La Biblioteca y la Muralla China, estética del intersticio

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A propósito de Andrés Caicedo: devorador de libros, Conversación  entre Rosario Caicedo y Sandro Romero Rey en San Librario Libros

“Es posible que ni aun estas consideraciones adversas a la construcción de la muralla hayan sido pasadas por alto por la Conducción al decidirse el sistema de construcción parcial. Sólo deletreando las disposiciones de la Suprema Conducción hemos llegado-hablo aquí ciertamente en nombre de muchos-a conocernos nosotros mismos y a encontrar que sin la Conducción, no habrían alcanzado nuestra sabiduría escolar y nuestro entendimiento para el modesto cargo que teníamos en el gran conjunto. En el cuarto de la Conducción -nadie de los que interrogué supo decirme dónde estaba y quiénes se sentaban allí-, en ese cuarto giraban seguramente todos los pensamientos y deseos humanos y en círculos contrarios todas  las metas y realizaciones. A través de la ventana caía sobre las manos de la Conducción que dibujaban planos, el reflejo de los mundos divinos. “

De la construcción de la muralla china, Franz Kafka

Vienen viajando en una maleta. Durante mucho tiempo estuvieron en un viejo baúl donde dejó resguardado prácticamente todo su archivo y parte de su biblioteca más cercana. Reconozco algunas carátulas en la fotografía que ha compartido San Librario esta mañana. Las olas, Ecce Homo, Historias dos veces contadas, Golpe de Dados, Bajo el volcán , Film 71-72, Adán Buenosayres, Billy the kid, Barrio de broncas, El llano en llamas, El corto verano de la anarquía, Billy Wilder: The apartment and the fortune coke, La naranja mecánica. Una edición de El atravesado con una dedicatoria a su hermana Rosario firmada en Cali en septiembre 29 de 1975.

Sabemos que habría de construirse una muralla, pero su noticia ha llegado demasiado tarde a las playas de este río y en medio del calor. El Pance sigue implacable su curso aún a sabiendas de la espera, en su margen derecha él descansa mientras pasa otra página y otra. Lee a Kafka. Y después entrecortadamente se anima a leer en voz alta para oirse y oir su propia cadencia. Oir a kafka en su voz. A solas, al viento y al sol de aquella tarde.

La muralla china, el cuento de la biblioteca interminable. Los intersticios. Los espacios en blanco que habrán de dejarse para que llegue Dios. Se inhala lentamente pero no se exhala inmediatamente. Es necesario que el aire lo invada todo suavemente y luego sí la exhalación. La palabra completa.

En los intesticios no había nada, sólo el vacío, pero pocos podrían adivinarlo. Todo el mundo caminaba a lo largo de la muralla con la certeza de su continuidad. La gente tomaba vistas allí arriba y luego las revelaba y confirmaba su trayecto, y contaba animadamente a sus parientes y amigos el largo trayecto que había hecho, recorriendo la muralla. Pero era sólo una apariencia, la gente en realidad no recorría el largo trayecto que equivaldría a atravesar todo el país, la larga trayectoria de la muralla.

Los recorridos eran sólo nominales. Así que se apeaban del taxi y caminaban apenas un pequeño trayecto, lo suficientemente convincente para dar a sus vistas fotográficas un aire de credulidad. Pero no era así y jamás nadie podría saberlo.

Para encontrar esa verdad los caminantes ocasionales tendrían que haber hecho el recorrido de verdad. Y haberse cerciorado de los intersticios, de las brechas de la muralla en que no hay nada. Sólo un vacío que es preciso sortear.

Era necesario descender del trecho de muralla y comenzar a caminar por los desfiladeros, lo que haría de la travesía un recurrente tentar a la muerte. Los vacíos eran profundos y no se conocía de ninguna patrulla de caminos que estuviera por allí atenta a los accidentes de la travesía.

Era evidente que los textos quedarían sin terminar. Entre uno y otro se instalaba un vacío. Una pausa en que quedaba suspendido el desarrollo para más adelante. Supeditado a la terminación de un nuevo texto que acababa de comenzar. Y así fueron apareciendo nfinidad de nuevos comienzos que apenas avanzaban unas pocas cuartillas. Luego venía el desaliento, la pesadumbre de no saber continuar. La sensación de fatiga infinita , de despropósito. Era una especie de molicie emocional. Llegaba el desierto, la aridez. Entonces pasaba a las críticas de cine, contaba con material suficiente para esconder el desgano a la trama mientras la crítica de cine avanzaba. Podría esperar otra semana más mientras aparecía otra crítica luego del estreno de la película y luego vendría otra  y otra, y así la  novela tendría que aplazarse un poco más todavía. Estaba el pretexto de la crítica, de un público ávido que esperaba su reseña. Las reseñas aparecían puntualmente cada domingo antes del matinal.

Entonces se le ocurrió una forma de escritura parcial. Se trataba de escribir un sin número de fragmentos cada uno obedeciendo a su propio ritmo y a su idea. De manera que la novela podría avanzar sin necesidad de un centro motor o de alguna continuidad argumentativa. Las piezas se sostendrían por sí solas y desde afuera tendrían una apariencia de continuidad. Nadie notaría las grietas, los intersticios faltantes entre un fragmento y otro. Desde afuera el lector apenas si notaría un pequeño bache pero lo más probable es que lo atribuyera a su propio ritmo de lectura. A su propia respiración. Así podría escribir en cualquier lado sin necesidad de recordar el hilo conductor. Los fragmentos se ensamblarían por efecto de esa apariencia de linealidad proporcionada por el libro impreso. Nadie notaría los faltantes. Y desde afuera sería apreciable el volumen, entones sería factible la novela.

El sueño de la novela cobraba realidad pero no serían más más que una serie infinita de anotaciones incongruentes, ensambladas para dar la apariencia de un relato. Sería necesario recordar la autoridad política y la notoriedad que tenían los poetas en el país.  Por eso el riesgo de aparentar con sus fragmentos el ser apenas un aprendiz. Un recién aparecido.

El crítico en cambio, años después de la desaparición del escritor buscó una pista para poder ensamblar los fragmentos. Desde la universidad su ojo experto fue entrenado en la penosa labor de ensamblamiento. De noche. Bajo la lámpara, iba ensamblando los fragmentos aludiendo a una unidad que pensaba existía tras de todo eso. El crítico estaba armado de un enorme arsenal de conceptos, pero ninguno aludía de manera concreta a los intersticios. En realidad, jamás encontró ninguna alusión a esta problemática en los años que completó su formación. Tampoco oyó acerca de ellos en los coloquios. Era un problema subterráneo que él también desconocía. Salvo por la frecuente sensación de interrupción que se iba imponiendo en su lectura de la novela.También los cientos de notas del final eran apabullantes y no sabía cómo lidiar con ellas ante la tarea de tener que dar cuenta de todo el material en su reseña.

La novela tenía cerca de 2000 páginas y las notas sumaban otras 300. Tendría poco tiempo para asmilarlo. Por otro lado estaban las críticas de cine y el asunto espinoso de su desaparición. Se trataba de asmilar los fragmentos y de reconducirlos de alguna manera hacia la idea.  El problema primero era entonces dar con la idea. Después ensamblaría las piezas de manera intuitiva. Su ojo había sido entrenado en cientos de hojas de pruebas escritas aleatoriamente. La idea tendría que aparecer. Pero daba vueltas en derredor de los fragmentos y cada vez más se sentía en el vórtice de la narración. El maelstrom. Algo lo alejaba del centro.

Y sucedió que el crítico encontró el método de lectura parcial , con lo que lograba superar el problema de los intersticios. Se trataba de someter a examen cada fragmento y luego reasumirlo sumándolo a la totalidad. El método aseguraba una continuidad y el crítico podría esbozar su visión de conjunto sobre cada zona parcial. Con lo que crearía la ilusión de un corpus organizado alrededor de la idea.

Sí. El crítico sabía que lo que estaba en juego era la unidad de la obra. Por eso hizo varias tentativas sobre los fragmentos a fin de que el resultado diera esa apariencia acabada y pudiera subsumirse una unidad. Sin embargo, se trataba sólo de una idea porque la unidad se había consolidado sólo en la mente del crítico. Ya se ingeniaría un mecanismo que lograra crear la ilusión de totalidad en sus futuros lectores.

Hay algo que se llama la Conducción y es la guía del crítico. La Conducción es un sistema de valores subsumido en otro de tal manera que su emergencia va sucediendo subrepticiamente y de manera parcial. El lector apenas si logra notar las coordenadas de semejantes valoraciones. El crítico en cambio las tiene muy presentes porque a través de esos valores casi imperceptibles es como puede ir previendo esa unidad.

Se trata de un valor casi insustancial, pero como de todas maneras es un valor, el crítico habrá de sostenerlo con su armadura conceptual. El crítico sin embargo lo roza sin alcanzarlo . Más allá de la idea el intersticio permanece como un centro inabordable. En realidad es el pico de la cresta de una ola. Los picos a los que asciende cada idea, y luego el declinar irremediable. El intersticio media entre esas dos inmensidades abismales. Apenas un punto antes del abismo. Del vacío conceptual. Allí donde la idea no logra su asiento es por tanto una zona infranqueable para toda caracterzación conceptual.

Y sin embargo Andrés Caicedo era consciente de la existencia de esos baches. Sugiriendo ncluso en una de sus notas que lo mejor de su obra descansaba en esos puntos terminales. Te separabas del manuscrito y sobrellevando la euforia lograbas calcularlo. Un atisbo apenas de esa zona inalcanzable incluso para ti.

Hasta aquí las anotaciones del crítico.

Mientras tanto te imagino cargando el peso de tu biblioteca a cuestas. De arriba hacia abajo mientras un gordo se burla impunemente de tu vicio. Entonces triste y un poco malogrado te encoges de hombros y decides refugiarte otra vez, por tercera vez en este día, en la sala oscura de una sala de cine.

 

Claudia Díaz, agosto 20 del año 2016