La plegaria invencible

El tablado de la sala del segundo piso recibe al espectador con un sándwich replicado en nueve piezas hecho con 18 mesas, mediadas cada una por tajadas de tierra, delicadamente dispuestas para que de ellas nazca el pasto llorón que perfora la madera. La sala es pequeña, el propósito es inmenso, al invocar el pensamiento poético para que este cuente el hueco negro y profundo, inalterable -cuando se le mira de frente- que posee el rostro de la barbarie.

Plegaria invensible-1

El tablado de la sala del segundo piso recibe al espectador con un sándwich replicado en nueve piezas hecho con 18 mesas, mediadas cada una por tajadas de tierra, delicadamente dispuestas para que de ellas nazca el pasto llorón que perfora la madera.

La sala es pequeña, el propósito es inmenso, al invocar el pensamiento poético para que este cuente el hueco negro y profundo, inalterable -cuando se le mira de frente- que posee el rostro de la barbarie.

La artista insiste en sus declaraciones –soy una artista política. Parece un credo que repite casi que parodiando la jerga de los predicadores de iglesia, con la necesaria dosis que ofrece la repetición, para que se inserte a sus anchas en el imaginario colectivo, tan expuesto y frágil ante tales arengas.

Sin embargo, ahí aparecen mis reparos.

Yo creo que podemos empezar a disfrutar de la obra de Doris Salcedo –la superstar vestida con el maillot que lidera la avanzada internacional de los artistas colombianos- desprendidos de la etiqueta incómoda del arte político.

Esto no es arte político ni es un arte pensado desde la política, a no ser que reduzcamos lo político a una cruzada humanitaria disfrazada de conmiseración poética.

Todo arte es político – dicen los predicadores de esta estrategia; como cuando le quieren decir al incauto que todo causa cáncer, reduciendo la discusión a las insondables mareas que ofrece la generalización.

Pues no. No todo causa cáncer al igual que no todo arte es político, si le ponemos el sensor implacable de lo que realmente es político, es decir, cambiar el rumbo incierto de la historia que aparece cómodamente apoltronada en unos hechos –en apariencia- imperturbables.

Si Doris Salcedo me quiere vender la idea de que su obra, su discurso y su estrategia está amparada en el pensamiento poético, empiezo a doblegar mis resistencias, para permitirme aterrizar en el terreno mágico de lo perceptual, con toda su extraordinaria contaminación afectiva.

Pero si me dice que todo esto responde a una estrategia superior, como es subvertir la historia, la respuesta que experimento es la ansiedad, como las intuiciones certeras que provocan los hechos que nunca se cumplirán y que torpemente desatendemos.

Y aclaro que esta historia no es la historia del arte, a la que pertenece, sino la historia de la humanidad, a la cual –pienso- está tan lejos como los cantos de sirena que proclaman los optimistas halcones del neo liberalismo, cuando prometen que es cuestión de que las cifras macroeconómicas mejoren, para que todos tengamos asegurados un mundo mejor.

Algún tipo de arte contemporáneo es nihilismo chic cabalgando desde la modernidad.

 

Guillermo Villamizar

1 comentario

Me parece acertada y al mismo tiempo inquietante la disociación entre la dimensión política y la dimensión poética de la obra. Persiste la impresión de que una y otra son puestas en escena imbricadas, ya que la dimensión simbólica se apoya en la tramoya ilusoria de su papel político. Desmantelada la ilusión de la dimensión política, se caería la supuesta experiencia simbólica. (Pablo Batelli)