La Gravedad del Juego

Ya venía siendo hora de ver algo para no ser visto. engolocinados con los fenómenos del ojo, canalizados por pantallas, cegados por el LED, el retina display y los flashes, somos una masa de idólatras intercambiando adoraciones. aquí, las pobrecitas galerías capitalinas cada vez más y más atestadas de representaciones, allende la ciudad entera padeciendo expresiones.

La Gravedad del Juego
(Antes que todo desaparezca, Santigao Pinyol en SGR)

ya venía siendo hora de ver algo para no ser visto. engolocinados con los fenómenos del ojo, canalizados por pantallas, cegados por el LED, el retina display y los flashes, somos una masa de idólatras intercambiando adoraciones. aquí, las pobrecitas galerías capitalinas cada vez más y más atestadas de representaciones, allende la ciudad entera padeciendo expresiones.

por suerte Santiago Pinyol (Bogotá, 1982) no hizo nada para ver, aunque pueda ser leído a penas sobre objetos lúdicos, esferas de cuero vegano, deportivo made in usa, cuerpos vejigas metáforas terraqueas, que provocan un cierto despliegue de manifestación performativa constante según el ánimo que tenga el público.

un proyecto espacial que posiblemente funcionará como lo hacen los proyectos específicos: se van especificando cada vez más según el espacio al que viajan. se presentarán aquí y allá demostrando su potencia y renaciendo neonatos extramuros, cuando, como este es el caso, tienen esa calidad verdadera.

sin necesidad de llamar un secretario a dar su conferencia de validación. sin explotar a los otros, sin andarse con colaboraciones parasitarias en donde el autor-artista, enrolando de gestorx o curadorx propone un magneto de renombres de autoría y autoridad.

lo grave es que el artista sale solo a la cancha a enfrentarnos. todos entre todos, ni siquiera existe un contra. es un acto de fair play poético en un gremio que hace tiempo también está bipolarizado/ biopolitizado. envanecidos por la ética de la selfie y del cv; un artista colaborativo que conoce bien la otra cara de los malos tratos de su especie, el robo, la deslealtad, la falsedad de las palabras de reptiles que aguardan asomados al borde para ir a saludar cuando el sol brilla, mostrando sus colmillos, anestesiados, tras sonrisas elásticas, riéndose entre sí desde el hastío de la comedia patológica de las relaciones públicas.

así limpia casi de toda carroña, la cancha es el cubo y el objeto es objetivo en sí; y encesta, cae adentro del aro, segundo objetivo (instalado en lo alto, proyectando deseos), haciendo bailar las redes.

de esta manera todos podrán performar sin disciplina, solo por el hecho de ser cuerpos, de conocer las reglas y de tener peso. prescindiendo del adoctrinamiento monástico y de la uniformidad. porque se puede jugar si se quiere, sin conveniencias de equipos exclusivos, sobre el concreto. convocando vínculos. para idolatrar no hay imagen.

Andrés Felipe Uribe