El formato ligero del panfleto, la escritura y su posicionamiento cultural

En 1989, en pleno furor posmoderno y tal vez también comenzando su ocaso, Alex Callinicos (1950) publica “Contra el postmodernismo, una crítica marxista”. Callinicos expresaba su malestar contra la avanzada de una égida de nuevos profesionales de la cultura, los posmodernos, quienes aseguraban la entrada en una nueva época, todo esto en el furor de la que se creía una economía de prosperidad enmarcada en el libre mercado, eran los tiempos del afianzamiento neoliberal a la cabeza de Margareth Tatcher.

En 1989, en pleno furor posmoderno y tal vez también comenzando su ocaso, Alex Callinicos (1950) publica “Contra el postmodernismo, una crítica marxista”. Callinicos expresaba su malestar contra la avanzada de una égida de nuevos profesionales de la cultura, los posmodernos, quienes aseguraban la entrada en una nueva época, todo esto en el furor de la que se creía una economía de prosperidad enmarcada en el libre mercado, eran los tiempos del afianzamiento neoliberal a la cabeza de Margareth Tatcher. Los ochenta fueron, dice Callinicos, el momento de máximo auge del posmodernismo y la palabra se filtraba por doquier, era la moda cultural del momento. De un sentimiento de profunda irritación hacia la falsedad de esas tesis postestructuralistas que se pensaban protagonistas de una ruptura contra la modernidad,  nace su libro.

2012, Barcelona, la editora Ana Parejo encarga a Carlos Ernesto, en el formato ligero del panfleto, “Contra la posmodernidad”. No he salido a comprar el libro de Carlos Ernesto,  pero me entero de su existencia a través de un foro de discusión llamado “esfera pública”. Desisto de leer el texto y me encaro con las palabras del joven autor, quién habla sobre su libro. No puedo dejar de recordar el texto de Callinicos y el furor de su aparición en Colombia (en traducción de Magdalena Holguín) cuando el posmodernismo (otros hablaban de posmodernidad para ser más exactos o más puristas) había permeado todo el panorama cultural e intelectual del país, incluso el país se daba el lujo de detentar pequeñas sedes satélites que estaban sintonizadas con los representantes directos del postestructuralismo en Europa, como era el caso de Lyotard y Derrida. Eran verdaderas franquicias culturales del pensamiento postestructural, y prácticamente se otorgaban una suerte de derechos reservados para actuar en su nombre, lo que incluía un abierto tráfico de influencias. La consigna era ser posmoderno, los mamertos caían al rincón de los trastos inservibles, a la trastienda. La egida intelectual se alejaba de cualquier interpretación política para encarnar una suerte de ética mística, de manera que los discursos  culturales del momento se enmarcaron en los temas del momento: el otro, la biopolítica, la muerte de los grandes relatos, la muerte del autor, la clausura de las vanguardias, un adiós al malestar del mayo francés, y una larga e interminable lista de revisiones y sospechas. Era el fin de la historia. En ese entonces se formaron dos bandos, los posmodernos y los habermasianos. También otras zonas intelectuales y de profesores universitarios manifestaban su abierta antipatía sobre el tema  girando decididamente  hacia la filosofía analítica. Muchos como yo, en el marco de una maestría en filosofía en la Universidad Nacional, virábamos como veletas de una corriente a otra, y algunos comenzando a desistir, ostentaban el libro de Callinicos bajo el brazo. Años después pude corroborar de la abierta ignorancia que sobre este libro existía entre los principales exponentes del postestructuralismo colombiano, nunca habían oído mencionar al tal Callinicos. En ese entonces las grandes ligas consistían en vérselas con La Gramatología, un mamotreto al que había que entrarle con el diente, y Espolones, que recordaba a Nietzsche y su olvido de un paraguas en una cita odontológica, su olvido del ser. Uno de esos portavoces del avatar Derrida impartía su cátedra en La Nacional. Recuerdo que abordábamos la desconstrucción y en el seminario surgió la palabrita “filosofema” que alguien repetía haciendo caso omiso de su significado. Pero entonces a otro se le ocurrió preguntar: -profesor qué es filosofema?- El profesor tosió e hizo un ademán de salir porque presuntamente lo llamaban detrás de la puerta, en esos años no existía como hoy el recurso al celular, salió entonces del salón haciéndose el que se dirigía a la oficina de decanatura en que supuestamente se lo solicitaba, en realidad se escondió detrás de la puerta para escucharnos y oír como despejábamos la pregunta, yo recordaba qué significaba filosofema y mientras lo explicaba, el profesor reapareció asintiendo, -eso era lo que les iba a decir- dijo, y se sentó sin pudor. Más o menos esa era la percepción sobre la deconstrucción, nadie sabía realmente qué significaba todo eso, pero circulaba la jerga posmoderna y también ese lenguaje se institucionalizó; hace poco todavía era correcto enfilarse en los simposios deconstructivistas, pero súbitamente el lenguaje cambió y la deconstrucción mutó hacia los estudios culturales, el decolonialismo, y las líneas de abierta oposición al relativismo derridiano, encarnadas por el multiculturalismo.

Lo cierto es que el malestar pervive y las tesis que Callinicos exhibiera en abierto malestar hacia la posmodernidad cobran mucha vigencia y pueden aplicarse con la misma determinación hacia todos esos particularismos militantes del presente como en su momento los calificó Callinicos refiriéndose a la posmodernidad. Las preguntas que en ese entonces se hacía Callinicos sobre la clausura del marxismo por las elites intelectuales de izquierda  a los que veía como rezagados de la generación del 68 francés siguen abiertas.

Hoy se considera políticamente incorrecta cualquier adherencia a una secuela posmoderna, y este rechazo se encarna en una militancia que toma como bandera la claridad, atrás los discursos barrocos y entreverados de la retórica postestructuralista. Lo interesante siguiendo la crítica introducida por Callinicos, sería preguntarse si en estos intentos de sospechosa claridad a  los que nos enfrentamos,  son nuevamente, con otra estrategia retórica, otro velo con el que una nueva elite de pensadores hace su entrada triunfal en su pretendida claridad de enfoque y precisión de diagnóstico de los tiempos que corren. Seguimos en la misma encrucijada planteada por Callinicos, en el sentido de creer pertenecer a rupturas cualitativas con los planteamientos modernistas de comienzo de siglo. El panorama es quizá más descorazonador porque hoy se escriben por encargo estos panfletos hiperinformados de la situación actual a la manera de una memoria wiki a tono con la velocidad y la poca profundidad de los tiempos que corren. Lamento no haber tenido más tiempo para demorarme en Callinicos pero el imperativo es el feed. Lo instantáneo del feed. No hay tiempo para reseñar a Callinicos y quizá no valga la pena, porque como en el cine hay un remake a tono con los tiempos que corren y “Contra la pos posmodernidad” de Ernesto hace una versión más digerible que puede alcanzar un buen posicionamiento cultural. No es a Callinicos a quien suplanta Carlos Ernesto sino nuestro derecho a leer.

Claudia Díaz, agosto 2012.

Enlaces:

Ernesto Castro por esfera pública >>

http://esferapublica.org/nfblog/?p=40670

Video por Youtube>>

http://www.youtube.com/watch?v=jUCERZTCxfg&feature=player_embedded#!