La inutilidad de la crítica

Las elecciones, con sus abultados resultados a favor del candidato oficial, mostraron que lo que digan los “columnistas” tiene poca injerencia en la política real, que tras ocho años de criticar, criticar y criticar, estas opiniones no influyen en los resultados electorales. Esto, que muchos ven como una derrota para los “columnistas”, es una victoria para la crítica: la libera…


Una  revista de opinión señala al gremio de los “columnistas” entre los grupos de perdedores por los resultados de las elecciones del domingo pasado. La nota dice así: “La inmensa mayoría de los columnistas y caricaturistas de prensa estaban en contra de Juan Manuel Santos, y a favor de cualquiera de los otros. Los ‘falsos positivos’, las chuzadas del DAS, la corrupción del gobierno Uribe o el uso del programa Familias en Acción o de la propaganda negra para el proselitismo fueron muchos de los argumentos que se dieron en contra de Santos.” Es claro que los “columnistas” perdieron pero, aunque suene paradójico, la crítica ganó.

Las elecciones, con sus abultados resultados a favor del candidato oficial, mostraron que lo que digan los “columnistas” tiene poca injerencia en la política real, que tras ocho años de criticar, criticar y criticar, estas opiniones no influyen en los resultados electorales. Esto, que muchos ven como una derrota para los “columnistas”, es una victoria para la crítica: la libera.

La crítica, de ahora en adelante, podrá actuar con absoluta libertad, si quiere hacer un análisis sesudo y riguroso de la realidad lo podrá hacer, y podrá seguir investigando y exhibiendo todas las corruptelas habidas y por haber, podrá seguir ventilando cuanto escándalo haya que ventilar o ridiculizando al que haya que ridiculizar.

Dicen que “la opinión es como el culo, todo el mundo tiene uno”, es evidente —después de los resultados electorales del domingo— que la crítica ha llegado a ese mismo nivel de singularidad; se ha convertido en un diálogo del crítico con su propio texto, un diálogo entre el texto y su lector; un ejercicio de lectura modesto que a veces lograr convocar a un grupo de lectores: una peña poética de diletantes, una ola de opinión donde una inmensa minoría de votantes se reúne a traducir la crítica a un fenómeno electoral, pero nada más. Se trata de un ritual pasajero, un  reflujo que ocurre cada cierto tiempo, un movimiento que tiene mucha cabeza pero poco cuerpo electoral, unos cuantos millones de votos que llegan tan rápido como se van.

Ante los resultados electorales del domingo también los blancos de la crítica fueron liberados. Los políticos cuestionados no se verán más en la penosa obligación de pedir rectificaciones o de demandar a los críticos por injuria, ya no será necesaria la censura, y por ende los críticos tampoco se tendrán que autocensurar, y será mucho menos recurrente despedir a los críticos de sus lugares de trabajo o pagar esbirros o sicarios para amenazar y cumplir las amenazas. En la política poco importará tener una mala imagen: una maquinaria política bien aceitada se encargará de rectificar cualquier desvarío que reflejen las encuestas de opinión y luego, una vez llegue el triunfo en las urnas, una imagen con un gesto claro de victoria será el icono capaz de definir lo que es real.

Será posible incluso una reconciliación entre críticos y criticados, cada uno podrá seguir haciendo lo que hace con absoluta libertad pues, en términos morales o personales, si la crítica es inútil ¿por qué pelear? Un paréntesis: esta misma pregunta se la hice a un galerista furibundo por una crítica a una exposición de arte que él organizó, le comenté que lo dicho sobre el valor de la obra no alteraba el precio de la misma, que la crítica era inútil, que los puntos rojos sobre los cuadros eran prueba de que ni el negocio ni la oferta ni la demanda se veían alterados por las ofertas y demandas de la crítica. “Solo un necio confunde valor y precio”, decía el poeta Antonio Machado.

Tal vez porque me gusta la crítica y para gozar de esa libertad es que el domingo pasado, a  solas, en el cubículo electoral, voté por Juan Manuel Santos. En la segunda vuelta haré lo mismo.

La crítica liberada de su utilidad se convierte en literatura, el periodismo se vuelve arte, la política se transforma en tragicomedia, la ideología en dramaturgia, el político en actor. Tal vez para eso es para lo único que sirve el arte de la política, puro arte, nada más.

No hay que usar el arte para hacer política, hay que usar la política para hacer arte. Mi voto refleja el deseo de poder escribir con absoluta libertad por cuatro, ocho o cientos de años más: sí, Uribe presente, Santos Presidente, Solución Colombia unidos con Juan Manuel…

Lucas Ospina

publicado en la Silla Vacía