Sátira: El que quiere marrones aguanta tirones

 

Cuando se es serio, importante, trascendental y se cultiva el espíritu pedagógico. Cuando se habla en nombre de los demás y se adopta una pose heroica, nomádica o victimista. Cuando el ingenio y el sentido del humor no tienen cabida por ser uno fiel a la retórica política que deriva de la grandilocuencia del panegírico y la elegía griegas. Cuando se cultiva la visión y solución sentimental del mundo y se cree uno motor de la historia, se está sometido inevitablemente al fuego del satírico. Es papaya pura. No es nuevo y sucede desde el siglo VII A.C. cuando el mercenario y poeta Arquíloco criticaba la pedantería y el narcisismo de sus comandantes. Así es en todos los satíricos latinos desde Horacio, Persio y Juvenal hasta Marcial. Así es en Quevedo, Lope de Vega y la picaresca.

El siglo XIX , el siglo serio y aburrido por excelencia que inaugura el arte como medio pedagógico y virtud cívica que padecemos hoy en dia y que como una noche larga aun no termina, es bien poco lo que aporta en calidad al género literario salvo autores como Mark Twain o Wilde (quien ya sabemos como terminó, carbonizado por el fuego victoriano, practicando su último sarcasmo con el papel de colgadura de su cuarto del Hotel Saint Germain). De modo que si por alguna razón quisiéramos ser peyorativos desde el punto de vista estilístico con Lucas Ospina deberíamos decir que su estilo es típico de una mentalidad más bien clásica, salvo cuando se disculpa ante la respuesta dramática de su interlocutor en una pequeña y sarcástica concesión arlequinesca.

Con el permiso de los Baudrillard Año Cero me permito incluir un extracto de Palissot de Montenoy con traducción libre y a la carrera, escrito en el siglo XVIII, el siglo lúcido y positivista del libertinaje , la razón y las sensaciones, en el que se burla de las sectas de artistas filósofos o «pequeños importantes» que dominaban y financiaban la cultura por entonces y que en éste caso no es una referencia personal a Helguera o a nadie en especial sino solamente una muestra de que la sátira contra los artistas ni es propia del siglo XIX, ni la sociedad cortesana de los trabajadores de la cultura algo nuevo. No sabemos si Palisssot asistio a sus charlas para gozarselos con la documentación debida, pero ahi quedó como un clásico de la literatura francesa.

«Je ne découvre pas des succès éclatants,
Je vois autour de moi des petits importants
Qui pour avoir un ton enrolés dans la secte
Pensent avoir perdu leur qualité d´ínsecte,
Se croyant une cour et des admirateurs,
Pour le malheur des arts, devenus protecteurs,
Ne se réveillant pas aux traits de la satire,
Et ne devinant rien à ces éclats de rire
Dont en tous lieux pourtant on les voit poursuivis…»

«Les Philosophes».1757.Acte II, scéne 5.

No logro descubrir eventos sorprendentes,
Y solo veo a mi alrededor pequeños importantes
Quienes porque logran el tono adecuado enrolados en la secta
Piensan que por ello han perdido su cualidad de insecto,
Creándose una corte con sus admiradores,
Para la mala suerte de las artes, convertidos en protectores.

Ni bajo los zumbidos de la sátira logran espabilarse,
No adivinan nada detrás de las risas
Y en todos lados sin embargo se los ve perseguidos…