El Colón: la historia se repite

El domingo 12 de agosto, a través de El Espectador, nos enteramos de las opiniones de Mariana Garcés, ministra de Cultura, y de Clarisa Ruiz, Secretaria de Cultura de Bogotá, explicando cómo harán para convertir el Teatro Colón en un teatro soñado. Dice la ministra: “sabemos lo que queremos hacer, pero todo depende de los predios que tengamos”. Y al referirse a lo necesario para realizar lo que ya tienen claro, resulta que es necesario demoler varias edificaciones de “interés cultural”. Dice el articulista que Ministra y Secretaria coinciden en que “llegado el caso, se podría tomar la decisión de quitarles la categoría de protección”. Para redondear, la Ministra se declara en desobediencia civil contra el Plan de Revitalización del Centro del alcalde Petro: “Todavía no me lo han radicado y el que lo aprueba es este Ministerio” Y concluye: “La revitalización es lenguaje”. En mi opinión, tales declaraciones “demuestran” que además de exceder sus competencias, confunden cultura –sea como sea que la entiendan– con patrimonio cultural arquitectónico y urbano, el cual evidentemente no entienden.

En el Parque de la Independencia, el Ministerio de Cultura ya había mostrado un atrevimiento similar al exhibido ahora para cambiar el estatus patrimonial de unas casas en la Candelaria. Sin pasar por el Consejo Nacional de Patrimonio ─lo cual era obligatorio─ le transfirió al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) la potestad para hacer lo que éste quisiera con el Parque de la Independencia. Y así fue. Pero cuando la ministra se dio cuenta de la irregularidad en la que había incurrido –que ella preside el comité que se habían saltado– en lugar de corregirla, se asoció con Planeación Distrital para legalizar, a como diera lugar, una operación que incluye un gigantesco y hasta ahora inexplicado sobrecosto (ver: Cuentas Bicentenarias). Estamos entonces con una obra en el limbo, con un grupo de funcionarios empecinados en la legalización de un parque dos veces más grande de lo que permite el área disponible, con un sobrecosto multimillonario, y con todo el aparato burocrático distrital negando, en coro, cualquier viso de irregularidad o ilegalidad. Además, buscando engatusar a un grupo de “señoras” –no engatusables– que se quiere “oponer al progreso” de la ciudad.

Como información de interés cultural, conviene saber que para demoler una casa “protegida” en cualquier parte de la ciudad, incluido el centro histórico, basta contratar un “experto” al que se le paga por “un concepto” que diga que la casa no sirve para nada, que está en ruina, que constituye un peligro para sus habitantes, que tiene mala factura, que ha sido lamentablemente alterada, y cosas por el estilo. Luego, el interesado en la demolición persuade al director de Planeación para que firme la sentencia de muerte, basándose en lo que se denomina un “concepto técnico del Consejo Asesor de Patrimonio Cultural”. Esto mientras sale el decreto de traslado de funciones (que lleva tres años en proceso) para que sea de una vez la Secretaría de Cultura la que se ocupe sin mediadores incómodos del manejo de la guillotina.

En la reciente restauración del teatro se hicieron modificaciones como el cambio de la tramoya manual, la silletería, los papeles de colgadura y la lámpara central, la cual, como dato curioso, había donado Laureano Gómez. Además, a la entrada le cambiaron la relación con la calle mediante un atrio que ocupa parte del espacio público. Sobre las intervenciones interiores no tengo opinión porque no las conozco. Sobre el atrio añadido, me parece un exabrupto que, al igual que el llamado Parque del Bicentenario, invade un área que no le corresponde.

De lo que acabamos de enteramos por el periódico es que el proyecto del Colón tiene segunda etapa y que para ello el Ministerio de Cultura vimos que tiene ahora como socia a la Secretaría de Cultura de Bogotá. Según las declaraciones en la prensa, el consorcio considera más importante el proyecto secreto del Colón que el plan de desarrollo del alcalde para la revitalización del centro. Lamentablemente, parece que estamos ante un nuevo caso de incompetencia en el que ministra y secretaria de “cultura” se niegan a entender que no hay nada que negociar para ampliar el Colón. Paradójicamente, quienes por definición deberían velar por el patrimonio cultural de la nación y la ciudad, se convierten de la noche a la mañana en emperatrices de la incultura y la arbitrariedad.

visual calle 11 carrera 5

visual carrera 5, calle 11

Se supone que la Secretaria de Cultura cuenta con el IDPC para proteger el patrimonio de Bogotá, pero tampoco parece consciente de ello. La razón por la que una Secretaria de Cultura, al parecer sin la menor idea de patrimonio arquitectónico y urbano, termina por tener tanto poder, se debe a una reforma administrativa de Lucho Garzón. El IDPC –antes Corporación La Candelaria– dependía directamente del despacho del Alcalde Mayor, pero pasó a depender del sector de la cultura, en un renglón bastante bajo. Antes, el Alcalde se apoyaba en un “experto” al que dejaba actuar. Ahora, la Secretaría de Cultura decide sobre temas que no conoce con suficiencia. Un amigo me explicó que la operación de quitarse de encima el IDPC se parece a cómo la Iglesia resuelve lo de los curas pederastas: trasladándolos. Los primeros dos períodos de este experimento nos dejaron una buena prueba de ello: un director, arquitecto, que hizo obedientemente de mandadero. Ya veremos qué pasa con la nueva directora, arquitecta, y si es capaz de oponerse a la agenda común de Ministra y Secretaria, sin perder el puesto. Y veremos si Alcalde se interesa por lo que hasta ahora parece venir ocurriendo a sus espaldas.

Considero que la intervención para el Nuevo Colón es inconveniente por tres motivos:

Primero, porque el Colón no se puede convertir en un teatro para representar todo tipo de géneros teatrales o musicales, con capacidad para más espectadores de los que hoy caben en su platea y sus palcos. Se puede adecuar y actualizar en ciertos aspectos técnicos y funcionales, pero su propia naturaleza de pequeño teatro no permite que reciba ni el doble de asistentes, ni al Circo del Sol, ni las óperas que sí puede albergar cualquier teatro, contemporáneo o antiguo, construido para tal fin. Si el Colón es un bien inmueble de interés cultural nacional, e incluso si no lo fuera, su conservación dependería de entenderlo como arquitectura histórica que contiene los valores de una época. En pocas palabras: no puede ser el Julio Mario Santo Domingo ni tampoco el Colón de Buenos Aires.

Segundo, en consecuencia con lo anterior, porque cualquier proceso de restauración debería supeditarse a los valores arquitectónico-culturales del inmueble, que son múltiples: históricos, estéticos, constructivos, decorativos, simbólicos y urbanísticos. Hay edificios con uno u otro valor. Éste los tiene todos.

Tercero, porque la cultura no es negociable y el patrimonio no es un objeto comercial propiedad de uno u otro funcionario. El patrimonio cultural inmueble es un recurso no renovable y si no se cuida se pierde. El edificio es de la Nación, y el Ministerio de Cultura, como ente rector encargado de proteger y conservar el patrimonio, debe entender que la conservación de un bien como éste incluye el centro histórico de Bogotá como lugar en donde se localiza. Para comenzar, se necesitan responsabilidad y mesura para emprender la tarea.

Hay que ver lo que se demora el trámite para construir un baño en el centro histórico, pero cuando se trata de duplicar el área de un teatro como el Colón, o el área del llamado Parque Bicentenario, si se trata de funcionarios con poder, basta querer para poder. Y el público se entera cuando diseño y contrato ya están adjudicados y en marcha. Desgraciadamente para la alianza temporal de estas dos funcionarias de la cultura, la información “se filtró” y el proyecto del Nuevo Colón tendrá que salir de la clandestinidad. Para la muestra: en Arcadia y El Tiempo ya aparecieron las primeras propagandas, contando la maravilla que se hará pero olvidando piadosamente los medios para lograrlo.

Con gobernantes así, para qué enemigos.

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Juan Luis Rodríguez

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 publicado por Torre de Babel

2 comentarios

MATRIMONIO Cultural: ¿la pesadilla del PATRIMONIO histórico?

Cuando la cultura se confunde con un negocio (llamémosla industria cultural), cuando la historia no le importa a los que administran la cultura, el resultado es lo que denuncia Juan Luis Rodríguez en su columna. Solamente una acción popular podría frenar esto, pero ¿realmente a la gente, al común de la gente le interesa el Teatro Colón como para emprender una acción popular?  

Lo que sí sería interesante es analizar como en un claro interés por «revivir nuestro pasado glorioso» esta administración decide restaurar algunos bienes patrimoniales muy específicos de la época de la Regeneración del siglo XIX. Habrá que ver cuál es el interés de esto, pero este no es el espacio para analizarlo. ¿Núñez estaría contento con este proyecto, no solamente porque su casa ha sido restaurada sino también el elitista Teatro Colón? Quién sabe, a lo mejor estaría furioso.

Anécdota al margen, Rafael Núñez se puso furioso cuando Anibal Gatti pintor florentino intentó plasmar en el telón algunos personajes populares (en su mayoría campesinos e indígenas) que admiraban unas figuras propias de la historia de la Opera. Los personajes desaparecieron del telón y se impuso figuras de «mejor gusto» muy acorde con el proyecto civilizatorio que pretendía educar a estos «bárbaros» de la naciente nación colombiana a través de la cultura, de élite por cierto: ese era el sueño de Rafael Núñez. 

Pero bueno nosotros tenemos la historia que nos merecemos. En un país como Francia, la Opera Garnier se conserva tal cual, y jamás se ha pensado en demoler sus alrededores para ampliarla, por obvias razones pues fue bien concebida desde sus inicios. En 1989, se construye la nueva Opera de la Bastilla de Carlos Ott, que sin duda implicó varias demoliciones de las edificaciones del barrio de Bastilla. Hoy ese espacio es muy visitado y nadie se acuerda de las casas que si bien eran “bellas” ya no servían para mayor cosa.

Cuando se construyó la Biblioteca Luis Ángel Arango y su posterior ampliación que toma toda una manzana, o cuando se construyó el Centro Gabriel García Márquez (uno de los últimos proyectos de Rogelio Salmona) en el Barrio la Candelaria a nadie pareció importarle y hoy varios de nosotros disfrutamos de esos espacios que son lugares públicos. En el lugar donde queda el centro cultural mexicano consagrado a nuestro premio nobel, creo que quedaba el convento de la Enseñanza, y luego la antigua Escuela Nacional de Bellas Artes. Ahí ya no hay monjas y tampoco aprendices de artistas con los modelos caducos europeos. Ahora, más allá de disfrutar visualmente las casas que ahí estaban, nadie o muy pocos podían entrar allí.

Dejando de lado mi espíritu conservador que por cierto duerme en lo más profundo de mí, podemos pensar que si el nuevo proyecto del Teatro Colón, sirve para sacarlo de su carácter elitista y hacerlo funcionar mejor hacia un público cada vez más amplio, yo le apostaría sin temor a ese proyecto y a una ciudad menos fachada que es heredera de un pasado glorioso cierto, pero que está lejos, muy lejos de las funciones reales de toda ciudad contemporánea. Esas casas de la calle 11 con cra 5ª, así sean como de carta postal, no cumplen una real función, sino la de recordarnos ese pasado glorioso. La ciudad de Rafael Nuñez y su proyecto civilizatorio no va acorde a nuestra realidad social y mucho menos después de haber reformado su constitución que rigió poco más de un siglo. La arquitectura creo yo, es reflejo de una época y de la sociedad en la que estamos inmersos. Y hasta donde sé no se trata de demoler el Colón sino ampliarlo, aunque ello implique la demolición de algunas casas. Sería bueno conocer el proyecto para tener elementos de juicio.

Y bueno para que el Colón sea el Teatro Colón sin duda hubo que demoler unas cuantas casas coloniales y republicanas: del teatro Coliseo Ramírez construido en 1772 por Don Tomás Ramírez y Dionisio del Villar y el posterior Teatro Maldonado construido en 1871, surge el teatro Cristobal Colón en los terrenos expropiados por Nuñez luego de la decadencia de este teatro a causa de la guerra civil que el propio Nuñez puso en marcha. 

Ahora bien, no solamente hay que agrandar el teatro, sino también cambiarle de nombre: como Bogotá que ya no se llama Santa Fe de Bogotá recordando ese pasado inquisitorio colonial,  el teatro debería llevar el nombre de Lucho Bermúdez o Toto la Momposina. Bueno esto si es una herejía que ni la Ministra ni la Secretaria de cultura del Distrito aceptarían; mejor no digo nada más, he ido demasiado lejos.

Completamente de acuerdo con Rodriguez! qué será del poco patrimonio que se ha logrado conservar en el país con estos afanes de figuración? lo grave es que, al igual que el asunto del parque, estos asuntos de conservar y poner en valor el patrimonio construido termina siendo una pelea de toche con guayaba madura… terminan haciendo lo que les parece y como les parece… y desde hace años, como sucedió con el claustro de santo Domingo en la calle 13 con séptima que lo consideraron un estorbo para el desarrollo de Bogotá y lo derrumbaron; era uno de los claustros más importantes de América Latina….