El hambre de los artistas

Entonces el artista pasó a ser parte del circo. Que pareciera el lugar apto para todos aquellos que ya no son tan jóvenes promesas, pero que por alguna razón siguen despertando algún interés consecuente con su veteranía. Y él lo que pedía era de alguna manera poder sostener esa recordación, que casi era exigua. Y estaba a punto de desaparecer dadas las condiciones de caducidad de los tiempos nuevos en que todo se renueva incesantemente, en un ritmo apenas registrable.

A propósito del proyecto de Lucas Ospina “Un artista del hambre” participante en el Museo efímero del olvido, 15 salón zona centro, realizado en La Universidad Nacional de Bogotá.

“Quién sabe en qué rincón lo meterían, si al decir algo les recordaba que aún vivía y les hacía ver, en resumidas cuentas, que no venía a ser más que un estorbo en el camino de las cuadras. Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto”. Franz Kafka, Un artista del hambre

Aclaración

El pequeño relato es tan solo una alegoría acerca de un interés decreciente. La escena son estos nuevos tiempos de desinterés por algo que en otra época pudo ser relevante.

Inauguración

Afuera hay una especie de kiosko minúsculo donde venden las boletas. Un hombre de smoking, se asoma al vidrio para ver qué se ofrece, tendría que acercarme a la rejilla para poder comprar un boleto y entrar. La transacción parece accesible, se nos invita a todos, el espectáculo es plausible. Releo el panfleto, el mismo tono de una película de tiempo atrás donde también se nos declaraba solemnemente que estábamos ante una verdad, una especie de revelación que triunfaría como verdad, aquí el tono se repetía y no sabría precisar si era serio, o era otra vez una especie de chiste agazapado entre los signos admirativos.

La caseta del vigilante expendedor de las boletas parece suspendida en un hangar. Un lugar gigantesco, como una gran feria que nos mantiene a cubierta para disfrutar sin ninguna intrusión del espectáculo. Hay otros tres hombres en un costado, y en el otro lo que parece un agente policivo enmarcando la escena. Todos son corpulentos, aunque en el blanco y negro del aviso es difícil precisar el color de sus mejillas, pero el grupo en conjunto parece saludable, ningún vestigio del hambre.

Y es que el Arte pareciera ser un ayuno perpetuo. Es decir con la apariencia de un ayuno porque en realidad el artista nunca come. Y sus vigilias que no esperan alimento alguno son esperas de otro tipo. El artista espera su credulidad. Que no haya mediciones del tamaño de su hambre, de todos esos días incontables que pasa sin comer, ayunando, es decir, siendo un artista.

Pero todo ayunador ha de ser relevado, sacado de su jaula, obligado a interrumpir su ayuno, y ha de buscársele que coma, que ingiera otra vez alimento, que deje de una vez por todas de ser un ayunador. Un artista.

Porque él es un espectáculo y todo espectáculo ha de cesar. Entonces el artista deberá abandonar voluntariamente su jaula, para que otro artista pueda proseguir con el ayuno.

Esas son las reglas del espectáculo del ayuno, las reglas del Arte. Y hay un encargado, un empresario que sabe hacerlas cumplir. Y además porque todo ayuno tiene un plazo. Y la vigencia del Arte ha de ser respetada. Después de ese plazo el ayunador debe abandonar su jaula, y el ayunador entristece aunque afuera, su retiro de la jaula se celebre con una fiesta y con un recibimiento digno de un héroe.

Pero el artista sabe que todo eso es falaz, porque en breve su público lo habrá olvidado, y su Arte será apenas una breve noticia y quizá menos, una brizna de paja de la olvidada celda de ayunador.

Y un buen día, también como le sucede a todos los demás, su espectáculo dejará de ser interesante para la multitud.

A la humanidad entera parecía comenzar a repugnarle el hambre. El Arte del artista.

La humanidad en cambio necesitaba un circo, un circo donde todos indistintamente son payasos o animales o sitios de algún interés o que preserve algún recóndito exotismo, y donde además de hombres, hay nombres y es eso lo que interesa feriar. Los nombres de los objetos, de los lugares y de los artistas.

Entonces el artista pasó a ser parte del circo. Que pareciera el lugar apto para todos aquellos que ya no son tan jóvenes promesas, pero que por alguna razón siguen despertando algún interés consecuente con su veteranía. Y él lo que pedía era de alguna manera poder sostener esa recordación, que casi era exigua. Y estaba a punto de desaparecer dadas las condiciones de caducidad de los tiempos nuevos en que todo se renueva incesantemente, en un ritmo apenas registrable.

Y aceptó las nuevas condiciones, una en que su espectáculo dejaba de serlo, o casi era imposible de reconocer, porque parecía un evento más, sin ninguna relevancia o notoriedad. Porque es que casi no parecía siquiera un espectáculo, algo para poder mirar, estaba fuera del foco, salido de la centralidad. Era tan solo un pequeño entremés que hasta obstaculizaba la diversión, un objeto inútil en el camino que el público se habría para dar con el verdadero espectáculo. Pero así era su historia reciente, había sido relevado de su propia representación como artista, y sin el teatro era tan solo un hombre más, y ni siquiera algo curioso para observar distraídamente mientras se esperaba el verdadero show.

Pero era inútil cualquier queja, era casi una suerte esa especie de supervivencia en los entreactos del programa central. Y el que su nombre resonara de cuando en vez en algún espectador que había visto su espectáculo tiempo atrás, pero quien tampoco acertaba a recordarlo ni a reconocer quién era.

Porque ayunar en los tiempos que corren es irrelevante, ser un artista.

A nadie le interesa mirar. Y su Arte carece de importancia.

Y llegó ese día en que se hizo irrelevante.

Sí, las gentes se agazapaban ante las vitrinas, y se tomaban fotos sin parar y hacían recorridos, pero lo que importaba era el turismo, ganar cierta notoriedad en esa itinerancia perpetua de aquel que viaja por este mundo cada vez más al alcance de la curiosidad. Haciendo recorridos en esa maratón que pueden cubrir los pensionados con su piel tostada por algún sol tropical.

Y un buen día se acercaron a su jaula, alguien recordó que en otro tiempo había existido un artista. Y mirando en profundidad lo descubrieron. En el mismo rincón en que había sido abandonado hace mucho.

Para ese artista su Arte era inevitable. Entonces no había gracia. Era tan irrelevante como un viejo pasatiempo en una tarde aburrida.

Nada trascendental. Ni curioso tan siquiera.

Y los dueños del circo limpiaron la escena. Y en el lugar albergaron un nuevo espectáculo.

No sin advertir que necesitan prescindir definitivamente del hambre de los artistas.

Y la jaula del Arte fue barrida para dar cabida a la libertad.

Y así los espectadores tuvieron miedo de acercarse.

 

Claudia Díaz, agosto 5, 2015

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