Fin de semana sonoro en Bogotá

El viernes 30 de Enero del 2009 fuimos al mismo bar: altos, bajitos, trigueños, claritos e incluso un par de mujeres encantadoramente curvilíneas que no quisieron entrar porque el cover no era consumible. El concierto empezó tarde por esperar a la gente que llegó igualmente tarde: la preparación de té y café se suspendió, el ritmo lento y constante nos obligó a todos a cambiar nuestro ritmo para poder estar juntos en ese lugar.

Había cuatro hombres en el escenario vestidos con colores oscuros, dos computadores que se daban la espalda, un redoblante, un globo grande con distintos tipos de espuma sobre él, una tuba, cables y un panel negro al fondo que ayudaba a mejorar la acústica del lugar. En realidad no me dí cuenta en qué momento empezaron los golpes rítmicos que poco a poco fueron silenciando a quienes esperábamos un concierto bastante prometedor, la insistencia y las pequeñas variaciones en los sonidos hicieron que me concentrara bastante y que me preparara para lo que venía más adelante. Luego, tal como lo indicaba la publicidad semanal de *matik-matik*, hubo austeridad, concentración, algunos sonidos, algunos silencios.

Sobretodo austeridad.

Los interpretes estaban muy concentrados, se percibía el deseo de encontrarse en una misma vibración para poder hacer una buena improvisación, la mayoría tenía los ojos cerrados esperando el momento indicado para dar inicio a su intervención. Yo estaba a pocos metros y me pareció importante la búsqueda de conexión para una buena interpretación, pero al poco tiempo me sentí espectadora de un ritual del cual no me podía desprender pero tampoco intervenir, ni siquiera con mi presencia. No sé cuánto tiempo duró el concierto, pero creo que me salí a la mitad. No sabía qué hacer, en algún momento pensé que los ruidos del entorno debían formar parte de la música que se estaba produciendo, muy a lo Cage, pero era incómodo “interrumpir” lo que pasaba en escena.

En la Real Academia Española (RAE) se lee que austeridad es la Mortificación de los sentidos y pasiones y debo decir que la performance de este cuarteto (Sean Meehan, Ricardo Arias, Jefferson Rosas y Juan Sebastián Suanca) fue de las cosas más austeras a las que me he tenido que enfrentar. ¿Cuáles se supone debían ser los códigos de comportamiento de las personas que estábamos allí? En mi caso, la posibilidad de acción fue determinada por los performers y su concentración y disposición no era ni gratuita ni fingida por lo cual, en mi caso, inspiró el clásico respeto a la interpretación. Tanto fue que me tuve que salir porque yo no estaba vibrando en la misma frecuencia y la idea de estar frente a un reencauche de Cage era demasiado perturbadora, sobretodo porque ya había visto a dos de los performers trabajar juntos y la vara me la dejaron demasiado alta en contraste a lo que vi esa noche (Arias y Suanca). A los pocos ruidos y el silencio. La tensión se mantuvo, nunca cayó, la expectativa fue constante y el desespero invadió a algunos, no sé si eso es bueno o malo, pero sé que funcionó.

Hablando con algunas personas que se quedaron porque ya habían pagado y no querían perder la platica y recordando a las mujeres que preguntaron sobre el “cover consumible” no está de más decir que es una delicia que le paguen a uno por exponer su trabajo, ya sea pintura, escultura, video, sonido, performance, o todas las anteriores juntas y las que me faltan. Bueno, el proyecto *matik-matik*[1 es de los pocos que hace eso con quienes muestran sus trabajos, o son más bien los asistentes quienes le pagan a los artistas por su trabajo haciendo que la práctica deje de ser tan simbólica para adquirir un carácter material. Lo siento por la del cover consumible, que sé que leerá este texto y sabe quién soy, pero ser cují se revierte. Nada personal.

Estas personas que estuvieron mostrando su trabajo en *matik-matik* también participaron de la acción colectiva que tuvo lugar el sábado 31 de enero en el Laboratorio Interdisciplinario para las Artes (LIA)[2. Bueno, yo los vi allá… aunque no estoy segura de que Jefferson Rosas estuviese. La miopía y la penumbra alteran las cosas. Cuando llegué a la Calle 13 se podía escuchar el ruido claramente. Al entrar vi mucha gente caminando, cada uno haciendo sonar instrumentos musicales o cositas que tenían en sus manos sin establecer ningún tipo de relación con lo que les rodeaba. En la RAE se lee que el autismo es el Repliegue patológico de la personalidad sobre si misma y en un segundo punto dice que es un Síndrome infantil caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas y por la necesidad de mantener absolutamente estable su entorno.

Aquí, a diferencia del concierto en *matik-matik*, había exterioridad pura, un afán por llenar el silencio que se manifestaba en la catarsis de individuos que permanecían como tal en un trabajo colectivo. Como en un hospital psiquiátrico durante el paseo de los autistas hubo muy pocos momentos donde los participantes lograban conectarse, y las dos veces (durante las dos horas que estuve ahí) que eso sucedió fue increíble. Casi al final del concierto uno de los más entusiastas participantes gritaba con un evidente dolor y desde sus entrañas invocando a Yemanjá después de haber hecho ruidos selváticos en fila con otros cuatro. Yo, por su bienestar, espero que ella lo haya escuchado… aunque es un poco difícil que en el altiplano cundiboyacense, donde no hay aguas saladas, se pueda ayudar.

Al final de la noche Sean Meehan se sentó frente a sus redoblantes con la misma actitud del día anterior: sin zapatos esperaba encontrar el instante perfecto para su intervención, respirando con los ojos cerrados buscando la misma vibración. Era tanta la saturación que yo lo vi mover su mano contra un platillo sobre el redoblante pero no pude escuchar nada de lo que estaba pasando. Había varias personas frente a sus computadores produciendo para la colectividad y a mi lado un hombre que iba y venía ajustando un sonido de campanitas que sólo yo podía escuchar. ¿Será que durante una interpretación colectiva todos debemos actuar al mismo tiempo o, como lo hicieron en matik, debemos esperar el momento perfecto para intervenir? Y hacerlo.

He estado en encuentros de performance donde no hay diálogo entre los participantes, o donde tenemos pocos momentos afortunados donde se produce algo. No es posible que sigamos usando la frase “pero es importante que se generen espacios y este tipo de cosas pasen” cuando lo que le ofrecemos a los espectadores son actos chocolocos de catarsis. La selección de los participantes es importante. Tomarse el tiempo para entrar en la misma onda con los participantes es indispensable, tanto como actuar. Y tal como se dice por ahí, ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre. Vivo en Bogotá y en los últimos seis meses he podido ver y escuchar conciertos, trabajos de sonido que me han dejado con sonrisa durante varios días precisamente por el punto medio de luz que hace que las cosas funcionen y se pueda circular. Espero seguirme encontrando con estos puntos medios o estar preparada para resistir con los performers exigentes, tanto como quiero tener los nombres de las personas que se ensimisman y hacen de la escena una selva ritual para no ir a perder mi tiempo.

Maria Alejandra Estrada