en estado de coma

La escena habría estremecido la conciencia de cualquier país que no estuviera tan anestesiado por una suma incalculable de traumas e infortunios como lo está de hecho el nuestro. Y no podría ser de otra manera, porque es difícil que la gente soporte en silencio y sin que le duela el alma que los cuatro hospitales públicos más importantes de su propia capital sean allanados por la Policía en la madrugada de un sábado, con el fin de garantizar el cumplimiento de una ley que los condena a muerte. Hospitales ocupados por la Fuerza Pública. ¡Qué horror! Cierto, los responsables políticos del allanamiento afirman que su deber es hacer cumplir una ley que, además, consideran buena, a pesar de que los legisladores la hayan diseñado a la medida de los intereses de empresarios ávidos de invertir en la salud pública. Y agregan -regodeándose- que la entrega de los hospitales públicos a tales inversionistas, se hace en interés de los pacientes de los mismos que, gracias a esa entrega, se beneficiarán de una extraordinaria mejora en la calidad de los servicios médicos y asistenciales, debido a que la empresa privada siempre, por definición, es más eficiente que el Estado. Esta premisa mayúscula quizás sea cierta, pero cuando no lo es, cuando no se cumple porque los empresarios se embarcan en operaciones tan arriesgadas como la de convertir en un atractivo producto financiero las hipotecas de alto riesgo y causan lo que causan -o sea la pérdida de miles y miles de millones de dólares-, el Estado tiene que intervenir para salvarlos a ellos -y de paso a nosotros- de una catástrofe aún más devastadora. Y algo semejante ocurre con la premisa menor -la privatización de la salud pública mejora el servicio-, que es una premisa falsa, tal y como queda demostrado en Sicko, la más reciente película de Michael Moore, que documenta el estado verdaderamente deprimente en el que se encuentra la salud pública en Estados Unidos, un cuarto de siglo después de su privatización. «En América -concluye Moore- si eres pobre y enfermas gravemente, te mueres en la calle». Sì, en las calles del país más poderoso y rico de la Tierra.

Pero volvamos a Bogotá y al allanamiento de sus hospitales para añadir que esa terrible experiencia fue anticipada por el cierre hace unos cuantos años del Hospital San Juan de Dios, el más antiguo del país, causado por la primera de la serie de leyes aprobadas para privatizar la salud pública. El cierre, que ha sido respondido de dos maneras. La primera, a cargo de una parte importante de sus antiguos trabajadores que, desde entonces, van al hospital para limpiarlo e impedir su ruina o su desmantelamiento definitivo. Es un patrimonio de todos y ellos se empeñan en conservarlo. La segunda, la representa un gran proyecto artístico, realizado por María Elvira Escallón, expuesto actualmente en el museo de Bogotá y titulado En Estado de Coma. El hospital está allí, pero no como mera documentación histórica, archivística, gráfica y textual, sino como reconstrucción alegórica de la experiencia de los pacientes que paso a paso van quedando atrapados en las camas de una institución en estado de coma.

Carlos Jiménez*

* publicado en El País. Agosto 31 de 2007 >
http://www.elpais.com.co/historico/ago312007/OPN/opi02.html