«El maestro ignorante»

Leí “El pedagogo infame” de Nadín Ospina y pienso que sus críticas, a los críticos artistoides y a los pedagogos infames, pueden ser ampliadas.

Pienso que efectivamente la efusividad —o incontinencia— crítica de muchos de los que escribimos en esfera pública se debe a que no estamos dedicados exclusivamente a hacer obra, o como lo llama Ospina, no estamos “produciendo objetos visuales”. Entonces, la energía que debería estar siendo usada para trabajar haciendo obra, al no poder ser aprovechada para ese propósito, se usa, entre otras cosas, para hacer textos y publicarlos, por ejemplo, en esfera pública. No vemos por este foro textos de artistas con talento para la escritura como lo pueden ser José Alejandro Restrepo, Beatriz González, o Juan Mejía; seguramente, diría Ospina, la energía de estos artistas está concentrada en “producir objetos visuales”. Y en cambio, si vemos a artistas, o a críticos artistoides, que de un tiempo para acá no participan —con notoriedad— en exposiciones, pero que demuestran un estado de ociosidad tan crónico que su escritura ya raya, con prolijidad, en el delirio. Estos críticos artistoides frustrados, como lo pueden ser Lucas Ospina, Carlos Salazar o Pablo Batelli, se ensañan en producir, sin dar tregua al lector, textos y más textos de índole parasitaria —siempre critican algo, inclusive critican la crítica—. ¡Vaya uno a saber!, tal vez estos críticos artistoides piensan que los textos que hacen es otra manera posible de hacer obra. “La ignorancia es atrevida”, dice el sentido común.

El otro punto que merece ser considerado es el de la relación entre la docencia y la “producción de objetos visuales”. Uno de esos pedagogos infames, como lo demuestra Ospina, esta adoctrinando a las nuevas generaciones de artistas conminándolas a que se retiren de la “producción de objetos visuales” y se dediquen a labores “más útiles” como la pedagogía o la intermediación estética. El pedagogo infame, sumándose a los críticos artistoides, esta engañando a los nuevos artistas, reemplazando los dogmas establecidos con malas fabulaciones llenas de frases “inteligentes”, “pertinentes” y “actuales”; por ejemplo, una frase que le he oído decir, en sus clases y conferencias, a ese monosabio gurú llamado Lucas Ospina, ha sido la siguiente: “se puede enseñar lo que no se sabe” (!?). Los pedagogos infames, ante su incapacidad de participar —con notoriedad— en exposiciones de “objetos visuales”, buscan inocular a otros con el mal de la ignorancia que padecen, y usan la mente de unos estudiantes inermes que caen como moscas en el caldo de cultivo de sus experimentos de índole perversa.

En conclusión, nos dice Ospina, los críticos artistoides y los pedagogos infames necesitan llamar la atención para calmar una sed permanente que les produce su ansia de habitar el mundo, su protagonismo: esfera pública sería para ellos un espacio terapéutico que les permite a estos seres impotentes sublimar —¡casi diariamente!— sus instintos y sentimientos inferiores o primarios, usando la escritura como medio para hacer catarsis.

Me sumo al último llamado que hace Ospina en su texto y entiendo su lástima y preocupación por la formación de los nuevos artistas:

¡Pobres de los nuevos artistas engañados por sus pedagogos infames!

—Lucas Ospina

p.d.: el curador José Ignacio Roca considera a Miguel Ángel Rojas como un artista-bisagra entre la generación moderna y la contemporánea. Habrá que esperar la muestra antológica de Nadín Ospina en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, para ver que adjetivo usa el escribidor de arte Eduardo Serrado para clasificar al artista. Tal vez, se le puede sugerir a Serrano que vindique a Nadín Ospina como el «artista-tornillo»: la obra de Ospina, Ospina mismo (y hasta Serrano mismo), siempre han logrado incrustarse, con gran sentido de la oportunidad, entre la roscas del arte, la ley y el mercado.

El pedagogo infame
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