Fundación Cisneros, correcciones sobre la firma

Recientemente me contactó la Fundación Cisneros (CPPC) a través de dos de sus representantes en Venezuela, para colaborar con un texto a publicarse en la plataforma de la Colección, en el marco del VII Seminario FC, “Disrupciones. Dilemas de la imagen en la contemporaneidad”, “ a partir de un panorama que dé cuenta de los cambios generados en el arte contemporáneo (prácticas artísticas y discursos) luego de sucesos políticos y sociales significativos en Colombia, como por ejemplo el acuerdo de paz. ¿De qué manera las prácticas artísticas se han manifestado como respuesta a los cambios sociales impuestos por la firma de la paz con las guerrillas de las Farc?”.

¿Qué significa firmar un texto?

Recientemente me contactó la Fundación Cisneros (CPPC) a través de dos de sus representantes en Venezuela, para colaborar con un texto a publicarse en la plataforma de la Colección, en el marco del VII Seminario FC, “Disrupciones. Dilemas de la imagen en la contemporaneidad”, “ a partir de un panorama que dé cuenta de los cambios generados en el arte contemporáneo (prácticas artísticas y discursos) luego de sucesos políticos y sociales significativos en Colombia, como por ejemplo el acuerdo de paz. ¿De qué manera las prácticas artísticas se han manifestado como respuesta a los cambios sociales impuestos por la firma de la paz con las guerrillas de las Farc?”.

Sostuve una conversación por Skype con una de las dos representantes, quien parecía conocer bastante bien el talante de mis textos. Durante la conversación la representante mencionó explícitamente un texto que escribí en el 2013,  “Cambio de piel”, que apareció en esfera pública y que luego publicó brumaria (Ed.), España, como ejemplo de lo que buscaba la Fundación CPPC y que interpuso como modelo de escritura para el ensayo en cuestión. Le interesaba la crítica al gesto político del arte político del que dice ser sucedánea Doris Salcedo. La representante, parecía proclive a la forma de escritura de esos textos,  lo que derivó la conversación  al tema de la orientación de los textos y de cómo yo trabajaba partiendo de la idea de que esos textos tenían el compromiso de ser abiertamente manifestantes de una declaración de principio que consiste en preservar la integridad de un texto negándose a cualquier intervención externa, es decir negándose a la corrección. Por considerarla un desvío de la firma, de las marcas de las ideas de un autor.

Para mi constituyó y sigue constituyendo  un dilema plantearse colaborar con una plataforma perteneciente a una colección de arte como la colección Cisneros, sucedánea y representativa de los grandes periodos de bonanza petrolera en que un pequeño grupo social en Venezuela, acumuló una fortuna gigantesca que en su momento buscó refractarse como soporte de un supuesto desarrollo de infraestructura y en un visible cosmopolitismo de la capital, que exhibía colecciones de arte internacional y que alardeaba de una vida cultural a la altura de cualquier país de primer mundo, pero que en la trastienda mantenía a raya el inframundo de la pobreza,  en un conglomerado social cada vez más extenso que poco o nada se beneficiaba con las regalías de la bonanza petrolera, de un país catalogado mundialmente como un emporio petrolero de primer nivel.

Esta colaboración desde un principio me pareció problemática, dada la actual situación política y económica del país vecino, porque si bien Venezuela enfrenta una dictadura de estado en que se han suprimido casi todos los derechos y oportunidades del pueblo venezolano, no se puede olvidar cómo esa enrarecida y trágica situación, derivó de un larguísimo sometimiento político y económico que la extrema derecha perpetró allí y con el que una minoría social pasó a hacer parte de la elite de los más ricos del planeta, haciendo acopio de prácticamente todo el capital de la bonanza petrolera y dejando apenas una pequeña porción  de capital a la inversión social, para dar la apariencia de bienestar de la mayoría.

Lo problemático de la situación venezolana siempre me pareció sintetizarse, en ver cómo ese supuesto desarrollo de Venezuela, por décadas usufructuó el  icónico cosmopolitismo de su capital,  reflejado a través de una arte de talla internacional que se usó como símbolo de apertura y librepensamiento. A sabiendas de que  este desarrollo era superficial,  y que por otro lado hacía de cortina virtual de una acumulación sin límite que ostentaba esa minoría, en detrimento de mayorías que apenas subsistían con el mínimo vital.

Desde el comienzo me pareció inquietante  lo contradictorio de esta convocatoria. No podía entender cómo una fundación cultural opuesta al régimen del actual gobierno de izquierda en Venezuela, se interesaba por la disidencia contra las políticas de paz del actual gobierno de Colombia,  quién para promocionarse, había utilizado  la espectacularidad de una gigantesca instalación que la artista Doris salcedo había injertado en la Plaza de Bolívar como símbolo del sellamiento y la ratificación popular de esa política de paz, sostenida en la compasión por las víctimas del conflicto, y en el cese al fuego bilateral,  que supuestamente terminaría el derramamiento de sangre tras más de 50 años de conflicto, pero que en realidad propició un inmediato despojo territorial, un asesinato sistemático de los líderes de paz, y un rápido saqueo de los recursos  de esas zonas,  cifrado en la extracción minera y en la expoliación de la biodiversidad. Era innegable que estos acuerdos constituían en cambio, una continuación de las políticas  del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, líder de la ultraderecha colombiana, y se inscribían en la línea de las  defraudaciones a la paz que resumen la historia colombiana.

No entendía la posición de la Fundación, pero notaba  que estaban bastante interesados en una deslegitimación de esa firma por la vía del desprestigio que sufrió la puesta en marcha de la instalación de Doris en la plaza pública. Deslegitimar esa pretensión de los diálogos de paz al que se había unido un fuerte  bloque de la opinión pública y que la obra de Doris parecía representar, antes del giro de los acontecimientos en la Plaza de Bolívar.

Me llamaba la atención también, cómo podía funcionar un evento de arte  con esta infraestructura tan organizada y pudiente, que parece contravenir la precaria situación de la mayoría de venezolanos, constreñidos a la total precariedad, y abocados a sobrevivir en un país sitiado económicamente y en el que su población buscando una salida, emprende diariamente un éxodo masivo, hacia distintos puntos del continente latinoamericano.

El hecho es que decidí cifrar esa participación en un texto sin atenuantes que debería aparecer en el estado de escritura en que se presentaba a las organizadoras, que además, jamás se presentaron como correctoras de la participación, sino hasta último momento.

Cuando recibí el texto con la revisión en rojo que pedía una normalización de la escritura  y unos estándares de claridad y orden  para su público lector, que por lo general derivan en una escritura periodística,  comprendí que era inútil cualquier desvío que se interpusiera por sobre los lineamientos y la corrección de la Fundación. Así que decidí desistir de la colaboración y por supuesto de los dineros que acompañan esa colaboración.

 

Claudia Díaz, enero 31 del 2018