La cárcel de la originalidad

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El artista Vik Muñiz cuenta que de joven, en Brasil, vivía inmerso en The best of life, un libro de fotos publicadas en la Revista Life entre 1936 y 1972. Muñiz emigró a Estados Unidos, consiguió el mismo libro en una venta de garaje y el hallazgo marcó el encuentro con un viejo conocido, el diálogo se reanudó; entre 1989 y 2000, en una serie dibujos, asumió como propias las ruinas gráficas de su memoria residual: “A veces hasta decimos cosas que suenan muy a nosotros, pero en realidad estamos citando inconscientemente a otros y ya ni siquiera lo sabemos. Lo mismo pasa con las imágenes. Son tan recurrentes que se convierten en iconos. Alguna vez hice reproducciones de fotografías famosas como las recordaba: la llegada del hombre a la luna, Hiroshima… ¡Quince años después me escribe la Associated Press para decirme que el copyright de ese recuerdo mío es de ellos! Es como una mala película de ciencia ficción en la que son dueños de nuestros recuerdos y hay gente como Disney que extiende sus derechos sobre iconos como Mickey o Donald.”

Nuestra película

Un pintor colombiano, hace más de 20 años, en el exilio de su hogar, estaba enfermo, quería pintar hasta morir, pero quedó ciego. La única forma de “sacar cosas”, de crear, era recordar, y decidió con un director hacer Nuestra Película: el documental de Lorenzo Jaramillo realizado por Luis Ospina, grabado en 1991, que relee el ocaso de una vida alrededor de los cinco sentidos. Jaramillo, en su ceguera, afirma con claridad que su “pasión ha sido el cine”. Ospina, en la edición, reconstruye la deriva de cinefilia parisina de Jaramillo y hace algo adicional: traspone fragmentos de películas para describir la existencia de alguien que ya no está. En Barbarroja, de Akira Kurosawa, dos médicos de otra época hablan sobre una enfermedad: “—¿No tiene cura?”, “—No, este no es el único caso. Realmente no hay cura. La ciencia médica no sabe nada. Sabemos los síntomas y cómo se desarrolla… Nosotros tratamos de ayudar pero eso es todo…” (Jaramillo murió de sida en 1992). Hay diez fragmentos citados en la filmografía, sin sumar la música. Por incluir ese material Nuestra película lleva una vida marginal: no se comercializa, pocas veces se proyecta, pero es de libre acceso en internet. La película es cautiva de los “derechos de autor”, liberarla exigiría un presupuesto astronómico, darle un alto perfil llamaría la atención de la jauría de abogados que ladra y muerde con demandas para proteger los monopolios de la industria del entretenimiento.

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Juan Antonio Ramírez, historiador del Arte, hasta su muerte en 2007 batalló por una legislación que amparara “el derecho de cita visual” para las publicaciones de su gremio. La neurosis desmesurada de los “derechos de autor” obstaculiza el proceso editorial, la irracionalidad del marco jurídico induce a recortar costos y el miedo a las demandas genera una perversión: libros de arte sin arte, sin imágenes.  El fuego voraz del lucro es alimentado por la gasolina del derecho mercantil, hay artistas pirómanos que mandarían a su madre a la hoguera si ella hiciera un uso no tributado del retrato maternal que le acaban de hacer.

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Un artista colombiano, famoso por hacer un letrero de Colombia con tipografía tipo Coca-Cola y por reproducir la firma-dibujo de líder Manuel Quintín Lame, abogó por crear una asociación de “derechos de autor” para su gremio, pero pronto desistió de su empeño. El primer pleito podrían caerle a él (y todo está muy caro).

Antonio+Caro

El asunto tiene tanto de ancho como de largo, pero estrecha es la mirilla legal, tanto que no discrimina entre plagio y obra derivada, pirateo y uso justo. Y más angosta es la visión de muchos actores del arte que son temerarios para filosofar sobre cualquier cosa pero mojigatos para cuestionar la normatividad: temen verse jodidos por la ley y en vez de enamorarse de ella, de jugársela, de hacer otros contratos, de liberar las obras desde su gestión y permitir que los hijos de las trasformaciones del acto creativo sean cada vez más, no fomentan la reproducción, se endosan el gustico a perpetuidad, son unos “genios creadores” mantenidos a cuentagotas por un tropel de eunucos que cuidan el baluarte de la originalidad.

(Publicado en Revista Arcadia # 94)