reconocido y premiado.

Es rígido hacer ostentar ese logo. Uno se imagina un botón con la estrellita blanca en el ojal del traje negro. Era burdo. Una fase superada por la producción de capital cultural. La bandera Mont Blanc ahora en cambio ondea invisible y es todo el cuerpo del arte.  Su carne y su territorio.

 

Claudia Díaz, agosto 17 del 2017