hostipitalidades para guillermo vanegas

En la charla «Endogamia discursiva en la crítica de arte actual», presentada por Guillermo Vanegas en el marco del MDE 07, afirma don Guillermo que el … «colectivo El Bodegón decidió participar en el encuentro realizando uno de sus habituales actos de aceptación-contestación institucional (plenos de provocación gratuita, reclamos postjuveniles y militancia despistada), armando una curaduría a partir de la mezcla de las palabras hospitalidad y «hostilidad» (que produjo el desgraciado neologismo de «hostipitalidad»)», y que …«por otra parte, estarían las muestras de Adolfo Bernal o Cildo Meireles organizadas en el Museo de Antioquia, que mostraban, en una ordenación adecuada, rigurosa y didáctica la manera como se ha desarrollado la carrera de estos dos artistas, permitiendo valorar sus aportes para el arte contemporáneo colombiano y la forma en que podrían seguir operando como desencadenadores de sentido en el futuro.»

Vanegas estructura su ponencia en torno a las oposiciones «espectáculo – participación» y «comunidad – medio artístico» cuestionando de entrada la efectividad de los mecanismos operados por la organización del Encuentro y la ausencia de alguna teleología que creo, él considera fundamental para «entender con claridad de qué es de lo que se trata el encuentro en su totalidad». La cuestión es que, al hacerlo, asume un sesgo ya de entrada Institucional en el que se entiende a quienes están excluidos de ese «medio artístico» como «comunidad», es decir, como un «Conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes» o como eso que, «no siendo privativamente de ninguno, pertenece o se extiende a varios», y a los artistas y demás profesionales invitados al Encuentro como un «medio», apenas una «Cosa que puede servir para un determinado fin» o quizás un «Sector, círculo o ambiente social».

Habría que pensar en si un Encuentro estructurado por la idea de «Hospitalidad», debería analizarse a partir del apriorismo de categorías como «comunidad» y «medio» unidos por un «fin» particular, pues, si hay algo claro de entrada al pensar en la palabra «Hospitalidad», es que se construye sobre el precepto de su imposibilidad. La Hospitalidad entendida como un gesto transitorio de bienvenida por el cual se recibe a ese que es, por defecto, otro (y en consecuencia, potencialmente hostil), y por ello no susceptible de ser comunado, comunitarizado ni conmutado pues, de hacerlo, se transformaría en un cliché, viéndose apropiado y recluido cuando no abiertamente estigmatizado. Ningún fin debería ser dispuesto para la Hospitalidad, porque entonces se transformaría en alienación o enraizamientos coloniales. Centrar y definir el objeto de la Hospitalidad sería ponerla ya en el contexto de esa «Cultura metro» que permite la elocución de Guillermo y por ello, considero que ninguna razón ni consenso pueden acompañarla, a la Hospitalidad, digo, so pena de verla transformada en una simple agenda gubernamental y en uno de esos indicadores públicos con los que amarra Vanegas a las entidades museales. Es en el desinterés y el desposeimiento donde la Hospitalidad encuentra su espacio, y como, en la práctica, esta suerte de /potlacht/ resulta imposible, es inevitable que la «Hospitalidad» se transforme en «Hostipitalidad» .

El «desgraciado neologismo» «Hostipitalidad» no es un despistado juego de palabras diseñado a modo de «provocación gratuita» por los miembros del Bodegón, sino un término acuñado por Derrida en torno a su particular confrontación con Lévinas, en el cual se entrevé un espacio de relaciones con un otro, siempre inesperado, que se niega a ser dialectizado, y a ponerse dentro de un espacio discursivo particular. La Hostipitalidad juega entonces como motor del Acontecimiento, induciendo un movimiento permanente de los interlocutores separados por un «medio» que en el caso particular del texto de Vanegas sería el artístico y cuyo fin, si lo tuviera, no debería ser otro que sacar de sí, desposeer, escindir e intentar el don de lo que no se tiene. Por supuesto, este tipo de nociones son aún difíciles de estructurar en un mapa conceptual de gestión de macro eventos artísticos, pero no por ello debería ser aplanada la reflexión en torno a ellos para que encajen en la ñoñera de las políticas culturales diseñadas en serie por instituciones grises y voceros más que complacientes.

Para Vanegas, el problema parece darse en términos de «descentralización» e «institucionalización», cuando en realidad debería considerarse su potencial de desarticulación. La pregunta no sería si el encuentro llega a las comunidades sino si afecta a la construcción y confrontación de subjetividades, no si permite valorar los aportes de un artista equis al arte contemporáneo en Colombia, sino más bien si logra generar algo de ruido en un diálogo sordo de conveniencias y omisiones.

En el caso particular de la participación del Bodegón en el MDE 07, llena como estuvo de incoherencias, traspiés y estupidez de nuestra parte, más allá de una militancia despistada, se alojaba el deseo de reproducir pequeñas agresiones que pusieran en evidencia desde la práctica la imposibilidad de esa Hospitalidad en un contexto donde, más que comidas en el Nutibara con Adolfo Bernal y charlas con curadores y artistas internacionales, convivimos con rumores de descuartizamientos en el vecindario, con la muerte de uno de los miembros del espacio anfitrión, con el malestar que terminó causando entre los miembros de la Jíkara (el espacio que nos alojó) nuestra presencia y el objeto mismo de la curaduría que llevamos a cabo, con las críticas a nuestra perspectiva ética al exponer como parte de la muestra la basura robada de la casa de Jesús Abad Colorado en tanto afectaba supuestamente su seguridad personal, con la exhibición de nuestra propia ingenuidad y con la sensación constante de que, precisamente, estábamos hablando más fluidamente con los exconductores de Pablo Escobar, los viejos amigos de la Kika, doña Aura (la productora de las empanadas más increíbles del mundo) y los grupos de punk del barrio Castilla que con ese «medio» que Vanegas supone establecido en el seno del encuentro.

A diferencia de Guillermo, creo que el asunto no es ya de planeación, difusión o circulación de una u otra postura crítica o modelo de producción o socialización, en tanto todas están por defecto situadas en una lógica de la cultura como mercadeo de espectáculos, sino de la posibilidad de que el Encuentro permita construir f(r)icciones que estimulen la confrontación abierta entre los individuos particulares que, precisamente, allí se encuentren. Y para que eso ocurra, creo, sobran la omnipresente ausencia de Meireles y la rigurosa ordenación de la obra de Álvaro Bernal en el Museo de Antioquia.

Víctor Albarracín