el museo detenido

No sé por qué milagro hay aquí un Museo Nacional. También me parece milagroso que sobreviva todavía el viejo Panóptico que lo alberga, en la carrera séptima con calle 28, a la vasta sombra de los cauchos monumentales: un severo edificio de piedra y calicanto de mediados del siglo XIX, con gruesos muros ciegos de cárcel y una honda puerta negra abierta como la caverna de un cíclope. Y es un tercer milagro que tenga cosas que exponer: huacas de los indios, cuadros de la Colonia, sables de la guerra de Independencia. Lo normal, en Colombia, sería que nada de eso existiera: que el Museo hubiera sido clausurado como los hospitales públicos, que sus piezas hubieran sido saqueadas y vendidas en el exterior, que el soberbio edificio hubiera sido demolido para hacer un centro comercial, o, en el mejor de los casos, transformado en un hotel de lujo como cualquier convento (para allá va el Seminario Mayor, y sus jardines: tierra para la especulación inmobiliaria).

Existe, pues, el Museo Nacional, y es un milagro. Con 185 años encima, debe de ser la institución más antigua de Colombia que se conserva incólume. Ha sobrevivido saltando matones, mudándose de casa en casa -de la Casa Botánica al antiguo convento que hoy es el Museo de Arte Colonial; de ahí al Pasaje Rufino Cuervo, echado abajo para abrir paso a galerías comerciales; de ahí al quebrado Banco Pedro A. López; de ahí a donde hoy está, en el viejo Panóptico. Y no sólo existe el Museo sino que además funciona. Tiene diecisiete salas de exposiciones permanentes de etnología, de pintura, de historia, y organiza exposiciones temporales tan variadas como la de Picasso y la del Señor precolombino de Sipán, la de los guerreros chinos de arcilla y la que exhibe actualmente las láminas de la Expedición Botánica del sabio Mutis. Se trata, coincidencialmente, de un retorno a las raíces: el Museo fue inaugurado en 1824 por el vicepresidente general Santander con una muestra de los trabajos de Historia Natural de Mutis. Lo que ahora puede verse en la exposición vuelve de España, a donde se lo llevó el Pacificador Morillo tras fusilar a sus autores, los discípulos de Mutis: «España no necesita sabios», dijo.

Y si no quemó esas láminas que hoy vienen del Jardín Botánico de Madrid fue, una vez más, de puro milagro. Pues si en Colombia somos dados a destruir o feriar el patrimonio es por seguir el ejemplo que dieron los españoles cuando llegaron aquí: fundir el oro para volverlo plata, y así poder gastarla.

(Por eso es también un milagro notable que exista el Museo del Oro).

Digo que el Museo Nacional se instaló en donde hoy está hace 62 años, en 1946. Pero desde hace 20 años ya no cabe, y viene tratando de expandirse para que puedan ser expuestas las más de veinte mil piezas que tiene guardadas en los sótanos. Y el caso es que los últimos directores habían logrado por fin un compromiso en firme por parte de las autoridades nacionales y distritales para ampliar sus instalaciones a espaldas del Panóptico, en el magnífico lote que va hasta la carrera quinta en La Perseverancia y que hoy ocupan el Colegio Distrital Policarpa Salavarrieta y el Colegio Mayor de Cundinamarca. Ya tenían a donde irse: el Policarpa a un edificio diseñado por Rogelio Salmona en la carrera tercera con 26, y el de Cundinamarca al antiguo Matadero Distrital, la Aduanilla de Paiba.

Pero entonces el alcalde Samuel Moreno decidió venderle el lote del Matadero a la Universidad Distrital para su nueva sede.

La Distrital, claro está, podría construir su nueva sede en cualquier otro sitio: para eso es nueva. El Museo, en cambio, no puede ampliarse sino ahí en donde ya está. No permitir que lo haga, obligar a que sigan ocultas sus piezas guardadas en los sótanos en vez de que salgan a la luz para dar una visión más completa de la historia de Colombia, sería…

Iba a decir que sería absurdo. Pero no sé. Tal vez en el fondo no sea mala la idea de la alcaldada. Dejar el Museo incompleto, a medio terminar, con varilla de hierro brotando de los muros para el sueño de una expansión imaginaria impedida por los caprichos burocráticos y la miopía politiquera de las autoridades, es sin duda la mejor imagen que puede darse de lo que ha sido la historia de Colombia. Basta con el Museo interrumpido. No se necesitan las otras veinte mil piezas.

(Que además así se pueden privatizar como es debido ¿no).

Así que adelante, alcalde Moreno: atrévase. La historia de Colombia se lo agradecerá.

Antonio Caballero
http://www.semana.com/noticias-opinion/museo-detenido/118943.aspx

(enviado a esferapública por Iris Greenberg)