El Polémico Coleccionista De Arte Saatchi Rompe El Silencio En Dos Libros

«Los coleccionistas somos insignificantes, lo que cuenta y sobrevive es el arte; yo sólo compro el arte que me gusta…»

«El mundo del arte atrae aproximadamente el mismo porcentaje de gente horrible que cualquier negocio en el que haya mucho dinero y egos muy grandes» asegura, entre otras confesiones, el famoso coleccionista irakí, aliado del conservadurismo británico. Tras años sin conceder entrevistas, el publicista acaba de editar dos «autobiografías», Me llamo Charles Saatchi y soy un arteholico y Question.

Una imagen de la exposición de arte chino en la Galería Saatchi.

No deja indiferente a nadie: para unos Charles Saatchi (Iraq, 1943) es un farsante con los bolsillos llenos de libras y un fino olfato para vender (a precios astronómicos) gato por liebre; otros lo consideran el coleccionista-agitador de arte más importante de las últimas dos décadas. Él, mientras tanto, prefiere seguir inmutable a elogios y críticas. Se define simplemente como un «adicto al arte». Después de años sin conceder una entrevista, cultivando una aristocrática distancia con los medios, ha optado ahora por romper su silencio y desvelar en los libros Me llamo Charles Saatchi y soy un arteholico (Phaidon) y Question (Phaidon) lo que piensa de una escena que lleva años agitando.

El arte y yo
«El mundo del arte atrae aproximadamente el mismo porcentaje de gente horrible que cualquier negocio en el que haya mucho dinero y egos muy grandes». Su asalto a ese universo, después de una meteórica carrera como publicista que le permitió amasar una gran fortuna, vivió un momento clave en 1997. En septiembre de ese año, la Royal Academy de Londres presentó Sensation: Young British Artists from Saatchi Collection. Largas colas, críticas demoledoras y dimisiones de responsables de la institución fueron algunas de las consecuencias de una muestra en la que unos jóvenes y airados artistas –Damien Hirst, los hermanos Chapman, Tracey Emin…– insuflaron energía ymuchas dosis de provocación a una comatosa escena británica. Saatchi, padrino y mentor de una de las generaciones más cotizadas en los últimos años –hoy a la baja–, se convirtió en el coleccionista de la posmodernidad. ¿Sus secretos del éxito comercial? «No hay consejos ni normas para comprar y coleccionar arte». Sólo pasión, dinero, intuición y una pizca de suerte. Él –asegura– se deja llevar por sus gustos: adora aquellas obras que «no se parecen a algo que ya he visto 100 veces antes, o si son visualmente muy agradables o particularmente repelentes». Detesta aquellas pinturas que contienen «calaveras y muñecas».

Coleccionistas, marchantes y comisarios
«Los coleccionistas somos insignificantes, lo que cuenta y sobrevive es el arte; yo sólo compro el arte que me gusta para exhibirlo y luego, si me da la gana, lo vendo y compro más». Una forma de consumir más propia del fast food (¿fastart?) que Saatchi considera imprescindible: «Los artistas necesitan muchos coleccionistas, todo tipo de coleccionistas, comprando su arte». Y si hay alguien que compre de forma compulsiva obras de artistas, ya sean consagrados o noveles de futuro incierto, es él. ¿Espíritu filantrópico? «Los ricos siempre estarán con nosotros», responde con una frase con aromas de eslogan neoliberal. Menos complaciente se muestra con marchantes y comisarios de renombre internacional. De los primeros, afirma que mayoritariamente son unos «pomposos» que prestarían un mejor servicio a la sociedad en «las puertas de los nigth-club» decidiendo quién entra o no aquella noche. «Muchos de ellos –insiste– se creen que controlan el mercado, pero cuando un artista hace vibrar la escena con sus obras, este ya es incontrolable». Entre las honrosas excepciones destaca a Leo Castelli –»el más brillante»–, descubridor entre otros de Rauschenberg y Warhol; y Larry Gagosian. Si los marchantes no son santo de su devoción –en la galería Saatchi on line promociona la venta sin intermediarios–, tampoco tiene muchos amigos entre los comisarios. Considera que estos poseen generalmente un gusto caduco y alejado del pulso de la escena artística ya que están «demasiado preocupados en ofrecer una y otra vez a sus 250 devotos la misma exposición del día de la marmota; exhibiciones de ojos muertos y sin alma dominan hoy el paisaje del arte».

Mis artistas preferidos
«Ser un buen artista es el trabajo más duro que puedes elegir y tienes que estar un poco loco para asumir ese destino: los amo a todos». Y entre sus amores más pasionales se encuentran las obras de Goya, «mi debilidad», Eva Hesse, «fantástica», y Paula Rego. Pero si ha de escoger a aquellos artistas de los últimos 100 años que sobrevivirán en el tiempo a las modas y vaivenes del mercado, apuesta por Jackson Pollock, Andy Warhol, Donald Judd y Damien Hirst. Este último es su niño más mimado entre los mimados young british artists, del que reconoce empero que «está un poco fuera de forma». Entre los que menos le gustan: Basquiat, «su arte me pareció siempre decorativo y poco original», y Rothko –»no creo que sus obras evoquen el infinito»–, así como el nuevo arte chino: «La primera vez que vi obras del nuevo arte chino pensé que era horrible, y la mayoría del arte que te parece horrible al principio lo continúa siendo».

Culpable y orgulloso
Éxito comercial, provocación y grandes sumas de dinero… Un explosivo cóctel que acompaña la carrera de Saatchi y por el que ha sido acusado de inflar el precio de las obras de artistas menores. Él, lejos de defenderse, asume con naturalidad su parte de culpa y avisa a los profetas del apocalipsis que la fiesta continuará: «En la última década la especulación infló los precios y no creo que la burbuja vaya a estallar en breve». Palabra de Saatchi.

publicado por Revista Ñ