la crítica de arte -después de la fe en el arte

¿Cuál podría ser la base, hoy, del trabajo de la crítica, en su acepción más comprometida y al mismo tiempo rigurosa? Diría que, básicamente, un trabajo de «enmarcado» de los pronunciamientos, de los contenidos de producción de significado comprometidos por las producciones culturales. No el ejercicio de adhesión a unos u otras, atención, sino uno que por encima de todo se daría por misión el análisis crítico de tales producciones culturales, ejerciendo respecto de ellas un distanciamiento epistemológico cuyo objetivo fundamental sería siempre el conseguir situarlas, enmarcarlas, referirlas a la constelación de intereses y dependencias –conceptuales, históricas, culturales, institucionales- en base a los que cada producción enunciativa alcanza a cumplirse como social e intersubjetivamente significativa.

En primera instancia, y por lo tanto, el trabajo propio de la crítica debe desplegarse con una dimensión inequívoica de crítica de la institución (de la institución-Arte, vaya). Es en el seno de ella donde, en efecto, la producción cultural se convierte en socialmente representativa, cargándose de significado y fuerza simbólica. Por ello, la crítica necesita ejercer el distanciamiento que le permita postular su propio trabajo productivo simbólico en un terreno de des-implicación efectiva con la constelación de presuposiciones fiduciarias que sostienen el funcionamiento práctico de la institución-Arte, con la que se relaciona. Digamos que su trabajo principal consistiría en intentar «poner al desnudo» el «sistema de enunciados, prácticas y formaciones institucionalizadas» implícito –los «dogmas de fé»- que sostienen como formación estable la propia estructura funcional en cuyo espacio público efectivo se despliega la práctica artística, como práctica de interacción social.

La primera problemática que aquí se abre apunta al hecho de que la propia definición estructural de la crítica encuentra su postulación orgánica precisamente en el espacio de la institución-Arte. Y ello tanto en su función publicitadora, a través de los medios de comunicación (en los que ejerce primordialmente como tal, e independientemente de que su pronunciamiento crítico sea favorable o contrario, periodístico o más analitico-crítico), como en la función cada vez más normalizada de gestora aplicada de las nuevas dinámicas de trabajo espectacular integrado, desarrolladas bajo la forma de la curaduría «independiente», cuando no bajo la más descarada todavía de la integración efectiva en las plantillas laborales de los museos, centros de arte, y organizaciones diversas de bienales y otro tipo de exposiciones temporales.

Reservaré más adelante un par de párrafos para tratar de esta cuestión de la, digamos, «crítica institucional integrada», de la posibilidad de que la práctica que desde ella se realiza pueda considerarse efectiva y creíblemente «crítica». Pero me permitiré ofrecer antes un par de palabras más sobre la primera modalidad que he distinguido de la crítica, la relacionada con la escritura y la publicación de análisis o reseñas críticas relacionadas con las prácticas de producción cultural y artística.

Jose Luis Brea

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