Impresiones en vivo: Colombianización, Nadia Granados

Alcancé a contar 230 personas en el interior de la Galería Santafé antes de que comenzara el cabaret[1]. Eran las 7:10 de la noche del jueves 31 de marzo; esta es la primera vez que veo a tanta gente asistir a algo del Premio Luis Caballero, simplemente no es normal. La mayoría de asistentes se ‘acomodaron’ en el suelo. Nosotros alcanzamos a sentarnos en algunas de las pocas sillas que allí se encontraban. Reconozco en el público algunas caras conocidas, entre ellos se encuentran un par de participantes de la actual versión del Premio, y unos cuantos protagonistas del campo del arte, uno de ellos José Alejandro Restrepo[2]. El resto, la gran mayoría es gente muy joven, creo que eso hace posible que se acomoden, sin problema, en el frío suelo de la sala, lo cual otros evitamos a toda costa. ¿Cómo entender el interés que despierta este cabaret organizado por Nadia Granados como parte de su proyecto Colombianización en el marco del Premio Luis Caballero?

La función del espectáculo (pensando en el sustantivo cabaré) está organizada –según mi interpretación personal-, en tres segmentos.  El primero es el que directamente se identifica con el nombre del proyecto: “Colombianización”; el segundo funciona como un brevísimo intermezzo testimonial, finalmente la realización escénica. Escribo este texto mientras aún experimento algún tipo de impresión por lo visto. Me centraré específicamente en lo que sucede en el tercero de los segmentos propuestos, esto con el objetivo de concretar una respuesta posible a la pregunta antes planteada; varios temas quedan pendientes por desarrollar, temas que exigen otro tipo de acercamiento a la exposición, el más importante de estos, es el que tiene que ver con la relación que Nadia Granados establece entre el testimonio de la muerte de su hermano y la memoria de otras víctimas. Por ahora, algunas impresiones sobre lo visto:

1. Colombianización como estrategia institucional: el espectáculo comienza proyectando una pieza “promocional” de Proexport en 2005, llamada Colombia es pasión[3]. Los personajes que Nadia ‘encarna’ durante este segmento, junto con el modo como se utiliza el lenguaje audiovisual coinciden en la tematización de algunas estrategias encargadas de promover un tipo de nacionalismo encubridor, en el cual de forma solapada y violenta se afirman valores y narrativas de manera acrítica, ocultando distintas realidades del país; de ninguna manera es casual que el espectáculo comience utilizando el audio de una conferencia sobre la Marca País tan representativa de iniciativas del gobierno de Alvaro Uribe Vélez.

Las imágenes y los audios en este segmento resultan chillones, exagerados, reiterativos, a propósito ‘vulgares’, incómodos, también seductores. La rubia mujer que viste pequeñas prendas con el tricolor patrio, sacude las nalgas una y otra vez mientras estampa un sello contra su propia piel, al tiempo en que vemos duplicado y aumentado su trasero, gracias a la cámara que lo registra y proyecta sobre el muro del escenario. Allí también aparecen los personajes que la artista construye partiendo de versiones violentas y nefastas de algunas identidades masculinas, inspiradas en personajes reales de la historia pasada y reciente del país. Durante el Paro de 2021 a través de los medios y las redes sociales, algunas de estas identidades protagonizaron hechos criminales en contra de los manifestantes, como parte de lo peor de esa -mal denominada- cultura de la “gente de bien”.  En vivo a través nuestros teléfonos vimos emerger hasta posicionarse a algunos de  los personajes-estereotipo que Nadia ahora recrea, la escenificación aquí consigue que los asistentes reconozcamos y revivamos emociones sentidas durante el Paro nacional. La “colombianización” así  escenificada, alcanza en algunos momentos un carácter crítico, sobre todo cuando se apela a emociones comunes –entre los asistentes-, de rechazo frente a lo que representan algunos de estos personajes; lo mismo ocurre cuando la exageración visual alcanza el punto en que se convierte en sátira, es decir, cuando conscientemente se hace uso de un modo de representación que olvida cierta clasificación clasista, desde la cual se han escrito varios capítulos de la historia del arte en Colombia, me refiero a que en el proyecto de Nadia Granados se explora a propósito la tan juzgada y rechazada categoría del panfleto, al mismo tiempo que que se va en contra del paradigma (impuesto desde tiempos del Frente Nacional) que determina que las obras de arte no denuncian al victimario, como si fuera posible que un arte que surge de la violencia estatal permaneciera en un solo momento del duelo: el lamento. No, aquí, por el contrario es la rabia la que da forma a la obra.

En otros momentos de este segmento en cambio, la “colombianización” pierde dicho rasgo crítico[4], en parte porque se enreda con aspectos propios de la producción del espectáculo que pudieron solucionarse como la calidad del sonido, y otros re-pensarse como la decisión de la voz de los personajes. Pienso que lo performativo aquí se caracteriza por el continuo uso del recurso de voz en off, las voces de los personajes masculinos son robóticas, por lo tanto suenan falsas, ajenas. Los movimientos del cuerpo –vivo-, que los escenifica también son ‘robóticos’, repetitivos, ‘tiesos’, seguramente de forma consciente. Sin embargo, el hecho de que sea a través de una voz no humana que estos personajes –encarnados por Nadia Granados, quien micrófono en mano sincroniza sus labios con la grabación-, se comuniquen con el público presente, me resulta confuso, en parte -insisto-, porque el sonido de principio a fin (en las dos ocasiones en que asistí) fue de pésima calidad, pero sobre todo porque el cuerpo en vivo, terminaba actuando como si se presentara ante una cámara, no ante una audiencia; nada permitía ver el espacio escénico como acontecimiento vivo. Lo más lamentable del problema técnico se dio cuando el performance consistía en cantar en vivo, porque las letras de las canciones, no pudieron ser comprendidas[5].

2. El testimonio: el segundo segmento, es corto, brevísimo en realidad, comienza cuando visual y verbalmente se muestran versiones distintas de la palabra “Narco”: Narco Cultura, Narcoterrorismo, Narcopolítica, Narcoestética, Narcoperiodista, etc. Ver mientras se oye una y otra combinación del término resulta poderoso, sobre todo porque este es uno de los pocos momentos en que la información se concentra en un aspecto particular hasta lograr una interesante coherencia entre voz e imagen: además porque la voz que oímos leer es una voz humana. Después de esto, en la pared (algunas cartulinas blancas forman el rectángulo sobre el que se proyecta) apareció el testimonio de un joven sobreviviente de la Masacre del Salado, ocurrida a manos de grupos paramilitares entre el 16 y 22 de noviembre del año 2000 (durante el gobierno de Andrés Pastrana).

No puedo dejar de mencionar que sorprende el uso indistinto que se le da al video en el cabaret y en la exposición, el cual aparece mediando por igual estrategias de ocultación, o exhibición exacerbada de la violencia a través de la lógica de campañas publicitarias, de videojuegos, o del cine gore;  y el testimonio de una víctima.  Historia, memoria y ficción coinciden en que son mediadas por el video, como si el medio fuera neutro, y no interfiriera en la producción de sentido de aquello que media. Sin embargo, dos cuestiones resultan interesantes, alrededor de esto, la primera es el uso que aquí se le da a la representación mediada por video, la cual pareciera corresponder con el modo en el que la misma es consumida masivamente a través de plataformas comerciales de video, desde donde circula sin distinción de categoría ¿cierto o falso? La otra es el papel determinante que el video o el live jugó en medio del estallido social. Varios de los videos que conforman el cabaret político[6] de Colombianización se produjeron, también circularon coincidiendo con el Paro de 2021, la importancia de esto radica en que esa coincidencia entre paro y circulación de los videos hace que se perciban afines, casi comunes, como los reclamos y la urgencia de los mismos que aquí y allá legítimamente se realizan.

3. La realización escénica: el último segmento del cabaret, comienza con un cambio de iluminación. De repente un reflector se enciende y vemos salir a Nadia Granados vistiendo ropa interior masculina de color rojo, la parte superior de su cuerpo se encuentra adentro de una bolsa transparente sellada con cinta pegante gruesa alrededor de la cintura. Junto a su cuerpo, dentro de la bolsa, unas bombas traslúcidas llenas de lo que parece ser sangre ocupan buena parte del espacio entre el cuerpo y el plástico. Ahora camina desde la esquina por entre los asistentes. Todos esperamos en silencio mientras revienta una a una las bombas; la sangre se acumula entre la bolsa, la piel y las prendas que lleva puestas. Son minutos agónicos, asfixiantes. El sonido que producen las bombas cuando estallan impacta. Todo en la sala se transforma en presente. No más video, o efectos de voz, solo un cuerpo que camina mientras consume el poco oxígeno que le permite aquella bolsa. Son instantes valiosos los que acontecen en esos minutos. Quienes asistimos aguantamos la respiración, no solo por el nauseabundo olor que alcanza a salir de la bolsa, también porque reaccionamos conjuntamente con el cuerpo de la performer. El instante acaba cuando desde adentro rompe la bolsa, permitiendo que la sangre se derrame sin control. Luego de esto, de nuevo un sonido grabado, ahora escuchamos una motosierra, toda la atención al cuerpo, se dirige hacia el escenario en donde otra vez, se escenifica el gesto de un hombre masturbándose, lo que reemplaza al pene erecto es la motosierra que antes colgaba del techo y que ahora se exhibe ostentosamente entre sus manos. Cuando ya parecía que la acción terminaba, aparece un personaje con capucha tipo Ku Klux Klan, el cual carga un rodillo con el cual procede a pintar de gris a el cuerpo todavía enrojecido por la sangre. Este es otro momento interesante, porque logra -de nuevo-, hacer emerger memorias recientes, sobre hechos ocurridos durante el Paro Nacional. Ver el gris encubriendo la sangre recuerda la batalla que se libró en varias ciudades del país por el espacio público y el importantísimo e innegable papel de la gráfica en la calle, a través de mensajes enormes de denuncia en contra de la violencia institucional. Una y otra vez, apareciendo y desapareciendo, tras las jornadas de ocultamiento que realizaron los también mal llamados ‘ciudadanos de bien’, quienes ignorando que el espacio público implica una confrontación, condenan su utilización como parte vital de la protesta.

La realización escénica en este proyecto de forma inteligente logra movilizar afectos y odios, tal como sucedió durante el Paro nacional; el tipo de imágenes y el modo como se presentan también contribuyen con dicha movilización, lo hacen dejando de lado la supuesta separación entre imágenes ‘artísticas’ y ‘profanas’, tal como se experimentó intensamente durante el estallido social. Finalmente el hecho de que sea una exposición que puede circular masivamente a través de las redes sociales termina por lograr eficazmente no solo que cientos de personas asistan al cabaret, sino también al debate en favor o en contra de lo que allí se presenta. El Paro, lo que allí tomó social e históricamente forma, resulta entonces, como un significativo telón de fondo de este cabaret político.

Por último, otro significativo fragmento de la realización escénica: luego de ser pintada de gris, Nadia Granados sumerge su cabeza por segundos entre un balde con agua, después con un cuchillo corta un bulto pegado con cinta –como un vientre en embarazo-, del que sale tierra negra, la cual cae hasta amontonarse en el suelo, finalmente se agacha y la toma entre sus manos, mientras la acerca hasta su rostro, es ahí cuando la restriega por entre la boca, la nariz y sus ojos, hasta hacernos comprender que está siendo sepultada. Yo lo miraba atentamente mientras recordaba otras tantas imágenes impactantes de la historia del arte en Colombia, y pensaba en el interesante desafío de escribir sin quedar atrapada entre interpretaciones godificadas (tradicionales) de la cultura.

 

 

Notas

[1] Según la página de Idartes: “El 17 de febrero, el 10, 17, 24, 31 de marzo y el 9 de abril, a las 7:00 p.m., tendrá lugar una versión en vivo de Cabaret.” Esta es la segunda vez que asisto al cabaret, en mi anterior visita también me sorprendió el número de asistentes. Sin embargo, esta vez el espectáculo estuvo realmente concurrido. Seguramente la difusión  en redes y “el voz a voz” contribuyen con el número de asistentes, a mí me interesa pensar que también tiene que ver con otras cuestiones más sustanciales.

[2] Más allá de la anécdota de ver entre el público a José Alejandro Restrepo, la mención resulta importante por cuanto entre este artista y Nadia Granados, hay toda una generación de artistas que han trabajado la relación entre arte y violencia. Pensar en que en esa sala coincidían –momentáneamente-, estas y otras reflexiones sobre el tema a través de sus protagonistas, creo, resulta interesante.

[3] Al respecto en la web de Proexport se explica: “Marca Colombia es una iniciativa que nació con el fin de posicionar la imagen positiva del país en el extranjero. Para cumplir este objetivo, en agosto de 2005, se lanzó la campaña Colombia es Pasión, una estrategia financiada por Proexport y empresas del sector privado. Esta campaña tenía que afrontar dos grandes retos: además de generar sentido de pertenencia de los colombianos con la marca; la idea era promocionarla a nivel mundial para atraer beneficios al país traducidos en inversión, exportaciones y aumento del turismo. Colombia es Pasión tuvo cinco campos de acción: publicidad, patrocinadores y compradores de la licencia, proyectos especiales, relaciones públicas y divulgación interna y contenido mediológico. Estos frentes estaban enfocados a que las personas hablaran bien de Colombia y lo promovieran en el exterior”:https://www.colombia.co/marca-colombia/quienes-somos/historia-de-la-marca/historia-de-marca-colombia/#:~:text=Marca%20Colombia%20es%20una%20iniciativa,y%20empresas%20del%20sector%20privado.

[4] Un aspecto que considero complejo es que algunos actores armados de la guerra en Colombia son directamente implicados, mientras a otros poco se los exhibe como corresponsables de estas y otras tantas formas atroces de violencia. También -y sobre todo-, al modo en el que se apropia del lenguaje audiovisual asociado a la construcción publicitaria de una identidad nacional. Cierto es que a través de este lenguaje se instrumentalizan aspectos culturales de lo que somos como nación, como parte de la producción de esa ‘marca país’, tan útil históricamente para invisibilizar la realidad social del territorio nacional; pero también lo es, el hecho de que a través de las prácticas algunos aspectos de ese  nacionalismo, conforman lo que se experimenta como propio (país de ‘gente linda’, paisajes increíbles, recursos naturales, costumbres regionales, trajes, bailes, etc.).

[5] Confieso que me resistí a leer los subtítulos proyectados en video, simplemente porque le quitaban protagonismo a la realización escénica.

[6] Así lo denomina Nadia Granados, desde 2018, es decir mucho antes de ser nominada al Premio Luis Caballero ver: https://www.instagram.com/p/Bkna-ckgCou/